lunes, 30 de agosto de 2010

TURNER con ojos profanos.

En el Museo Nacional Del PRADO en Madrid y hasta el 19 de septiembre, se ofrece la exposición sobre este autor, sin representación en ningún museo español, en la que sus más importantes obras aparecen colgadas junto a las de los pintores que le sirvieron de inspiración: Claudio de Lorena, Tiziano, Veronés, Wateau, Poussin, Canaleto, Rembrand... por eso la muestra se llama: TURNER y los Maestros.

Breves Notas Biográficas.


Joseph Mallord, William TURNER nació en Londres en 1775 un 23 de abril (como Shakespeare) hijo de un barbero y de una carnicera del mercado de Conven Garden, que murió muy joven en un manicomio.
A los 14 años empezó a trabajar como topógrafo y debido a su buen manejo del lápiz fue recomendado por Hardwick, arquitecto, para entrar en la selecta Royal Academy School, donde ya en 1790 expuso sus primeras acuarelas. Thomas Monro coleccionista, lo contrató para que hiciera una réplica de algunos de los mejores cuadros de su propiedad; allí TURNER adquirió gran formación como copista de obras maestras
Fue un hombre sin amigos y un gran trabajador. A su muerte se encontraron en su casa más de 19.000 dibujos y bocetos. Su ansia de trasladar al papel lo que veía fue compulsivo. Era capaz de andar 40 Km. al día para llenar sus cuadernos de criptas, monumentos, iglesias, ruinas.

A los 24 años vio cumplido su gran sueño: ser elegido miembro de la Royal Academy. Para un chico del pueblo un salto muy importante.
A principios del S.XIX viajó a París al Louvre, visitó Italia ¾Venecia varias veces¾ recorrió los mejores museos de Europa y estudió a fondo a los artistas más representativos que en ellos se exponían. España nunca le sedujo.

En cuanto a su intimidad se sabe que era de estatura baja, con perfil de loro y barbilla prominente. Sus manos manchadas de pintura le daban un aspecto descuidado, y el fuerte acento cockney delataban su baja extracción social. No tenía aspecto de gentleman, pero tampoco lo intentó. Sentía atracción por las viudas y mujeres maduras y aunque nunca se casó, convivió con alguna y tuvo dos hijas que no reconoció.
Gozó de la consideración de público y crítica de la época: triunfó.
Murió el 19 de diciembre de 1851.

Encuentro

TURNER era para mí un pintor inglés de marinas, aunque también recordaba alguna acuarela de tema arquitectónico, tan del gusto romántico.
En absoluto me sentía atraída por su obra.
Esta primavera asistí a un seminario sobre “Los colores del Arte”y uno de los temas versaba sobre los efectos cromáticos de J.M.W. TURNER.
Recuerdo que la Prf. Dra. Delgado nos explicó cómo al principio de su carrera a TURNER le interesaban las masas de color monocromáticas, evolucionando primero a los colores azul y gris y adscribiéndose después al movimiento Paisajista Pintoresco.
(Pintoresco era todo lo que tenía color, aunque fueran solo detalles. Dentro de lo Pintoresco podía tener cabida lo Sublime, como en los fenómenos naturales dramáticos: tormentas, aludes, marejadas. Estos conceptos se unían en el paisaje que además debía lograr Armonía, eligiendo un tono clave que saliendo del cielo participara de él todo el cuadro.)
TURNER incorporó a sus paisajes el movimiento en el agua, viento, y la luz y viveza en los colores que descubre en Lorena, pintor italiano del S. XVI. En sus cuadros hay una línea divisoria: arriba amarillo, quintaesencia de luz, abajo color cada vez más degradado. El color es el mensaje para el espectador.
Con el tiempo deja de interesarle el realismo y se centra en capas trasparentes de color, que una vez secas crean formas. La pintura produce su propia pintura.
Pone manchas de color y a través de la luz se pueden adivinar objetos, invitando así a participar de los cuadros; es un antecedente del arte abstracto: el mundo es como cada uno lo imagina. En su última etapa como pintor, el espectador se ve envuelto en la vorágine del color, representa el infinito imposible de captar. TURNER se encuentra con la divinidad. La revelación es la luz.

