martes, 25 de enero de 2011

PALACIO STOCLET




Palacio STOCLET
Avd. Tervueren 281
Bruselas (Bélgica)

El palacio Stoclet está considerado como una obra de arte total. Arquitectura, pintura, escultura, diseño de muebles, decoración... Todos los elementos forman una unidad.
La UNESCO le ha otorgado el título de Patrimonio de la Humanidad en 2009.

Adofphe Stoclet (Bruselas 1871–1949) fue un rico financiero que, además del dinero también le gustaba el arte y lo coleccionaba. Probablemente porque era una forma de dejar constancia de su poder económico y de su gusto por la belleza. Tenía una gran colección de arte asiático, con objetos religiosos budistas e hinduistas.
Se casó con Suzanne Stevens (Bruselas 1874-1959) que provenía de una familia de artistas y de personas relacionadas con el arte. Su tío fue el pintor Alfred Stevens (Bruselas 1823-1906) y su padre fue un marchante de arte.
La pareja vivió en un principio en Milán y más tarde en Viena donde entró en contacto con el ambiente de la Secesión Vienesa. Allí conocieron a Josef Hoffmann (Moravia 1870-1956) uno de los arquitectos secesionistas y al pintor Gustav Klimt (1862-1918). A los que propusieron el diseño, la construcción y la decoración de un palacio en la capital austriaca. Pero Adofphe Stoclet tuvo que volver a Bruselas por motivos familiares y económicos. Así que cambió sus planes y decidió construir su nueva mansión en Bruselas y no en Viena.

En 1903, el arquitecto Josef Hoffmann y el artista austriaco Koloman Moser (1868-1918) abrieron los Wiener Werkstätte (Talleres de Viena), donde producían, con ayuda de artesanos, objetos que ellos diseñaban y que luego aplicaban a la arquitectura y otras artes. La artesanía comenzó a tener un peso importante en aquella época. Era una forma de hacer frente a la industrialización que empezaba a estar presente en todos los campos, incluso en el artístico.
Durante la construcción del Palacio Stoclet, los Wiener Werkstätte fueron muy importantes, de allí salieron muchos trabajos que se utilizaron en el palacio.
Las obras comenzaron en 1905, a Hoffmann le dieron total libertad para que pudiese diseñar como él quisiese. No tuvo ninguna condición y además podía disponer del dinero que necesitase. Era el sueño de cualquier arquitecto y el edificio quedó terminado en 1911.
En los planos y en el alzado, Hoffmann utilizó líneas y volúmenes geométricos, cubos. Lo que le sigue dando un aspecto moderno al edificio que hoy se puede contemplar.
El exterior del palacio se revistió de mármol blanco noruego “turili” y bronce para los rebordes de las esquinas.
En el interior se usaron maderas nobles y mármoles.
Gustav Klimt realizó un friso compuesto de nueve tablas en las que estuvo trabajando desde 1905 hasta 1909 y que decoran el comedor del edificio. Se trata de un ciclo de la vida.

Adofphe Stoclet vivió en este palacio hasta su muerte en el año 1949.
En 2002 el palacio se cerró, tras la muerte de la baronesa Anny Stoclet. Y desde entonces permanece cerrado.
En la actualidad el palacio no se puede visitar, únicamente te puedes acercar y ver el exterior.

Mireya Martínez-Apezechea

martes, 18 de enero de 2011

EMULANDO A GEORGES PEREC

Emulando a Georges Perec


No me gusta:
El calor agobiante del verano, que me chantajeen emocionalmente, los paisajes áridos, las infusiones,
el arte muy recargado, los cuadros hiperrealistas, las películas con violencia muy explícita, los bidés, las obligadas reuniones de Navidad, el café frío, los helados, los pasteles de crema, las películas de romanos, el olor a naftalina, la fruta verde, las bebidas con burbujas, los licores, fumar, el olor a tabaco en la ropa, las personas radicales, las que no escuchan, las que parlotean sin sustancia, las que no te miran a los ojos o no se quitan las gafas de sol cuando hablan contigo, las posesivas, las rencorosas, el que exige y no se exige, la doble moralidad, los susceptibles, ir a la peluquería, trasnochar, coger taxis, el circo, las ferias, las corridas de toros ni las fiestas donde se maltratan animales, apostar, jugar a la lotería, llegar tarde, los parques de atracciones, el zumbar de un mosquito alrededor de mi oído cuando estoy dormida.
No me gusta las joyas, los ramos de flores, los perfumes ni el champán.


