lunes, 22 de febrero de 2010

EL BRAZO LARGO DEL FUTURO. Relato.



EL BRAZO LARGO DEL FUTURO


Tutankhmut, Tutankhmut, gritaba exultante Omar mientras recorría el trecho que le separaba del
campamento. Atravesó éste a gran velocidad sin dejar de repetir el mismo nombre en una cantinela jadeante, hasta que se detuvo exhausto cayendo de rodillas ante la tienda de Nicole. En pijama, todavía con un jirón de sueño prendido en los ojos, estaba amaneciendo, ella le esperaba en la puerta como casi todos los miembros de la expedición que habían sido despertados por la algarabía.
-Lo conseguimos. Y extendió las manos como en ofrenda.

El abuelo Charles se había salido con la suya. Ochenta años después del hallazgo de la tumba inviolada de Tutankamon el misterio se resolvía.
Al menos para ella.
Cuando el arqueólogo ingles Howar Carter y Lord Carnarvon patrocinador de la expedición, penetraron en la cámara mortuoria del faraón, hallaron entre tanto tesoro y objetos personales, juguetes infantiles y la momia de un feto: hijo malogrado pensaron, de su esposa la reina Ankesennon.
Cayeron en el olvido sepultados por los acontecimientos que rodearon este éxito arqueológico y la leyenda que se forjó en torno al mismo. Se creía que el Faraón había lanzado una maldición a quienes habían profanado su reposo, debido a las muertes súbitas aparentemente inexplicables y a las desgracias sin cuento que padecieron los integrantes del grupo, los cuales se decía para corroborar la tesis del conjuro, habían hecho caso omiso a una inscripción sobre arcilla que hallaron y en la que se podía leer: “La muerte vendrá sobre alas ligeras a quien estorbe la paz del faraón”.
Pasaron muchos años antes de que el abuelo egiptólogo encontrara en Alejandría unos papiros que cambiaron hasta la obsesión su línea de trabajo.
En cada reinado y al dictado del poder, se escribían los anales en los que quedaban reflejados los hechos más relevantes acaecidos en el mismo. Hubo alguien, sin embargo, que al margen de la crónica oficial quiso dejar testimonio de un suceso ocurrido en vida de este faraón de la XVIII dinastía ( 1.360/1.350 a. de C) Ascendido al trono a los 12 años por su condición de yerno de Akenatón, ya que éste no tuvo hijos varones con la esposa real Nefertiti, devolvió el poder a la casta sacerdotal al reconocer a Amón como dios supremo entre todos los existentes, frente al monoteísmo implantado en el reinado anterior que se centraba en el dios solar Atón. Él mismo cambió su nombre pasando a llamarse Tutankamon: “Imagen de Amón” y a ser considerado la personificación de la deidad.
El supuesto secreto narrado en la crónica se centraba cuando el rey contaba poco más de 16 años y se le descubrió locamente enamorado de una bella joven casi de su misma edad, hija de un príncipe sometido y educada en la corte como era costumbre en la época.
Inesperadamente descubrió el amor en una sociedad que no admitía este sentimiento, y olvidó toda prudencia.
Absolutamente entregado, se dejó arrastrar por el ardor adolescente y llevado de su pasión comenzó a llamar públicamente a su amada Tutankhmut: Imagen de Mut, la esposa de Amón. Le concedía la categoría de ser la representación de la diosa. Honor que solo correspondía a la mujer legítima del faraón.
Los rumores hostiles comenzaron a circular propagados y alentados por el General en Jefe del Ejército y el Visir, abuelo de la reina, quienes de hecho gobernaban el Imperio, aunque alimentaban más altas aspiraciones, el trono mismo, que con el tiempo se vieron recompensadas: Un faraón, decían, que públicamente antepone sus sentimientos a la razón y el deber es un peligro para el Estado, no tiene derecho a llevar la doble corona. ¿Acaso sería capaz de devolver la libertad al pueblo de la elegida, solo por complacerla? ¿Implantaría la religión de esa tierra, frente a la de Egipto?.
No, la corte, los sacerdotes, no podían permitirlo y azuzaban al pueblo que vivía aquella unión como un sacrilegio a sus creencias: Una extranjera no podía ser la reencarnación de la esposa del dios. Hubo algaradas y masivos actos de desagravio en los templos.
Mientras los enamorados vivían ensimismados en su mutua adoración, se urdió el complot. Alejaron al joven faraón de Tebas la capital del reino, con el pretexto político de animar con su presencia a las tropas que combatían consolidando las fronteras del imperio. El conflicto se alargaba y enredaba cada vez más; en ese tiempo Tutankhmut, que estaba en cinta, sufrió el aborto de un varón y murió a causa de las complicaciones del parto prematuro.
Esta fue la versión ofrecida por el Visir a su Señor que, enloquecido de dolor, quiso rendirles el máximo honor y ordenó que esos cuerpos fueran introducidos en su propia tumba una vez terminada, para que le acompañaran en el último viaje. Cuando llegara su hora, lo primero que deseaba al despertar en el otro lado era verla de nuevo junto a él, gozar juntos de la felicidad que aquí les había sido arrebatada.
En homenaje a su recuerdo en la sala principal de las cuatro que constaba el sepulcro, se hizo representar en un trono dorado con incrustaciones de lapislázuli y malaquita en el acto de ser ungido con óleo perfumado por la joven, bella, inolvidable Tutankhmut, que aparecía orlada con la leyenda “Amada más allá de la vida”.
Pasaba largas horas contemplando la escena.
Abandonó por completo sus obligaciones y el sentido de la realidad.

Contaba apenas 18 años cuando el faraón murió; asesinado, se rumoreó, por miembros de la secta hereje de Atón. Personas cercanas a él, reflejaba el papiro encontrado tantos siglos después por el abuelo Charles, sin especificar claramente a quien o quienes se refería.
Sí dejaba constancia de que únicamente el feto de su hijo, sangre de faraón al fin, se depositó cerca de su sarcófago. La reina viuda resentida, no pudo tolerar que los amantes reposaran juntos y desobedeciendo la voluntad de su esposo, ordenó que Tutankhmut permaneciera enterrada en su tumba provisional. Nadie más volvió a nombrarla.