Los cuadros que glosaban estas palabras, todos de su última etapa, demostraban la teoría expuesta y la emoción se unía al bellísimo efecto visual.
Me sentí fascinada.

Reencuentro

Voy al Prado, y paso a las salas donde se exponen los cuadros de TURNER junto a los de aquellos maestros del pasado que le influyeron, o de contemporáneos con los que compitió por un premio o por el favor de la crítica y público.
No le han hecho ningún favor.
La primera impresión es que como artista no ha tenido una idea original en su vida. Los temas que pinta son reinterpretaciones muy pegadas al original, aunque incorporando en algunos casos una atmósfera poética: haciendo menos plano el lienzo al sumergirlo en una luz más viva y dando la pincelada más larga.
Vista sola, como en el seminario, la obra de TURNER resulta admirable. En compañía pierde la magia. Pretendió crear una réplica mejorada de obras inmortales y al verla al lado de la primitiva, te decantas por ésta.
Los pintores siempre estudian a los grandes maestros y se empapan de su técnica y tratamiento del lienzo, pero nadie dudará quién es el autor de las Meninas de Velazquez o de Picasso: son mundos diferentes. No es el caso de TURNER y sus maestros. Llegas a dudar de si fue efectivamente un precursor del impresionismo, o simplemente no se atrevió a pintar la cara de las figuras y las abocetó tan solo.
Toda su vida fue una lucha constante por no abandonar los presupuestos clasistas y no ser rechazado en el entorno elitista de la Academia, medir su arte con pintores del pasado o contemporáneos, estar atento a las tendencias del mercado que diríamos ahora, y pintar aquellos temas que el público demandaba, vivía de su trabajo. Todo esto y además, su deseo de pasar a la posteridad y el temor a no alcanzar la gloria, llenaron sus días.
Mi impresión personal es que estas obsesiones por gustar a los demás, le impidieron dar rienda suelta a su creatividad, malográndose como artista. TURNER es un buen técnico, no un genio.
Sólo en sus últimas obras rompió el corsé que le oprimía y es cuando en sus cuadros estalló la luz y el color. Dejo de pintar “a la manera de” para ser él mismo. En esta etapa de su vida, siendo ya un anciano, conoció a Ruskin el mejor propagandista de su obra, el cual con sus elogios hizo exclamar a TURNER: “Él ve más en mi pintura de lo que yo jamás he visto”. Se refiere a estos lienzos personales por los que hoy es considerado en la historia del arte. Pero en la exposición del Prado apenas hay cuatro y el espectador ve más a los Maestros que al mismo TURNER. Una pena que siga siendo un desconocido, o casi.

Advertencia: ninguna de las personas con las que he hablado sobre Turner, ha estado de acuerdo conmigo sobre la valoración que hago de su obra. Una vez más queda demostrado que la ignorancia es muy audaz. Mi ignorancia.

Alicia
Fotografía
(Snow Storm-Steam-Boat off a Harbour’s Mouth. JMW Turner. 1842. Óleo sobre lienzo)

