miércoles, 29 de junio de 2011

Medianoche en París.(el mejor Woody Allen)

Woody Allen nos devuelve la magia del cine, mientras nos ofrece una romántica y encantadora visión de la capital francesa en su último film “Medianoche en París”. La comedia protagonizada por Owen Wilson cuenta con varios rasgos característicos de las primeras películas del realizador neoyorquino.

Una ciudad luz impresionante, (muy bellas imágenes de la capital francesa) aún bajo la lluvia, una pareja que no se lleva muy bien y una mezcla de personajes legendarios son dos de los principales pilares sobre los que se estructura la trama de “Medianoche en París”. La música es para un post aparte, excepcional.
Gil Pender es un escritor de guiones para películas hollywoodenses que quiere incurrir en el formato de novela. De paso por París con su prometida, intenta encontrar fuentes de inspiración por las encantadoras calles de la ciudad y lo logra de una particular forma: mientras deambula sin rumbo una medianoche por París, un viejo coche lo lleva de paseo hacia el pasado, más precisamente hacia los años 20. Gil encontrará en ese pasado a famosos personajes de la cultura mundial, como escritores y pintores (Hemingway, Picasso, Dalí, Man Ray, etc.) y también a una mujer que le demostrará, sin quererlo, que no siempre el pasado es mejor que el presente…

La película nos trae al viejo y gran maestro Woody Allen, el que hizo de 'Annie Hall', 'Manhattan' o 'Hannah y sus hermanas' auténticas obras maestras y al más contemporáneo, el que se rinde y se entrega a los encantos de los escenarios europeos. De hecho, es probable que se trate del film actual de Allen más influenciado por la geografía de la ciudad donde está ambientada.

Una vez más, el reparto es otro punto fuerte en un film del neoyorquino. Cuenta con varias caras muy conocidas como la de Owen Wilson, Rachel McAdams, Kathy Bates, Carla Bruni, Marion Cotillard y Adrien Brody (que a pesar de aparecer en una sola escena, se destaca encarnando a un muy simpático Salvador Dalí).

“Medianoche en París” es una comedia con varios aciertos, que aprovecha al máximo un París espectacular, donde transcurren las acciones y que muestra que pese a su larga trayectoria, Woody Allen es capaz de mantener la frescura y la originalidad y de permanecer fiel a sus orígenes devolviendo la magia del cine.

O.M.
europapress

miércoles, 22 de junio de 2011

EL ÚNICO QUE VOLVIÓ A CASA

Es un hecho que se repite en todas las épocas de vacaciones: el abandono de mascotas. Los más “responsables” los acercan hasta un centro de acogida, a una sociedad protectora. Los más irresponsables los dejan en cualquier sitio con la altísima probabilidad de que mueran atropellados y con el consiguiente peligro de que provoquen un accidente de fatales consecuencias. En este segundo día de verano he recordado una crónica que escuché, hace unos cuantos años, a Vicente Romero en Radio Nacional de España y que paso a reproducir para compartir con todos.

El único que volvió a casa
Vicente Romero 30/5/2006

Se aproxima otra época de abandono de perros. Centenares de cachorros que llegaron a cientos de hogares como regalo de Navidad o Reyes, serán abandonados por sus irresponsables propietarios cuando se produzca la fuga masiva por vacaciones que empieza ya a planearse en éstos días calurosos que invitan a pensar en el veraneo. Por eso, seguramente, un oyente tan amigo de los perros como yo me recuerda aquella canción del inmortal Georges Brassens, que décadas atrás ya se quejaba del abandono masivo de mascotas en Francia. Brassens pedía a sus dueños que no los abandonaran en la carretera número siete, a lo largo del Rhône. Y, sabiendo que su súplica era inútil, añadía con extraordinaria dureza no importa que esa gentuza se empotre contra un árbol; de todos modos, como no tienen alma... A propósito de todo esto, voy a narrar una historia que me han contado. Que ocurrió semanas atrás en un barrio del sur de Madrid, pero bien podría ser un cuento con moraleja a lo Brassens.