La historia descrita por el misterioso escribano resulta verosímil, y aunque no fuera relevante desde el punto de vista científico, atrapó inexplicablemente a Charles Recamier. Pero un investigador necesita pruebas que aporten evidencias concretas. Durante gran parte de su vida las rastreó. Sin éxito. Quizá por eso animó tanto a la nieta para que se especializara en egiptología. Quería que hiciera suya la búsqueda de la tumba de Tutankhmut. Él la había empujado a este momento.
- Omar, cuéntame-. Y todo su cuerpo era pura interrogación.
- Nicole, no podía dormir y salí a pasear muy temprano. Sin darme cuenta me alejé de las excavaciones y cuando desorientado trataba de encontrar el camino de vuelta, coincidí con un aguador que llegaba para empezar su trabajo. Me habló de que en una de las gargantas de acceso al Valle, en lo que parecía un montículo, el viento había barrido mostrando la entrada a una tumba. Fui hasta allí. Está intacta; alguien la catalogó abandonando después su exploración. La fecha coincide, tengo la certeza de que es la que buscamos.
- Llévame, suplicó.
Utilizó el mismo tono impaciente, casi desesperado. Como cuando la conoció.
- ¿Por favor, puede ayudarme?-. Había dicho. Y Omar quedó prendido, hace ya cuatro años, de su mirada directa, de su boca acostumbrada a sonreír. ¿A qué sabrán sus besos?, se preguntó.
- La burocracia es compleja, pero al final los permisos se consiguen, no hay que desesperar.
Curiosamente él también estaba en el Ministerio del Patrimonio Artístico para tramitar unos papeles. Recién llegado de Londres quería dedicar unos meses a su afición preferida, la arqueología, antes de incorporarse al puesto de trabajo en la empresa familiar.
Y tropezó con Nicole.
En sus años en USA y Reino Unido nunca se había sentido atraído por este tipo de mujer y ahora, en El Cairo, en su propio país, descubría su encanto.
Se dejó llevar por el destino. Sin oposición. Comenzó a participar de sus sueños, a hacer suya la historia de Tutankhmut, a vivir solo con la ilusión de pasar a su lado unos pocos meses al año. Las excavaciones son costosas y conseguir dinero para llevarlas a cabo ocupaba mucho tiempo a Nicole, pero ella siempre volvía de Europa dispuesta a seguir, a intentarlo de nuevo. Y él estaba esperándola.
Omar en ese tiempo, cediendo a la presión familiar había contraído matrimonio y formado una familia. Era su secreto. Nicole no hacía preguntas, ni dejaba traslucir sus planes de futuro.
En cada reencuentro, apuraban hasta la última gota de su pasión, regodeándose en ella, disfrutando el momento suspendido en el éter, estrenando la vida en cada mirada, caricia, deseo.
La acompañaba hasta el Valle de los Reyes abandonando todo para estar juntos, sin preguntarse que podía sentir o pensar su mujer. Sin dar explicaciones.

Si, -le contestó Omar- deseo compartir este momento mágico contigo Nicole. El descubrimiento de la tumba que tanto significa para ti, es uno de mis sueños que se ha hecho realidad.
Vamos-. Dijo ella. Posó con dulzura sus labios en la boca de él y le ayudó sonriente a ponerse en píe.
¿Se lo dirá ahora? ¿Le hablara de la existencia de ese niño de piel oscura y ojos penetrantes que crece en la casa de sus abuelos en La Provenza? Tiene miedo a que se lo arrebaten; la ley egipcia concede la patria potestad al padre, por eso calla. Mejor el silencio, sin preguntas. Huye de que una mentira se instale entre los dos. Los dos. Muy a menudo Nicole, piensa si alguna vez será posible que Omar y ella puedan permanecer sin separarse. Uno junto al otro para siempre.
Iniciaron el camino.
El campamento les vio partir, respetando su derecho a ser testigos únicos del descubrimiento de la tumba, tan buscada.
Febrilmente, sin pedir siquiera ayuda al grupo de nativos que imperturbables les observaban, con las herramientas que habían recogido al pasar por la excavación y destrozándose las manos, consiguieron dejar al descubierto unas escaleras que comunicaban con el corredor que conducía, era de esperar, a la cámara del sarcófago.
Avanzando a la luz de una linterna, se dejaron resbalar por la pendiente que les conducía hacia un punto perdido en las entrañas de la tierra.
Atraídos como por un poderoso imán.
Nicole que iba en último lugar, volvió la cabeza sorprendida y pegándose a la pared, expresó sin palabras su deseo de que Omar la rebasara. Un muro les cerraba el paso. Las figuras pintadas, guardianes con lanzas, indicaban que al otro lado empezaba la zona funeraria. Con infinita paciencia e ímprobos esfuerzos, no llevaban equipamiento adecuado, y al cabo de no sabían cuanto tiempo, un ladrillo comenzó a moverse y Omar tiró suavemente de él para, por esa mirilla, asomarse al interior. De pronto, como en una película de terror, les llegó el sonido de un aullido agudo, lúgubre, angustioso, más aterrador al ser amplificado por el eco de la sima, que les hizo instintivamente retroceder. Sus miradas se encontraron sin hallar respuesta al quejido que se escapaba por el hueco practicado martirizando sus tímpanos - ¿Tutankhmut se rebelaba contra la profanación de su descanso?- sintieron que el corazón se desbocaba y cómo la presión les obligaba a gritar desaforadamente.
Simultáneamente, por el largo pasillo que acababan de recorrer se escuchó un clamor sordo, ascendente, bronco, tormentoso. Espirales de arena, como rizadas por un viento huracanado, avanzaban hacía ellos en oleadas taponando la salida.
En cuestión de segundos, quedaron atrapados entre el llanto espectral y el desierto.
Se abrazaron con fuerza.

Nunca más se volvió a saber de ellos. En el campamento y demás grupos de trabajo que operaban en la zona, arraigó con fuerza la idea de que eran las nuevas víctimas de la maldición del faraón.