lunes, 23 de agosto de 2010


Nagasaki 9 de agosto de 1945

AGOSTO TODAVÍA HUELE A BOMBA ATÓMICA

Ya no existe la ciudad de Kokura, no porque desapareciese durante la Segunda Guerra Mundial, como muchas ciudades japonesas, sino porque en 1963 se unió a otras cuatro ciudades, para crear la metrópoli de Kitakyushu.
Kokura había sido elegida para ser bombardeada el 9 de agosto de 1945.
Aquella mañana, la ciudad estaba cubierta por una capa de nubes.
El nuevo y moderno B-29 de las fuerzas aéreas estadounidenses, sobrevoló varias veces la zona, pero no tenía visibilidad suficiente para tirar la bomba que llevaba a bordo.
Aquella bomba a la que habían bautizado con el nombre de “Fat Man”, era mucho más potente que la que habían arrojado tres días antes sobre la ciudad de Hiroshima. Aquella bomba, no se podía tirar en cualquier sitio, tenía que caer en un blanco concreto, sobre una ciudad.
El avión sobrevoló varias veces la ciudad esperando que se despejase el cielo, pero después de varios intentos, el comandante al mando de la operación, decidió volar al siguiente objetivo.
Nagasaki aquella mañana también había amanecido nublada. El avión pasó sobre la ciudad, eran casi las once de la mañana cuando de pronto se abrió un claro en el cielo y la tripulación del “Bockscar” aprovechó ese momento para dejar caer la bomba.
Veintidós toneladas de TNT mezcladas con plutonio caían al vacío sobre el barrio de Urakami, a tres kilómetros del centro de Nagasaki.
De pronto, la bomba estalló, miles de personas desaparecieron, se convirtieron en sombras, no quedó nada de ellos. Otros sufrieron quemaduras en todo su cuerpo, heridas. La zona de Urakami desapareció, entre las ruinas e incendios, las sombras de los que se habían desintegrado, los cadáveres de los muertos, los heridos, los supervivientes.
El horror. Imposible imaginar.
Las cifras son frías, no huelen, no gritan, no lloran, no piden auxilio. Podemos leer que murieron entre 40.000 y 70.000 personas en un momento y que unas 75.000 quedaron heridas. En Nagasaki vivían en aquella época, 240.000 personas. Luego con el tiempo se fueron desarrollando diferentes clases de cánceres y de enfermedades relacionadas con las radiaciones y con la lluvia negra que siguió a la deflagración.
El B-29 siguió su viaje hasta la isla de Okinawa, donde había una base militar estadounidense. Allí la tripulación informó a sus superiores del “éxito” de la misión.
Tres días antes, el 6 de agosto de 1945, otro B-29, el “Enola Gay” había despegado de la isla de Tinian, llevando en sus entrañas una nueva arma de destrucción masiva, la primera bomba atómica.
Le pusieron el nombre de “Little Boy”. El avión voló desde las islas Marianas hasta Japón y dejó caer la bomba sobre la ciudad de Hiroshima.
El ejército estadounidense pudo comprobar en el acto la eficacia de la nueva arma y el horror que había generado.
Muchas personas, sesenta y cinco años después, todavía se siguen preguntando ¿cómo se pudo volver a utilizar otra bomba nuclear tres días después? ¿Qué culpa tenía la población civil? ¿Cómo se puede seguir investigando, fabricando y vendiendo armas de destrucción masiva?
Los que defienden el uso de este tipo de armas, justifican los bombardeos diciendo que gracias a ellos, el 15 de agosto de 1945, Japón se rindió.
Pero muchos historiadores opinan que el ejército japonés ya era consciente de su derrota y que tarde o temprano se iban a rendir.
Aquellas malditas bombas poco tuvieron que ver con la mecánica de la guerra.
A la entrada de la capilla Sintoísta de Sanno, en el barrio de Urakami, en Nagasaki. Dos viejos alcanforeros sobrevivieron al ataque nuclear. Hoy son considerados como un símbolo de resistencia contra la barbarie de la guerra. Son un símbolo del horror y de la esperanza al mismo tiempo.

