lunes, 28 de junio de 2010






NUNCA MÁS
Detención, traslado a trenes de carga, viaje de días en vagones hacinados. Personas de todas las edades, juntos como paquetes.
Comienza la deshumanización. No son detenidos, no son NADA.
Estación de llegada, separación de familias y amigos. Las mujeres en un lado, los hombres en otro. Una segunda selección de personas válidas para el trabajo y de personas mayores y enfermas.
Divididos en grupos, se les traslada a barracones donde se les quita todo lo que en ese momento poseen, incluida la ropa. Desnudos pasan a las duchas de agua fría, se les da harapos para vestirse. Se les rapa el pelo. El pelo de las mujeres luego servirá para hacer tejidos.
Continúa la deshumanización. No son detenidos, no son NADA.
Los que pueden trabajar son enviados a pelotones de trabajo, donde se sacará el máximo provecho con el menor coste posible, hasta que la muerte acabe con ellos. Se les marcará un número en la piel, ya no tienen nombres, sólo un número y una marca en la ropa. Triángulos de distintos colores, rojo para los presos políticos, verde para los criminales, azul para los apátridas, negro para los vagabundos, gitanos y prostitutas, rosa para los homosexuales, violeta para los testigos de Jehová, blanco con una S en el centro para los presos políticos españoles y una cruz de David para los judíos.
Los enfermos y viejos, directamente a la cámara de gas.
La mayoría de las personas que, llegaron a los campos de exterminio, terminaron en los crematorios. Sin ningún ritual, sin ninguna despedida, se metían los cuerpos, uno de tras de otro, como si se tratase de un trabajo en cadena.
Deshumanización total. No son detenidos, no son NADA.
Todo estaba planificado, pensado, como si de un proceso industrial se tratara. Había que exterminar al supuesto enemigo. Ese era el fin. Pero además había que aprovechar la fuerza de trabajo. Muchas empresas utilizaron mano de obra esclava, también se utilizó en el campo. Algunas personas sirvieron de cobayas para experimentos médicos…

“ARBEIT MACHT FREI”
(el trabajo os hace libres)

Esta frase está escrita en la puerta de entrada al campo de Auschwitz.
En 1979, la UNESCO declaró a este lugar Patrimonio de la Humanidad, para que nadie olvide el genocidio, para que no se vuelva a repetir.
Auschwitz, OSWIECIM para los polacos, se encuentra a setenta kilómetros de Cracovia. Es fácil llegar allí en autobús público, es más difícil enfrentarte a lo que pasó en aquel lugar durante la Segunda Guerra Mundial.
Oswiecim era un antiguo cuartel del ejército polaco. Tras la invasión nazi en septiembre de 1939, se comenzó a utilizar como cárcel para polacos y más tarde para prisioneros rusos. Se fue ampliando y construyendo diferentes campos de trabajo, concentración y exterminio.
En septiembre de 1941 se realizaron allí, las primeras pruebas de asesinato masivo con zyklon B. Los primeros ejecutados fueron seiscientos soldados soviéticos y doscientos cincuenta enfermos.
Tras el “éxito” comenzaron a llevar al campo de Auschwitz, a personas desde distintas partes de Europa, la mayoría de ellos judíos.
También fue allí donde en 1943, el doctor Josef Mengele comenzó a experimentar con niños gemelos y enanos, la mayoría de sus víctimas fueron gitanos.
El horror que se vivió en aquel lugar durante cuatro años, está todavía presente en la atmósfera. El libro de Primo Levi, Si esto es un hombre (1958), describe toda la miseria humana que se vivió allí.
El 27 de enero de 1945 hacía frío, nevaba cuando el ejército soviético entró en Auschwitz. Los nazis habían abandonado el campo unos días antes, llevándose a los sobrevivientes que podían caminar. No tuvieron tiempo de matar a los enfermos, así que se quedaron en sus barracones sin saber que hacer. Algunos murieron y allí estaban sus cadáveres, otros eran esqueletos vivientes, todos vestidos con harapos, vagando sin saber que hacer. Los soviéticos no sabían si habían entrado en un campo de concentración o si se encontraban en un cementerio. Era difícil enfrentarse a lo que estaban viendo.
Visitar Auschwitz, es decir NUNCA MÁS.