Alicia

Lo sé, las librerías están llenas de novelas de tema egipcio, y todos estamos ya un poco hartos de Tutankamon. Pero es difícil rechazar la atracción que ejerce la cultura de este país. Tal vez todo empezó con el cine, luego la historia, novelas, viajes, visitas a museos... la imagen de Nefertiti, tal como se conserva en Berlín, es impactante.
No pude resistirme al tema. La idea del relato surgió leyendo una de las miles de veces en que se ha hecho mención sobre la maldición del faraón.
El nombre al protagonista, se lo puse antes de conocer al Omar con que hoy comparto este blog. En el que en la tumba apareciera la momia de un feto, me pareció una buena excusa para hablar de su posible madre. Lo que no preveía es que la realidad imitaría al relato. Terminado éste, supe que en una exposición antológica celebrada en Londres sobre Tutankamon, se mostraban dos fetos dentro de su sarcófago, claro, encontrados junto a él y que a todos los arqueólogos les pareció poco importante, ya que también había en la tumba del faraón trece momias de otros tantos familiares. Estas “menudencias” raramente las divulgan. Para mí fue una sorpresa enorme.
Hoy, gracias a los adelantos científicos sobre el ADN, ha quedado aclarado el incierto origen familiar de Tutankamon, y se sabe que era hijo de Amenofis IV y una concubina, y que murió de malaria, en lugar de asesinado que resulta más literario.
En Prensa se dice que la realidad no debe estropear una buena noticia. En la ficción tampoco. La fantasía puede hacer verosímil cualquier historia.
Ojala no te hayas aburrido.

lunes, 15 de febrero de 2010

NUESTROS DÍAS FELICES. Cuento Corto.