Me gusta:
Pasear en los días nublados, el ronroneo de los gatos, dibujar, pintar, leer, escribir, las iglesias románicas,
El Monasterio del Escorial, la música con instrumentos de viento y percusión, el jazz, ver el mar, la naturaleza, observar animales, los paisajes verdes del norte, la música celta, Madrid, a pesar de todos sus inconvenientes, el olor a lumbre de leña, que me quieran de verdad, los abrazos cálidos y acogedores, los besos, escuchar una buena conversación, madrugar, tener mi propio espacio físico y mental, el olor a café y tostadas, las pastas de té, el olor cuando llueve, escuchar una tormenta por la noche cuando estoy acostada, los zapatos, el teatro, pasear con un perro, los cuadros impresionistas, un Cola Cao y una ducha caliente cuando tengo frío, los huevos fritos con patatas, las sopas, los colores vivos, las fuentes, bañarme en el mar cuando hay olas, los frutos secos, el tocinillo de cielo, las personas que se autoanalizan, el olor cuando pelo una mandarina
Me gustan las personas flexibles, respetuosas, y me gusta cuando logro ser así.

Paloma

martes, 11 de enero de 2011

MORIR DOS VECES



MORIR DOS VECES


Quizá el verano es siempre así - se dijo Marc - tendré que acostumbrarme.
Se encontraba en un pueblecito de la costa norte de Inglaterra con temperatura fresquita, casi otoñal, un mar encrespado, suaves colinas y apenas habitantes.
La casa que le había proporcionado la Compañía no era grande, pero contaba con un cuidado jardín y espléndidas vistas. Situada en el borde de un acantilado, el océano le guardaba la espalda y desde cualquier ventana se veía el camino que ascendía hasta ella. Perfecta para sus planes. La intendencia y limpieza corría a cargo de un matrimonio que le visitaría dos veces por semana, y su conexión con el mundo estaba asegurada a través del móvil y el ordenador. No necesitaba más.
Le pareció curioso que, por educación o indiferencia, nadie de la comunidad hubiera mostrado un mínimo interés por el motivo de sus estancia entre ellos. Mejor; no quería dar explicaciones y tampoco mentir.
Olvidar era otra cosa. Le llevaría su tiempo

Sintió miedo. Lo normal es que el avión estuviera reconociendo la superficie del océano para rescatarle y que él hiciera señas con la camisa para atraer su atención, pero en lugar de eso, con un impulso irracional, la ató al mástil como una bandera, era lo que siempre en los tebeos y el cine hacen los náufragos, siguió desprendiéndose de los zapatos y pantalones que colocó junto a la chaqueta que todavía conservaba, simulando una figura humana tumbada en completo abandono en el fondo del bote, y se tiró al agua.
La cabeza le dolía terriblemente, su lengua estaba pastosa y la sed se hacía ya casi insoportable. Aún con los músculos agarrotados, nadó unas brazadas alejándose y esperó. El avión, pequeño, rápido, potente, saeta disparada desde tierra hacia una diana concreta, se situó encima de su objetivo y disparó: una ráfaga, dos, tres. Aterrado escondió la cabeza debajo del agua. Alguien estaba cavando su tumba. Las balas levantaban astillas de los maderos atravesando el probable cuerpo tendido, la camisa quedó hecha jirones, su hogar ocasional escorado y a punto de zozobrar. El pájaro mortífero cumplida su misión, describió un circulo de inspección y enfiló hacia el horizonte.
No se había equivocado en su presentimiento. Solo de nuevo en la inmensidad del mar, volvió hasta la barca enderezándola con gran esfuerzo y puso rumbo hacia la costa, siguiendo la estela dibujada por el aparato. Para llegar solo necesitaba viento favorable y un poco de suerte.