Mireya Martínez-Apezechea

lunes, 16 de agosto de 2010

MENTIRAS PRESUMIDAS


Mentiras presumidas

Cuando de madrugada necesitaba ir al baño Carmencita siempre despertaba a alguna de sus hermanas. Nunca sucedió al contrario aunque también fue pedido, aunque el pasillo de la corrala estaba igual de oscuro para todos. La jerarquía en los hermanos se cumplía en esto como en otras tantas cosas y más cuando era aprobada por los padres.
En la adolescencia sus relaciones se ampliaron fuera de la familia y entonces surgió el fenómeno de la invisibilidad. Podéis pensar que era debido a cambios hormonales propios de la edad o a inicios de misticismo, pero estaréis equivocados. La explicación es mucho más sencilla: cuando nadie la admiraba, Carmencita notaba que su cuerpo se desvanecía. Un cuerpo que recordaba a una caja de zapatos, no muy separada del suelo, y encima un cerebro tan entretenido en ella misma que el único talento que alcanzó a perfeccionar fue el de llamar la atención por la vía médica. No había enfermedad que no hubiera padecido, ni prueba ni tratamiento que no le hubieran hecho o puesto. Hasta un día que mi padre relató sus difíciles relaciones con la orina, por culpa de la próstata, dijo que lo mismo, lo mismo le pasaba a ella.
Alardeaba de todo y sólo con razón de pelo. De pequeña su madre le daba petróleo para evitar los piojos. Después se lo arreglaba con tranquilidad durante mucho tiempo y le decía: “Hija, es raso negro” y el peine parecía que nunca encontraba el final de la melena.
Presumía de haber ido apartando pretendientes a golpe de cadera, sin embargo es evidente que era mentira porque le costó mucho cazar un marido. Escogió la pieza entre los hermanos de sus amigas, un hombre labrador y no porque plantara lechugas sino porque era como un perro de esa raza: manso, para que no pudiera irse en busca de otra mujer que no fuera tan esponja, para que nunca enseñara los dientes.
Tardé mucho en enterarme de que, antes de la guerra, su padre fue albañil y su madre portera de una casa relativamente cercana al Retiro. Aquel ligero roce con los límites del barrio de Salamanca la marcaron para siempre e hizo que lo adoptara como suyo de toda la vida y que escondiera la corrala, la portería y que contara con ambigüedad que su padre se dedicaba al negocio de la construcción.
Carmen es como un rompecabezas que voy formando a lo largo de los años. Sus hermanos y sus amigos me van dando piezas que ella jamás me proporcionaría y que hacen que el puzle se vaya completando.