Raquel miró el poste de madera. Hacía un largo rato que permanecía inmóvil con la vista perdida en los anillos de ese tronco seco. Una extraña excitación se había apoderado de su cuerpo, se acomodó el sombrero de paja que cubría su rostro de los rayos solares, agarró el martillo y un clavo grande.
Ella y Juana vivían en una pequeña casa de color blanco con techo rojo, en lo alto de una montaña de cumbre plana con pronunciadas laderas escalonadas que se hundían silenciosamente en la arena negra de origen volcánico de una playa desierta.
Raquel, de contextura grande, rubios cabellos, cara regordeta y colorada, llevaba horas tratando de arreglar el portón de la entrada de la casa. La noche anterior unos fuertes vientos habían movido de lugar el poste que sostenía la pesada puerta grabada con el nombre de las dos. Cuando se instalaron en la soleada propiedad, cambiaron el bloque de madera donde estaba grabado el nombre de los antiguos dueños y colocaron el de ellas.
Volvió a mirar el poste y se puso a martillar los clavos de las bisagras que sostenían el portón. “Quedaron bien firmes, no se moverán por un tiempo” pensó. Terminó de ajustar los alambres de la base y decidió que ya era demasiado por hoy, el sol caía en forma vertical y el calor se había tornado insoportable. Se acomodó el sombrero y comenzó a subir por el sendero de piedras hasta el banco de plaza, ubicado debajo de un manzano lleno de frutos. Una inquieta y juguetona urraca, de oscuro plumaje, saltaba de árbol en árbol acompañando los cansinos pasos de Raquel cuesta arriba. En su mano derecha llevaba el martillo y unos clavos y en la izquierda unos alambres. Siempre le gustó trabajar con las manos, era su pasatiempo preferido y en la casa era ella la que se encargaba de todos los arreglos. Al contrario de Juana, que desistía de todo eso y se dedicaba a los quehaceres y a las tareas del hogar.
Raquel se sentó en el banco. En la sombra corría una leve brisa con un, casi imperceptible, gusto a sal. Comenzó a abanicarse con el sombrero. Vio a través de la ventana de la cocina que Juana estaba cocinando. Volvió a mirar el jardín, el portón de la entrada y el cielo azul que se confundía en el horizonte con el inmenso mar. Bajó la vista lentamente y sus ojos se posaron en una barca que se acercaba a la playa. La voz de Juana la volvió a la realidad:
-¿Dónde está el molde grande?
-En el tercer cajón, abajo.
-¿Rayo una naranja o dos?
-Rayas la cáscara de una naranja, después la exprimís y le echas todo el jugo. Batís toda la mezcla y al horno.
-Gracias. ¿Temperatura del horno?
-Ufff… -dijo Raquel, tomándose un respiro para contestar-. Prendelo y dejalo al máximo que se caliente bien. Después le bajas un poco la temperatura y ahí la dejas durante cuarenta minutos… Aunque creo que si la pones al sol, aquí en el jardín, sería lo mismo.
-No bufes… Te conozco. Conozco esa voz. No se te ocurra aparecer por la cocina… De una vez por todas tengo que aprender.
Terminado el diálogo, Raquel se levantó, cogió las herramientas y fue hacia el trastero, que estaba detrás de la cocina, abrió la puerta, entró y las guardó. Encontró una caja. “¿Que es esto?” pensó. Cerró la puerta del trastero y trajo la caja consigo.
-¿Sabes una cosa? –preguntó Juana cuando la vio pasar-. Nunca me salieron bien. Algunas veces quemadas y otras crudas por dentro y negras por fuera. Espero que no te lleves una nueva desilusión conmigo.
Raquel se sentó nuevamente en el banco, mientras abría la caja le respondió:
-Te salían mal, por que las preparabas sin ganas y a las apuradas. Si le hubieras puesto una pizquita de amor a todos los ingredientes, te hubieran salido gordas, altas y esponjosas.
-Nunca tuve buena mano para la repostería. Pero los niños se las comían igual, sin chistar. Creo que les gustaba. Ya está, en 40 minutos te diré como salió. –dijo Juana desde la cocina mientras se limpiaba las manos con un repasador. Luego salió al jardín, se paró detrás de Raquel y preguntó-. ¿Qué estás haciendo?
-Mirá… me puse a acomodar eso, que parece cualquier cosa menos un trastero, y encontré esta caja con esto.
-No sé que es eso. A mí no me mires… Alguien se lo olvidó. Yo no tengo nada que ver.
-¿Cómo qué no sabes qué es?… Es un zapato de hombre, de pie izquierdo. Y creo adivinar quien es el dueño.
-No empieces con tus… elucubraciones –dijo Juana un tanto seria-. Puede ser que sea de Mario… pero no tengo la menor idea de porque estaba ahí adentro.
-Porque se lo sacaste un día y nunca más se lo devolviste. Seguís obsesionada con él. Dejalo en paz de una vez por todas… pobre muchacho. Ya está, ya pasó. Basta -Raquel no paraba de abanicarse con el sombrero-. ¡Qué calor que hace!, ¿no?
-No sé de que te quejas, aquí siempre hace calor -dijo Juana mientras se acomodaba su vestido floreado y miraba el cielo azul, límpido y diáfano, sin una nube.
-Tenés razón, todos los días son iguales. Un sol abrazador y un calor agobiante –dijo Raquel, luego de unos instantes agregó, en un tono cómplice-. Ahora que estamos solas, decime…
-¡No! Me voy a seguir cocinando –dijo Juana, dio media vuelta y se encaminó hacia la cocina.
-¡Momentito…! Y quieta ahí… ¿Por qué lo dejaste? –la increpó Raquel, mientras se paraba y le mostraba el zapato. Miró a Juana con una mirada severa y al ver que no contestaba, se acercó lentamente y le puso el zapato delante de los ojos.
-Porque me aburría… Sí, era insoportablemente aburrido.
-Pero cuando lo conociste no decías eso. Sino todo lo contrario. No te cansabas de alabarlo y decir que Marito esto, aquello, que te gustaba su forma de ser y que era todo un caballero.
-Pero con el correr de los años, me di cuenta que era un gris… -dijo Juana mientras se alejaba de Raquel, se sentaba en el banco y cruzaba los brazos-. No volaba. Yo necesitaba en ese momento alguien que volara y me llevara en sus alas. Que me transportara por lo alto y me hiciera sentir cosas…
-¡Sentir cosas…! ¿Qué tipo de cosas?
-Cosas… Nuevas sensaciones. Vivencias. Aventuras… eso, sentir la adrenalina de estar viva. Nada más. Yo quería sentirme viva. Y él lo único que hacía, era aburrirme.
-No te entiendo –dijo Raquel mientras se acercaba al banco-. Siempre vi a Mario como un joven muy serio que disfrutaba de su hogar con su mujer y sus hijos. Mientras tanto tú ya estabas... en otra historia. Sí, el pobre, no es que estuviera aburrido, estaba triste de verte mal. Por eso estaba gris. Te quería de verdad.
-Yo también lo quise. Y si hice lo que hice, fue porque no tuve otra opción. Él me…
-La culpa fue toda tuya. Yo te lo advertí muchas veces, pero vos te negabas a escuchar.
-Es que cuando empezó todo no sabía que hacer.
-Juana por favor. Sabías muy bien lo que tenías que hacer. Sospechabas que Mario te engañaba. Eran sólo indicios. No tenías ninguna prueba.
-Esas cosas se perciben. Desde el primer momento supe que había otra, que estaba escondida ahí, en algún lado, acechando.
-Lo hubieras hablado con él. Lo sentabas de una oreja en el salón y le planteabas tus dudas. Hablando, creo que la gente se entiende. ¿No?
-Claro… cómo vos siempre tuviste una comunicación tan amena con papá… ¿Qué me estás diciendo? ¿Desde cuándo un problema de cuernos se arregla hablando? ¿Eh?
-Es una alternativa… -dijo Raquel mientras se sentaba nuevamente en el banco y colocaba el zapato dentro de la caja-. Tu principal objetivo era tratar por todos los medios de salvar tu matrimonio.
-¿Para qué? En vez de hablar fui a los hechos directamente. Y decidí ponerle los mismos cuernos que él me ponía a mí. Ojo por ojo diente por diente. ¿Por qué el sí y yo no?
-¡Ah…! Por fin lo terminaste de asumir con todas las letras. Ese es el punto al que siempre quise llegar. Dejaste de ser la señora de, para pasar a ser una cualquiera.
-¿Qué importa qué dejé de ser?… ¿o qué pasé a ser? El no pensó en ningún momento que dejaba de ser el señor esposo de… para revolcarse con una cualquiera… Teníamos los mismos derechos.
-Y después, cuando la pasión por el otro se fue apagando, te hiciste la víctima… Y quisiste volver con tu aburrido marido. Porque te recuerdo que te dejaron por otra más joven que tú… Te dieron de tomar tu propia y agria medicina. Esa es la verdad
-La verdad hace mucho tiempo que nos abandonó.
-Juana no quieras envolverme con tus giros dialécticos. Y mirá… no me hagas hablar.
-No sabés… ¡cómo lo disfrute! Mirá se me erizan los pelos –dijo Juana mostrándole el brazo a Raquel.
-¿Eso es lo único positivo que sacaste de esa relación?
-¿Te parece poco?
-Y menos mal que no se te ocurrió matarlo.