Un brindis por su buena suerte, era lo último que recordaba Marc antes de despertar a la deriva en medio del océano. Celebraba junto a sus colaboradores una fiesta por haber conseguido aislar, tras años de experimentos, el principio activo que en un tiempo razonable permitiría producir la vacuna que acabara con la terrible pandemia. “La naturaleza tiene respuesta para todas las enfermedades” le decía siempre su maestro. Y efectivamente la encontró en una planta común originaria de esta región.
El representante de la multinacional farmacéutica que patrocina la investigación, era el anfitrión.
-Fui drogado y querían matarme ¿por qué?
Con una de las tablas levantadas convertida en remo pudo volver a tierra. Y ahora, en la otra parte del mundo, en un lugar fuera de cualquier ruta turística, trataba de recomponer su ánimo y tal vez esconderse de un asesino

Los días se sucedían plácidamente, aunque no conseguía la paz interior. Miles de interrogantes sin respuesta le asaltaban.
-Soy científico y no puedo hacerme eco de los rumores que desde antiguo circulan respecto a los intereses que mueven a los Laboratorios. Dicen que solo tratan de hallar remedios, ya que las soluciones definitivas no serían rentables.
Toda mi vida la he consagrado a este proyecto. Si desaparezco, al ser yo el único que podría componer el rompecabezas de los distintos ensayos, no habría medicamento definitivo. Me niego a aceptar esta hipótesis
¿Qué otras razones puede haber?- se preguntaba
John el director del otro equipo investigador, rival al final, había perdido su oportunidad de demostrar que su teoría era más acertada. Incluso de compartir, quién sabe, un Premio Nóbel.
Otros Laboratorios han podido encargar a una mafia que acabe con mi vida para que no se patente la vacuna...
-¡Dios mío! Nunca sospeché que tanta gente estuviera interesada en hacerme desaparecer. Socorro, socorro- gritó para liberar la angustia.

Nadie acudió en su ayuda. A la segunda fue la vencida

ALICIA

martes, 4 de enero de 2011

La leyenda del JACARANDÁ.


En la provincia argentina de Corrientes nació esta leyenda en torno al jacarandá, un árbol de follaje caduco o semi caduco, de gran porte y resistencia, copa ancha y ramificada y vistosa floración.