Paloma ©

lunes, 9 de agosto de 2010

DOMINGO-FOBIA

Visitando el blog de un amigo, leí un post sobre lo pesado que se le hacía subir la cuesta del día domingo.
Dicho post me trajo a la memoria, lo que yo sentía los domingos cuando era niño.
Recuerdo que ya desde aquellos años, siendo un púber aún, detestaba ancestralmente ese día de la semana, porque era el día en que todos los parientes y familiares venían a casa a pasar el día. Cabe aclarar que, de parte de mi padre eran 8 hermanos y de mi madre eran 6 hermanos, así que imagínense, un batallón de gente desparramado por toda la casa. Nunca venía todos juntos, pero con una familia de 4 bastaba y sobraba. Mis tíos y sus respectivos hijos, o sea mis primos, llegaban en manada, a la mañana muy temprano y se iban al caer la tarde y recién ahí, una vez despejada la casa de familiares invasores, yo podía sentarme en la mesa del comedor a hacer mis tareas para el día lunes.
Y por supuesto, mi madre, limpia que te limpia la casa, (porque los parientes, “muy rico todo y se iban…” pero la los platos quedaban sucios y en esa época no había lavaplatos) mi padre limpia que te limpia el asador y mi hermana por ahí, a su aire, jugando con sus muñecas. Y quien suscribe, con el cuaderno y el lápiz, mascullando bronca en la mesa del comedor, luego de ayudar a acomodar la casa… Encima, no podía ver televisión hasta que no terminara de hacer toda la tarea, por eso, más detestaba los visitantes… En el fondo ellos no tenían la culpa, yo podía haber hecho la tarea el día anterior, pero era esa invasión dominguera multitudinaria la que me molestaba.
Y de adolescente (Ya grandulón, situémonos en el colegio secundario, yo hice 6 años de colegio técnico así que desde los 12 a los 18 años aproximadamente) mis tíos y primos dejaron de ir tanto a casa, lo hacían, pero más esporádicamente y mis padres comenzaron a visitar sus casas más seguidos, o sea, les devolvían las visitas de años anteriores. (¿Habrá sido a modo de venganza? Ahora me surge la duda, ¿Se habrán cansado ellos también? Se lo preguntaré a mi madre en el próximo viaje)
En esta etapa, la situación de domingo-fobia podía tener múltiples variantes; si salía el sábado por la noche de reviente, y llegaba muy tarde, (o temprano, según como se lo mire), no me acostaba y compartía con ellos unos mates, medialunas de dulce de leche, grandes charlas, leía el diario, luego el almuerzo y después sí, caía en la cama hasta la noche. O, la otra opción, llegaba, me acostaba y me levantaba al mediodía, almorzaba con mi familia, charlábamos un poco de sobremesa y después seguía durmiendo hasta que los últimos rayos de sol de la tarde, que entraban por la ventana, me despertaban. Y ahí nomás llegaba la noche, la cena, TV en familia y se terminó el domingo. (Por supuesto que nadie sabía que la cabeza se me partía al medio,… por el agua mineral con gas bebida la noche anterior…)
Lo que más llegó a molestarme del domingo a la tarde eran dos cosas; la puesta de sol, el atardecer, ese momento de la hora mágica, con esa luz tibia, amarillenta, me deprimía muchísimo ese momento tan especial. Recuerdo que me la pasaba encerrado en mi cuarto leyendo hasta que se hiciera de noche. Y la otra era, que la gente sentada en la vereda, escuchara los partidos de fútbol por radio. El relato del partido era terrible y letal. Nunca supe por qué pero odiaba el relato del futbol por radio.
Luego con el paso de los años, ya un poco más grandecito, pero antes de irme a vivir solo, dividía el domingo a la tarde en; salidas a tomar algo con la persona que había conocido la noche del sábado, (en un parque, debajo de un ombú, sobre la verde hierba, robé el primer beso y las primeras caricias…) salidas a caminar y a sacar fotos por la ciudad y salidas con amigos a tomar mates a la costanera de Santa Fe, frente al puente colgante, a ver pasar gente, divertirme y pasarla bien.
En esos años soñábamos y hacíamos proyectos sobre qué ibamos a hacer cuando fuésemos grandes...
Y ahora que soy grande, sueño con volver a tener esa edad, un domingo por la tarde.
Omar.
Fotografía
Atardecer sobre el puente Colgante y la laguna Setúbal.
Santa Fe. Argentina.

lunes, 2 de agosto de 2010

MADRID ANTIGUO, fotos.


La semana pasada recibí un mail de un amigo, el título ya lo decía todo, Madrid Antiguo, fotos. Me sorprendió la calidad de las mismas a pesar de los años que tienen. Realmente son muy buenas, se conservaron muy bien y nunca las había visto en ninguna exposición, así que desarme el powerpoint y aquí están para que las disfruten.
No tenemos que olvidar el pasado y que mejor que recordar el Madrid antiguo (desconocido para mí), con toda su magia y encanto, a través de estas bellas fotografías.
Y para completar el combo, anoche domingo, mientras leía una recopilación de poemas sobre Madrid, encontré éste de Joaquín Sabina, que me gustó y aquí lo transcribo:

Poema: Dedicado a Madrid, Gira “Vinagre y Rosas”Año: 2009 (15 de diciembre, Palacio de los Deportes)
Letra: Joaquín Sabina

Uno escribe siempre la misma canción,
sobre un niño con cara de viejo,
que se atreve a volar bajo el cielo marrón
que agoniza detrás del espejo.

Uno inventa siempre la misma canción
del poeta borracho y su musa,
del teclado mellado del acordeón,
del pecado mortal sin excusa.

Uno canta siempre la misma canción
otra noche en el bar de la esquina,
cerca de la estación donde duerme un vagón
cuando el tiempo amenaza rutina.

Uno rumia siempre la misma canción
como un perro ladrando a la luna,
con la misma trompeta y el mismo trombón
de mariachi que estuvo en la tuna.

Uno acaba nunca la misma canción
que avinagran los mismos fusiles,
cuando llega la hora de alzarse el telón
que emoción volver a los Madriles.










Omar Magrini.

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