-Lo pensé… -dijo Juana mientras se levantaba del banco, cogía una manzana del árbol y la limpiaba en su vestido. Un rayo de sol se había filtrado entre las hojas del manzano y le daba directamente en la cara, iluminando su blanco rostro y su melena color capuchino-. Pero no tuve el coraje para hacerlo. Me gustaba tanto…
-Te carcomió la culpa… Meses acostándote a escondidas con ese desconocido. ¿Qué estabas pensando, qué querías lograr? ¿Eh? -dijo Raquel mientras tomaba aire y gesticulaba con las manos al hablar.- No sentías… un poquito así, de vergüenza. No te entiendo hija, nunca te entendí. Estabas completamente loca…
-Loca de amor…
-Juana la loca hubo una sola y vivió a finales del 1400… Y si estabas tan loca de amor, ¿por qué no dejaste uno y seguiste con el otro? ¿Para qué querías dos? Si con los dos no podías cumplir… Cuantas veces te dije, tené cuidado, vas a sufrir mucho. “No…no. No hay peligro”. Me decías. ¿Te acordás? y mirá como terminaste… Vacía, sin nada, ni nadie. Sin el pan y esperando que el horno cocine tu torta…
-Es que, al principio, en el fondo, los quería a los dos…
-Sí, en el fondo del trastero… Por eso te quedaste con el zapato.
-En serio. No sé como explicártelo, pero es cierto. –dijo Juana mientras le pegaba un mordisco a la manzana.
-¿Qué tenía uno que no tuviera el otro? Mario tenía dinero, el otro no… Mario tenía hijos, tus hijos, el otro no… con Mario tenías una familia formada, con el otro no…. Con Mario tenías un compromiso asumido ante Dios y ante la ley y con el otro no… Pero claro… Nada de eso te importó, ni tus hijos, ni tu esposo. ¿Qué te hacía el otro, qué tu esposo no te hacía? ¿Eh?
-Feliz… Me hacía muy feliz.
-Feliz eras con tu familia. Con tu esposo y tus hijos…-dijo Raquel mientras se levantaba y separaba frente a Juana. Luego de unos instantes añadió- ¿No los extrañas?
-Por supuesto que sí. Todos los días pienso en ellos –contestó Juana mientras miraba fijamente a Raquel a los ojos-. No fui una mala madre.
-¿Y entonces?
-No lo tenía todo.
-¡Por Dios Juana! ¿Qué es ese todo que fuiste a buscar en otros brazos?
-La felicidad. ¿Es tan difícil de entender? De que me sirvió tener un marido y dos hijos, si no podía ser feliz, si ese hombre no me daba lo que yo necesitaba. No lo amaba. Lo quería, poco y nada.
-Egoísta… eso es lo que sos. Una egoísta. Sólo pensaste en vos ¿y el resto…?
-No soy una egoísta.
-¿Ah no?
-¿Por qué sos tan dura conmigo?
-Porque cometiste muchos errores.
-¿Y vos? ¿Nunca cometiste errores? ¿Y cuándo sufrías en silencio por lo que te hacía papá…? ¿Eso no cuenta? ¿O me lo vas a negar? Porque yo lo vi con estos ojos… vi todo lo que te hizo.
-Calláte… -dijo Raquel y se dio vueltas mientras comenzaba a estrujar el sombrero de paja.
-No… no me voy a callar y eso es lo que más te duele, que no cierre la boca. Todo lo contrario de vos, que te sumergiste en un mar de lágrimas y silencios… ¿Por qué no te fuiste?
-¿Y qué querías que hiciera? ¿A dónde iba a ir? ¿A quién le iba a pedir ayuda?
-No tuviste los ovarios bien puestos para echar a patadas a esa mujer cuando vino a decirte que ella no tenía nada que ver con papá, cuando tú sabías que se acostaban juntos… En tus narices y en las mías… ¿Por qué no le rompiste una sartén en la cabeza?
-No me hablés así. Soy tu madre… Y si no lo hice fue porque pensaba en vos. Por vos aguante todo lo que aguante, para que tuvieras una educación, para que seas alguien… Para que no te pasara lo que me pasó a mí…
-¿Y por qué no pensaste un poco más en vos?
-¡Qué fácil es hablar así!
-Que querías ¿ser una heroína? –dijo Juana cogiéndola del brazo y obligándola a que la mire. Ambas quedaron frente a frente.
Raquel tenía los ojos llorosos, quiso hablar pero las palabras no salieron de su boca. Presa de un ataque de impotencia y movida por una fuerza que no pudo controlar, estrelló su pesada mano abierta contra el pómulo izquierdo de su hija. El movimiento fue tan rápido que Juana no tuvo tiempo de reaccionar.
En ese momento un fuerte, agudo y doloroso graznido, cortó el pesado silencio que siguió a la dura cachetada. Del fuerte impacto, Juana soltó la manzana, la misma rodó por la hierba casi hasta los pies de la urraca, que pegando otros graznidos la cogió con su afilado pico y se fue saltando por donde vino.
Recuperada del golpe, Juana se alejó de su madre y se sentó sobre el césped. Desde allí habló con voz serena y pausada, su mirada se perdió en la lejanía.
-No hacía falta que intentaras ser una heroína…
-Yo no quería que la historia volviera a repetirse –dijo Raquel interrumpiéndola.
-Por eso hice lo que hice…. Yo tampoco quería que la historia volviera a repetirse y antes que pasara, me adelanté. Tu yerno, el aburrido y gris, me engañaba con otra… Lo soporté en silencio lo más que pude, pero no aguante más. ¿Por qué crees que no te dije nada antes?
-No sé hija… No lo sé.
-Porque me daba vergüenza decirte que yo sabía todo lo que había pasado entre papá y vos… Cuando ustedes discutían yo me levantaba y escuchaba detrás de la puerta.
-Porque tu padre era así…
-No lo defiendas más.
-Es que…
-Es que nada… Te entiendo… no tenías opción. ¿Qué ibas a hacer? ¿Separarte? ¿Y a dónde ibas a ir? Y conmigo a cuestas… Por eso… No estoy arrepentida de lo que hice… lo volvería a hacer.
-Hija… yo… Todos sufríamos un horrendo dolor.
-Claro, por eso decidiste callar… No hay que callarse, hay que actuar. Hacer lo que se siente, para bien o para mal. No importa. Sólo así se alcanza la plenitud y la libertad.
-Siempre tuve un espíritu libre.
-No me mientas. Te equivocás. Nunca tuviste suficiente osadía para hacer lo que te diera la real gana –dijo Juana mientras se paraba frente a Raquel-. Vos también lo hubieras matado. Pero pensaste que la culpa te torturaría de por vida. No lo hiciste y sin embargo la idea de la culpa, sólo por haberlo pensado, te tortura igual.
-Pero no siento culpa, no lo hice.
-Porque él te gano de mano mamá. Te mató con ese martillo que vos usabas para arreglar las cosas de la casa. Arreglaste todo, menos tu matrimonio. Y él se aprovechó y lo hizo mientras estabas durmiendo… ¿Cuándo lo vas asumir de una buena vez… eh?
-Ya… -dijo Raquel mientras se sentaba y dejaba su estrujado sombrero arriba de la caja de zapatos-. Ya ni me acordaba porqué estoy aquí.
-Estamos querrás decir. La única diferencia es que yo me cargué al aburrido y gris de mi marido.
-Bueno. Tal mal no nos va. Ahora no me vas a dejar, ¿no?
-No mamá, siempre voy a estar a tu lado, sin rencores ni diferencias, juntas cómo cuando éramos felices. -dijo Juana mientras se ponía en cuclillas y su mano buscaba la mano de su madre.
-¿Por qué Mario y no el otro, qué también te dejó? –pregunto Raquel mientras apretaba la mano de Juana con su mano.
-Mi legítimo esposo, como vos lo llamabas, tiró la primera piedra y esa piedra hizo añicos todo lo que encontró a su paso. Con semejante cuadro, no había vuelta atrás. Con él aburrido empezó y con él terminó todo –cuando dejó de hablar miró a Raquel a los ojos y apoyó su cabeza sobre el regazo de su madre.
-Juana… -dijo Raquel mientras le acariciaba el pelo con la otra mano-. ¿El suicidio te alivió?
-Sí… la situación se había tornado insoportable para todos. La libertad tiene su precio. Sólo tome la decisión de acelerar el proceso. Estaba en mi derecho a morir, amé cuando quise y también morí cuando quise. Me siento plena. Quizá mi único error, fue traérmelo a él también. Pero ahí estaban las balas, cinco para él y una para mí. El pobre debe estar recorriendo todas las casas de la colina buscando ese zapato.
-¿Y no sentiste dolor cuando lo hiciste?
-No… Todo lo contrario, me liberó del dolor… Mamá, ¿sabes? -preguntó Juana mirando a los ojos a su madre- Creo que… no podés elegir el momento ni el lugar donde nacer. Pero si podés elegir el momento para ser feliz. Yo elegí mi felicidad por encima de todo. Y no me arrepiento. ¿Podrás perdonarme algún día…?
-Tengo toda la eternidad para pensarlo.
Ambas mujeres se levantaron y se abrazaron efusivamente durante unos instantes.
-¡Mirá! –dijo Raquel que desvió la vista y volvió a mirar el bote.
-¿Qué mamá? –preguntó Juana mientras con sus ojos seguía la dirección de la mirada de Raquel.
-Allí en la playa. Esa barca está llena de gente y el niño que la conduce, parece un ángel. Vamos a tener vecinos nuevos.
-Así parece. –contestó Juana mientras cogía por la cintura a su madre.
-¡Tu torta, se te va a quemar!
-Sabés muy bien que ese horno siempre va a estar caliente para hacer todas las tortas que querramos.
-Vamos adentro… estoy cansada –de repente se detuvo y miro hacia atrás-. ¿Y el zapato?
-Dejalo ahí, nadie se lo va llevar… Algún día pasará por aquí y lo encontrará. Vamos mamá… Siento un rico olor, la torta ya debe estar…
-Ésta vez, seguro que te salió muy rica…