La pasada Semana Santa, cuando se produjo el inevitable éxodo masivo hacia las costas, un matrimonio con dos hijos decidió --como tantos otros-- librarse de ese estorbo que el perro representaba para sus vacaciones. Una noche, a solas, marido y mujer hablaron de cómo hacerlo. Sabían que los niños lo echarían de menos. Pero les dirían que se había escapado. Fingirían buscarlo, para tranquilizarlos, y les dirían que seguro que alguien lo recoge, ya que es tan mono y tan cariñoso. Después, confiaban en que la diversión en la playa les ayudaría a olvidarlo. Así, un par de días antes de emprender su ansiado viaje a Cullera, subieron al perro en el coche y se alejaron una decena de kilómetros, hasta otra ciudad dormitorio. Sin alejarse demasiado de la autopista, abrieron la puerta y empujaron al pobre animal con la seguridad de que no volverían a verlo. Si tenía suerte, encontraría otro hogar --se dijeron-- si no, acabaría hecho un guiñapo ensangrentado en el arcén de la carretera. ¡Qué más da! Una obligación menos, un gasto menos, una responsabilidad menos... Arrancaron y aceleraron, sin volver la vista atrás para no contemplar como el perro corría inútilmente detrás del coche, incapaz de entender aquella traición.

Dicen los vecinos de esa familia --de esa gentuza, diría Brassens-- que a primera hora de la tarde del viernes previo a Semana Santa, cuando el padre regresó de su oficina, llenaron el coche de trastos playeros, le pidieron a alguien que echara un vistazo a su casa, y se despidieron hasta el domingo de Resurección. Cuentan también que el martes santo, el perrillo volvió a su casa. Sucio, maltrecho, se sentó en el portal a esperar que alguien le abriese el paso. Sin saber qué hacer, los vecinos le pusieron un cuenco con agua bajo las escaleras y le bajaron algo de comer, día tras día, esperando que sus amos regresaran. Pero pasó el domingo y no aparecieron. El lunes supieron que jamás volverían: se habían matado, el matrimonio y sus dos hijos, cuando emprendían el viaje de vuelta. Su piso sigue cerrado desde entonces. El perro vive enfrente, y sus nuevos amos se conmueven al explicar que, cada vez que lo sacan a pasear, todavía olisquea la puerta de lo que fue su casa y gime con una pena profunda.