Cuando los españoles comenzaron a poblar Corrientes, trayendo consigo a sus familias, vino a habitar ese rico suelo un caballero que traía consigo a su hija Pilar, una bella jovencita de escasos dieciséis años, de tez blanca, hermosos ojos azules, casi violetas, y negra cabellera. Se instalaron en una zona no muy retirada de la ciudad de las Siete Corrientes, en una reducción donde los jesuitas cumplían su misión enseñando a cultivar la tierra a los guaraníes.
Entre los jóvenes de esa reducción se distinguía Mbareté, un muchacho veinteañero alto y fornido, que trabajaba la tierra de sol a sol.
Una tarde en que Pilar salió a caminar en compañía de una doncella que la servía, vio a Mbareté trabajando y se enamoró perdidamente de él. Mbareté también la observó con disimulo al principio, con desenfado después, y admiró su blanca piel, su negro cabello y el color de sus ojos.
El encuentro fue fugaz. Tan sólo intercambiaron una mirada. Pero Mbareté la siguió con la vista hasta que la joven desapareció entre las flores del jardín. El indio buscó la forma de que el jesuita le asignara tareas cerca de las casas y, en silencio, hurgaba por cuanta abertura había, para poder ubicar a la joven.
Pilar, entre tanto, no podía borrar de su retina la imagen del joven aborigen, sus ojos, su pelo, sus labios y su torso desnudo curtido por el sol.
No pasó mucho tiempo y un día Pilar y Mbareté se encontraron. Esta vez las miradas fueron largas y profundas. Tan profundas que -sin palabras- se adentraron en el espíritu de ambos, mutuamente.
Mbareté pidió ál sacerdote que los instruía que le enseñara el castellano. Y aprendió rápido todas aquellas palabras que le sirvieran para expresarle a Pilar que la amaba desde el primer día en que se vieron. Y buscó la forma de encontrarla a solas y poder hablarle. Y esa oportunidad la tuvo el día en que halló a la joven sentada en la orilla del río mirando el atardecer. El joven se acercó y sin decir una palabra permaneció observándola hasta que el sol se escondió detrás de unas nubes que jugaban en el cielo.
Entonces, Mbareté se sentó junto a ella y, ante su asombro, le habló en español -balbuceante, al principio- para confesarle su amor. Pilar se ruborizó, se sintió confundida, quiso ocultar sus sentimientos, pero sus hermosos ojos azules y su cálida sonrisa la traicionaron y el joven pudo comprobar que era correspondido.
Los encuentros se repitieron. Mbareté le propuso huir juntos, lejos, donde su padre no pudiera encontrarlos. Le habló de construir una choza, lejos, río arriba, para ella y para él, y allí unir sus vidas. Pilar aceptó. Mbareté trabajó sin descanso y, cuando la choza estuvo terminada, amparándose en las penumbras de una noche, en que una enorme luna de plata les brindó su complicidad, ambos escaparon.
A la mañana siguiente, el caballero español buscó infructuosamente a su hija, hizo averiguaciones y alguien de la reducción le comentó que la habían visto frecuentemente en compañía de Mbareté y que éste también había desaparecido.
Furioso, el padre convenció a varios compañeros para que lo ayudaran a encontrar a la pareja y, fuertemente armados, comenzaron la búsqueda. Pasaron varios días hasta que descubrieron la choza junto al río. Sigilosamente, tomaron posiciones para observar a sus moradores. Así vieron llegar a Mbareté en su canoa, con el producto de su pesca, y vieron también salir a Pilar a recibirlo.
El caballero español no soportó mucho tiempo la visión de aquella escena de los amantes abrazados y salió de su escondite gritando el nombre de su hija y apuntando con su arma al indio. La joven vio el fuego del odio en los ojos de su padre y comprendió lo que cruzaba por su mente. Trató de evitarlo; de explicarle su actitud, pero el español siguió avanzando con el dedo en el disparador. Pilar se interpuso entre los dos hombres en el preciso instante en que la carga fue lanzada y cayó con el pecho teñido de rojo, fulminada por su propio padre. Al ver esto, Mbareté quedó atónito, tieso, sin atinar a defenderse. Fue entonces cuando otro disparo le dio en plena frente y el joven se desplomó sobre el cuerpo de su amada.
El padre, dolorido e indignado, no se acercó a ver los cuerpos e instó a todos a volver a la reducción. Esa noche, la imagen de su hija no pudo apartarse de su mente. El caballero no pudo pegar un ojo, con las primeras luces del alba, inició el camino hacia ese lugar a orillas del río, donde tan solo dos disparos habían puesto fin a un amor puro y fuerte.
Cuando llegó a la choza, el español no halló restos de la tragedia y en el lugar donde la tarde anterior yaciera la pareja -sin que existiera ningún rastro de la sangre allí derramada- se erguía un hermoso árbol de tronco duro y resistente, cubierto de flores azul oscuro que se mecían suavemente con la brisa de la mañana.
El hombre, con lágrimas en los ojos, tardó en comprender que alguien, allá arriba, había sentido misericordia de los enamorados y había convertido a Mbareté en ese impetuoso y corpulento árbol, y que los bellos ojos de su hija Pilar lo miraban desde todas y cada una de las azules flores del jacarandá.

Leyendas de la Argentina.

Jacaranda mimosifolia, a menudo conocido simplemente como jacarandá, jacarandá o tarco, es un árbol subtropical oriundo de Sudamérica (Argentina, Bolivia, Brasil, Paraguay y ampliamente extendido a causa de sus bellas y duraderas flores azules. El término jacarandá proviene de su nombre nativo guaraní y significa ‘fragante’; y el término mimosifolia, proviene del latín, y significa de hojas parecidas a las de una mimosa. También se lo conoce con el nombre palisandro, que hace referencia al palisandro africano (Dalbergia cearensis).


O.M.

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