© Omar Magrini.

Este cuento se presentó como trabajo práctico en noviembre de 2009, en el seminario de escritura creativa de la Universidad de Comillas de Madrid y está basado en la obra de teatro "El Trastero" que escribí hace unos años atrás.

La foto corresponde al parador de la playa de Akrotiri en la isla de Santorini, Grecia.

lunes, 8 de febrero de 2010

EL SADHU Y HANUMAN.

¿Por qué Proyecto Grullas?
En Japón existe una leyenda: cuenta que después de hacer mil grullas de papel, puedes pedir un deseo y se cumple...
Por eso elegimos el título de nuestro primer libro, Sueños de Papel,
y también el nombre de nuestro blog, proyecto grullas.
Nuestro deseo es seguir escribiendo y que nos sigáis leyendo.

GRULLAS DE PAPEL
Una historia tradicional japonesa cuenta que, cuando alguien desea algo difícil de cumplirse, algo que solamente se puede conseguir deseándolo profundamente, debe hacer mil grullas de papel y pedirle a la última grulla su deseo. Luego, con un poco de suerte, es probable que se cumpla.
Esta leyenda llegó a oídos de Sadako Sasaki, durante su estancia en el hospital.
Sadako se sintió esperanzada y comenzó a doblar papeles cuadrados de distintos tamaños y colores. No era fácil, pero aprendió. Doblez tras doblez, iban saliendo de sus manos pequeñas grullas de papel. Día tras día iba doblando papeles y su habitación se iba llenando de esperanza.
El tiempo en un hospital es lento, denso y doloroso. No es un lugar adecuado para nadie, pero menos para una niña de doce años, que le gusta jugar en la calle con sus amigos, que quiere ir al colegio.
Sadako tuvo que pasar sus últimos ocho meses de vida en un hospital, llegó a doblar seiscientas cuarenta y cuatro grullas, no llegó a completar las mil y no pudo pedir ningún deseo. Murió el 25 de octubre de 1955, había vivido doce años, nueve meses y dieciocho días. Había sido testigo con sólo dos años de la primera bomba atómica mundial. Sí, una bomba atómica, un arma de destrucción masiva, que asesinó en unos segundos a casi la mitad de la población, casi todos civiles y que destruyó el sesenta por ciento de la ciudad, la ciudad de Sadako.
Cuando murió, habían transcurrido diez años desde el lanzamiento de la bomba. Los antiguos y nuevos habitantes seguían levantando, construyendo la nueva Hiroshima. Todos querían vivir, vivir en paz, pero aquella bomba seguía matando años después de haber sido lanzada.
Sadako era un victima más del bombardeo del 6 de agosto de 1945. Entonces no había sufrido ni un rasguño, pero durante los diez años siguientes fue desarrollando poco a poco una leucemia que acabó con su vida.
Ocho meses antes de morir, había participado en una carrera. Le gustaba correr y no era la primera vez que lo hacía, pero en aquella ocasión perdió el conocimiento. La llevaron al hospital, los médicos detectaron el cáncer, luego el tiempo hizo su trabajo. Mientras tanto, Sadako doblaba grullas de papel y soñaba con vivir.
Un tiempo después de su muerte, se levantó un monumento en el Parque de la Paz de Hiroshima. Un monumento a Sadako, un monumento a los niños que murieron en aquel bombardeo, un monumento a todos los niños que mueren en las guerras provocadas por los adultos. En la parte más alta del monumento, Sadako con una enorme grulla en las manos parece que va a volar. Alrededor del monumento, miles de grullas de papel dobladas por los visitantes, dan color y esperanza a la humanidad.
El gesto de Sadako, ese pequeño trozo de papel doblado, se ha convertido en símbolo de la paz entre los habitantes de un país que, sabe mucho de ejercer y sufrir violencia, pero que desde hace años busca la paz.