martes, 7 de junio de 2011

El MASSACHUSETTS DE SERT

Casa de Josep Lluís Sert en Cambridge, 1958


Maqueta del Pabellón de España, en la Exposición Universal de París, 1937




Desde febrero de 2009, el canal uno de TVE emite un programa que se ha hecho muy popular y que gusta mucho a los televidentes, españoles por el mundo. En pocos minutos un español que vive en cualquier parte del planeta, comenta algunos detalles sobre el país donde vive, sobre como ha llegado allí y que está haciendo en aquel lugar. Son unas pinceladas, un eco de que existen otros lugares, de que hay otras formas de buscarse la vida, de que no es necesario quedarte en el país donde has nacido. No se profundiza en nada, no se aprende nada nuevo del país en cuestión, ni de la persona protagonista en particular. Pero en la mente del televidente queda la sensación de que el mundo es grande y que está lleno de españoles. Son los nuevos emigrantes, unos emigrantes movidos por diferentes circunstancias, conocimiento, aventura, amor, mejora profesional… han elegido vivir en otro lugar, pero en la mayoría de los casos, pueden volver a su lugar de origen cuando quieran.
Durante los años cincuenta y sesenta, se calcula que alrededor de un millón de trabajadores españoles se marchó del país, para buscar una forma digna de vida. Aquí había poco trabajo y peor pagado. La Europa de la postguerra comenzaba a reconstruir sus ciudades y su industria, necesitaba mano de obra y muchos trabajadores encontraron allí su oportunidad.
Unos años antes, en los cuarenta, al término de la Guerra Civil, otro grupo importante de españoles, también tuvo que dejar el país, quedarse les hubiera podido costar la vida y la libertad. Muchos cruzaron andando a Francia, otros se marcharon en barco hacia América. Pero casi medio millón de personas dejó el lugar donde había nacido para seguir viviendo. Aunque muchos de ellos eran trabajadores sin cualificación, un grupo muy importante, casi la mitad, eran profesionales bien preparados. Científicos, docentes, matemáticos, psiquiatras, médicos, intelectuales, artistas, historiadores, escritores, ingenieros… tuvieron que irse del país. Entre ellos el arquitecto catalán Josep Lluís Sert.
Sert buscaba una arquitectura moderna, racionalista, creadora de bienestar social. Una nueva arquitectura para una sociedad más igualitaria, más justa. Había estudiado en Barcelona y trabajado en el estudio de Le Corbusier donde se empapó de ideas nuevas. Se unió al GATEPAC (grupo de arquitectos y técnicos españoles para el progreso de la arquitectura contemporánea) deseando construir nuevos edificios y ciudades.
Durante sus primeros años como arquitecto, construyó varios edificios en Barcelona, los más importantes de esta primera época fueron la Casa Bloc (1934) y el Dispensario Antituberculoso (1935) que todavía se pueden ver en la Ciudad Condal.
Luego, unas elecciones democráticas, un golpe de estado, una guerra civil acabaron con la modernidad de un plumazo. Entre medias hubo una Exposición Universal en el París de 1937. Participaron muchos países, España estaba en guerra, pero el gobierno decidió levantar un pabellón que les representase. Los artistas no cobraron por su trabajo, únicamente se les pago los materiales utilizados.
Josep Lluís Sert y Luis Lacasa construyeron un sencillo y moderno edificio de tres niveles, donde Picasso expuso el Guernica y su escultura Cabeza de Mujer. Joan Miró presentó su cuadro, El payès català en revolució. Julio González, la escultura La Monserrat. Alberto su columna, El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella. Y donde se rindió homenaje, exponiendo algunos de sus trabajos, al escultor Francisco Pérez Mateo que, había muerto unos meses antes en combate. También participó Alexander Calder, el escultor estadounidense amigo de Miró y más tarde de Sert, con su fuente de mercurio.
Al término de la guerra Josep Lluís Sert pasó a Francia y desde allí a Estados Unidos. Los primeros años se dedicó a dar conferencias en diferentes universidades, después encontró trabajo como catedrático en la Universidad de Yale. Mientras tanto estuvo trabajando en una serie proyectos en distintos países de Latinoamérica.
Unos años más tarde, en 1953, la Universidad de Harvard le nombró decano de la Escuela de Diseño, cargo que ejerció hasta su jubilación en 1969.
En Cambridge, Massachusetts, la Universidad de Harvard le cedió un terreno, donde Sert construyó su casa. Una casa mediterránea, cúbica, de cubiertas planas, articulada alrededor de tres patios. Una casa encerrada en sí misma. Dicen los que le conocieron, que Josep Lluís Sert era una persona muy abierta, que le gustaba rodearse de jóvenes, enseñar, aprender, que se daba a los demás sin dificultad, pero que le gustaba tener su espacio privado, íntimo, por eso protegió su casa de las miradas del exterior, pero fue una casa abierta a amigos y estudiantes.
Cuando se pasea por Cambridge, la casa de Sert, es un punto discordante en la calle Irving. Rodeada de casas de madera con ventanas y puertas al exterior, con jardines sin cerramientos, casas que invitan a mirar lo que pasa dentro. La de Sert aparece rodeada por las tapias de los patios exteriores, pasando desapercibida a la mirada de los curiosos.
Pero además de su casa, en Cambridge y en Harvard, Sert realizó varias obras importantes de las que hoy en día todavía podemos disfrutar.
No lejos de su casa, levantó El Centro de Estudio de las Religiones del Mundo. Las Oficinas de New England Gas and Electric Association. La Escuela Elemental Martin Luther King. El Edificio de Oficinas “44 Brattle St.”. El Holyoke Center. El Science Center y el Peabody Terrace.
En la Universidad de Boston levantó el edificio de la Facultad de Derecho, la biblioteca de esta facultad, el Centro de Estudiantes y la Biblioteca Mugar.
El último edificio que construyó en ese entorno, fue la Residencia de Estudiantes en el Campus del MIT.
En esta zona de Massachusetts, la presencia de este arquitecto catalán es indiscutible, sus ideas de modernidad las podemos ver a simple vista en sus edificios.
En Barcelona también podemos disfrutar de la Fundación Miró diseñada y levantada por el amigo íntimo del pintor, Josep Lluís Sert, entre 1972 y 1975.
Acabada la dictadura y mejorada la situación económica, muchos exiliados y emigrantes volvieron, otros habían muerto o no quisieron regresar. Sert pasó sus últimos años en Cataluña, murió en Barcelona el 15 de marzo de 1983. La obra de Sert hoy en día es conocida mundialmente.

Mireya Martínez-Apezechea

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