EL TEMPLO DE KONARAK
Al este de la India, a pocos kilómetros de la bahía de Bengala, se encuentra la pequeña aldea de Konarak. Una agrupación de casas, puestos de comida y bebidas, un alojamiento y cientos de peregrinos, sadhus, mendigos y viajeros.
El pueblo no tiene nada especial, se parece a los miles de lugares que se ven a lo largo de las carreteras de la India. La diferencia está que en el centro de esas casas informes, se encuentra uno de los templos construidos por los Ganga en el siglo XIII. Un gran templo con forma de carro, sostenido por veinte ruedas y tirado por siete caballos, levantado en honor del dios Surya, la divinidad solar.
Antecede al templo, una sala destinada al baile que, es una constante en los templos del estado de Orissa. Todo el conjunto se encuentra ricamente decorado con relieves que reflejan la vida cotidiana, sobre todo bailes, músicos acompañando a los bailarines… todo descrito con gran sensualidad. El recinto se encuentra rodeado por un muro de poca altura. En este templo, se celebra todos los años, el festival de danza de Orissa famoso en todo el país.
Paseando por la zona te vas encontrando con restos de esculturas, de edificios, con peregrinos que hacen un alto en su camino y se paran en cualquier sitio para comer o dormir. Con animales que buscan restos de comida que abandonan los visitantes, con árboles y plantas que surgen en el sitio más inesperado.

Atardecía, el calor no era tan intenso como al mediodía, las sombras se alargaban, los colores se hacían más nítidos. Era la hora mágica del ocaso, cuando la luz es perfecta para ver con detalle las cosas que están cerca y generar ensoñaciones cuando miras hacia el horizonte.
Contemplaba unas vigas de hierro abandonadas sobre el suelo que, me hacían recordar a una escultura de Ibarrola. Llevaba un rato mirando la “escultura”, cuando le oí hablar. Al principio creí que estaba rezando, le miré, se encontraba en las ruinas de lo que fue un templete, no parecía un peregrino común, más bien me hizo pensar en un sadhu. Ropa blanca, pelo largo, alrededor del cuello collares y amuletos. Se encontraba sentado con las piernas cruzadas en posición de medio loto y en sus manos tenía un paquete de dulces que iba sacando lentamente y dejando en el suelo cerca de él. Hablaba sin cesar, como si recitase una letanía, como si tratase de convencer a alguien. Entonces me fijé mejor y vi sentado frente a él, como si de un amigo se tratase, a un pequeño mono. Me sorprendió su forma de estar sentado junto a una persona, su forma de esperar a que le diesen los dulces. Nunca había visto algo así, normalmente los monos cuando te ven comiendo, vienen y te amagan o te atacan para quitarte la comida, pero no esperan pacientemente a que tu les des algo. Pensé que podía estar amaestrado, pero no, era un mono de los que viven entre las ruinas de los templos y allí estaba, sentado cara a cara, mano a mano escuchando los monólogos del sadhu mientras comía plácidamente. Poco después, el hombre recogió los restos de los dulces, los guardó en una bolsa, se levantó y se marchó. El mono se quedó allí sentado, sin moverse.
Ya no había luz cuando salimos del recinto del templo y nos perdimos por las callejuelas de Konarak, para buscar un sitio donde cenar. Aquella noche creo que soñé con el mono y el sadhu, porque a la mañana siguiente nada más levantarme volví al templo, pero no los vi.
Volvimos al atardecer y allí estaban sentados uno frente al otro, el hombre de blanco y el mono. Y de esta vivencia surgió el cuento de EL SADHU Y HANUMAN.

Konarak, marzo de 1996

EL SADHU Y HANUMAN.
Se despertó temprano, con los “crac-crac” de los cuervos y con los primeros rayos de sol que ya empezaban a calentar. Hizo sus estiramientos una y otra vez, se lavó los dientes lentamente, masajeándoselos con esa paciencia y mimo que utilizan los indios para tal menester. Luego se pasó un trapo con un poco de agua por la cara y fue en ese momento, cuando se dio cuenta de que Hanuman no se encontraba allí. No le dio importancia y siguió con la rutina de la mañana.
En un pequeño recipiente, no más grande que un vaso, puso agua y se buscó un lugar entre la maleza para evacuar los intestinos.
Estando en ese trance vio que empezaban a aparecer las primeras nubes del año, unas nubes que amagaban agua y que poco a poco iban cubriendo aquel cielo soleado. Entonces recordó que había llegado con los monzones del año anterior y le pareció imposible llevar un año en aquel templo.
Se preguntó:
-¿Qué había encontrado en aquel lugar?
-¿Por qué seguía todavía allí?
Y se respondió a si mismo:
-Aquí he encontrado la paz, la tranquilidad, me he liberado de la angustia, de la tensión en la que vivía en la ciudad
-No poseo nada y de nada tengo que preocuparme.
En aquel momento el sadhu comprendió que había hecho bien dejando Calcuta, renunciando a su familia, a sus amigos y a todos sus bienes materiales, echándose al camino como uno más de los cientos de miles de indios que se desplazan de un lugar santo a otro lugar santo buscando... y ahora el sadhu sabía responder:
-Buscando la paz con uno mismo y por tanto, con todo lo que nos rodea.
Regresó al árbol que le servía de morada y volvió a sentir la no presencia de Hanuman.
Se preguntó varias veces.
-Pero ¿por qué no estaba?
-¿Dónde se había metido?
Pero no tenía respuestas para estas preguntas.
Comenzó a preparar el desayuno mientras cantaba mantras que es una forma de rezar y de tranquilizarte al mismo tiempo.
En el transcurso del último año había aprendido muchos cantos dedicados al dios Surga, el dios Sol, un dios generoso que, todas las mañanas, trae la luz, montado en su carro tirado por siete caballos. Aquel templo al que no se podía entrar, porque lo habían rellenado de tierra para que no se derrumbase, tenía forma de carro, sus constructores habían trabajado la piedra como si se tratase de madera, esculpiendo escenas muy complicadas de baile, de procesiones, de la vida en el lugar... Tampoco se olvidaron de tallar las ruedas, ni los siete caballos que arrastran el carro del dios todos los días. También esculpieron estatuas de Surga que ya no se encontraban allí, sino en el Museo de Delhi, pero en aquel lugar vivía el espíritu del dios y los peregrinos iban a encontrarse con él.
El sadhu se acordó de la primera puja que hizo en el templo, había comprado un pequeño cesto con un coco, algunas bananas, flores e incienso. El brahmán del lugar recogió la ofrenda, rompió el coco contra el suelo para sacar el agua y ofrecérsela al dios, colocó las bananas, las flores y el incienso alrededor de una estela deteriorada, después, se acercó al sadhu y le ungió en la frente tika roja. Aquello ocurrió el mismo día que encontró a Hanuman.
Esa noche el sadhu se encontraba muy cansado, había viajado durante horas en un autobús repleto de gente. Recordaba como algunos pasajeros tuvieron que compartir lugar con bultos y animales en el techo del vehículo porque dentro no había sitio para nadie más.
Así que aquella noche después de buscarse un lugar para dormir, de extender su manto que le serviría de abrigo y cama, sacó de su morral unos paquetes envueltos en hojas de banano, donde guardaba su cena de arroz, lentejas y rotis. La noche estaba oscura, negra como la diosa Kali, una noche sin estrellas, ni luna, con un cielo cubierto de nubes. El sadhu comenzó a disponer su cena sobre el suelo, estaba solo, solo en medio de la oscuridad.

Desayunó puris fríos, Hanuman no había vuelto, recogió sus cosas, las puso en su morral y colgó éste en una rama del árbol. Luego se dirigió a la entrada del templo y se sentó en el suelo rodeado de mendigos, sadhus, puestos de venta y gente, siempre mucha gente.
Mientras recitaba mantras para sí mismo, mendigaba comida y dinero.
Él, que lo había tenido todo y que a todo había renunciado por voluntad propia, era uno más entre las miles de personas que piden a las entradas de los templos.
El sadhu había llegado hasta allí buscando una salida a su desasosiego, pero la mayoría de los que le rodeaban no habían tenido la posibilidad de elegir, simplemente habían nacido en un mundo donde no había nada y la mendicidad era su única posibilidad de sobrevivir.
Recitaba mantras y más mantras, pero su mente no se tranquilizaba, no se quedaba en blanco, Hanuman ocupaba todo su pensamiento. Por primera vez en mucho tiempo volvía a sentir miedo, ansiedad, incertidumbre.
-Pero ¿miedo de qué? se preguntaba a sí mismo.
Y con el pensamiento volvió a la noche oscura en la que se encontró con Hanuman.
Aquella noche mientras preparaba la cena, vio un par de pequeñas luces en la inmensidad negra de la noche, se fijó mejor y distinguió unos ojos brillantes y entonces sintió la presencia de un cuerpo pequeño frente a él. El sadhu repartió la cena una parte la puso en una escudilla y la otra la dejó en las hojas de banano, luego tomo la escudilla con las dos manos y la acercó a esa presencia oscura que estaba frente a él. El sadhu comenzó a comer haciendo pequeñas bolitas con la mano derecha que luego metía en la boca lentamente, masticándolas hasta convertirlas en puré. Comía despacio, ocupando el tiempo de un banquete para una frugal comida. Disfrutaba sintiendo el tiempo, le gustaba el peso del tiempo que, éste dejase huella. Como disfrutaba con el tiempo, ocupaba mucho para hacer cualquier cosa. Era una forma de sentir que estaba vivo, porque para él la vida era única y exclusivamente tiempo, nada más.
Estas cosas le contaba el sadhu a Hanuman en sus largos monólogos a la caída del sol. Pero aquella primera noche, el sadhu no dijo nada, después de cenar se tapó con su manto y durmió hasta el amanecer.
Cuando se despertó con los “crac-crac” de los cuervos vio que a su lado había un pequeño mono que seguía durmiendo plácidamente, un mono que ya no se apartaría de él y que el sadhu comenzó a llamar Hanuman, como aquel dios mono que ayudó al príncipe Rama a encontrar a Sita, tal como estaba escrito en el libro sagrado del Ramayama.
Hanuman compartía las comidas, la cama y los monólogos del sadhu.
Poco a poco fue engordando hasta convertirse en un mono gordo que le costaba subir a los árboles. El sadhu mimaba a Hanuman le llevaba dulces y le colocaba guirnaldas de flores alrededor del cuello, como si de un dios se tratase. Hanuman se dejaba hacer y aunque a veces desaparecía durante horas, siempre regresaba a la protección del sadhu.
En el templo, en los alrededores y en las aldeas cercanas se comenzó a hablar de la sorprendente relación entre un sadhu y un mono. Algunos peregrinos y visitantes del templo, se quedaban hasta el atardecer, para ver al sadhu sentado con las piernas cruzadas frente a Hanuman, hablando en un bengalí culto, que muchos de ellos no entendían, mientras Hanuman comía dulces.

Cuando comenzó a llover el sadhu decidió volver al árbol para ver si ya había regresado Hanuman. Pero allí no había nadie y el sadhu comenzó a sentirse nervioso. Buscó por todo el templo, por los alrededores, por la pequeña aldea que rodeaba al templo, pero no lo encontró, ni nadie le supo decir nada de aquel mono gordo con collares de flores alrededor del cuello. Al caer la noche el sadhu seguía solo.
Fue una noche oscura, negra como la diosa Kali, una noche sin estrellas, ni luna, con un cielo cubierto de nubes. El sadhu estaba solo, solo en medio de la oscuridad.
A la mañana siguiente unos peregrinos encontraron el cuerpo de un sadhu envuelto en un manto blanco, a su lado había un morral también blanco y una vieja escudilla con restos de comida.
Algún tiempo después, comenzó a correr de boca en boca la historia de la amistad entre un sadhu que vivió en el templo y el dios Hanuman.

©Mireya.

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