Mireya Martínez-Apezechea
Auschwitz 27 de julio de 2009



EL CENICERO
Llevaba demasiado tiempo buscándolo, así que cuando lo vio colocado en un simple puesto del mercado dominical, creyó que no podía tratarse del mismo objeto. Se paró en seco, lo miró y por fin se decidió a cogerlo con las dos manos, como si se tratase de un objeto ceremonial y un sudor frío le recorrió todo el cuerpo.
Sí, era lo que llevaba años buscando.
Lo olió, pero el barro seco, cocido y utilizado durante años, no tenía el olor de la arcilla fresca. Aquel cuenco olía a tabaco, seguramente lo habían utilizado como cenicero y pensó que no estaba mal el uso que le habían dado, puede que él lo usase para lo mismo, ¿por qué no?
Observó que tenía algún golpe, pero estaba en perfecto estado, sobre todo sabiendo que tenía sesenta años.
¡Sesenta años!, entonces yo tengo setenta y cinco, calculó rápidamente. Hasta aquel momento no había tenido conciencia de su edad. Tanto tiempo sin relacionarse con nadie, sin saber muy bien en que día vivía, le había hecho olvidarse de sus años.
Y aquel domingo, con aquel cenicero en sus manos, se dio cuenta de que era un anciano.
Volvió a observar el cenicero, aquel objeto era el único testigo de lo que había vivido durante un año.
Un año, trescientos sesenta y cinco días, ¿qué es un año en medio de setenta y cinco?, pero un año puede tener más peso que el resto de la vida y él era consciente, de que aquel año de 1944, había marcado para siempre la suya.
Trabajar con la arcilla, mezclarla con agua, quitarle las impurezas, las pequeñas bolsas de aire... aquel trabajo le permitió olvidarse del miedo, de las vejaciones y de la impotencia que sentía en aquel lugar, le hacía olvidarse de que estaba solo, de que ya no podía estudiar, ni leer, ni ver a sus amigos, ni estar con su familia. Aquel trabajo le ayudaba a resistir y resistió, todavía estaba vivo ¿no?, se preguntó.
Años después, se enteró de que, había trabajado para una famosa industria cerámica de la zona. Una industria, que como tantas otras en aquel país, había utilizado mano de obra esclava y prisionera, para sacar sus productos durante la guerra.
Se acordó de que utilizaban moldes para realizar los objetos, él estuvo meses rellenándolos con la forma del objeto que ahora tenía en sus manos.
Sí, aquello había sido verdad, ahora tenía la prueba en sus manos, no había sido una pesadilla como pensaba a veces, había existido, había sido real.

-¿Le gusta el cenicero?, preguntó una chica joven con el pelo de punta y una oreja taladrada con pequeños pendientes de colores.
- ¿El cenicero?, sí, me gusta, respondió él.
- Es muy antiguo, dijo ella, pero se lo dejo por tres euros, ya casi nadie fuma y los ceniceros son difíciles de vender.
-Ah, muy bien, dijo él, y sacó tres monedas para pagar.
Volvió a su casa y colocó el cenicero sobre la mesa, lo volvió a mirar, a sopesar en sus manos. Abrió la ventana, era primavera, los árboles estaban en flor, había un olor dulce en la atmósfera, lanzó el objeto al vacío y a continuación se tiró él.

Mireya Martínez-Apezechea

lunes, 21 de junio de 2010

YEDRA


Yedra

Me encuentro con ella por casualidad mientras doy un paseo. La veo salir de la casa. Más que salir hace una aparición estelar chorreando por encima de lo que supongo es una tapia. Chorrea con elegancia, y no me digáis que a este verbo y a este sustantivo no les pega ir unidos porque si la tuvierais delante no lo dudarías. Si solo hay que verla dejar caer sus ramas como si nada, sin darse importancias, como el que lo ha hecho desde que ha nacido.
¡Qué de colores en todo su cuerpo y cuantos matices en los colores!
En lo más profundo el verde se mezcla con el negro, con el marrón cuando la luz consigue empezar a colarse. El Sol hace su exhibición en las capas de fuera mostrando ante mis ojos una gran variedad de verdes. Se adueña de todo y a las hojas más cercanas las vuelve de color amarillo brillante, incluso otras toman tintes rojizos por el reflejo de los ladrillo de la tapia de al lado.
Un Papá Noel encaramado a una ventana, que no conseguirá poner el pie en tierra firme en todas las Navidades, mira a la yedra de reojo, dándose cuenta de que está
salpicada de hojas muertas hechas de arena tostada y de que los bebés hoja tienen color cáscara de lima porque aún les queda tiempo para oscurecer con la experiencia.
Cruzo la calle despacio, mirándola embobada de izquierda a derecha de arriba abajo, como una niña contemplando la cola de un vestido de novia tejida con miles de hojas de charol, robustas y con nervios, de color más claro, que parecen brazos abiertos para coger la luz. Imagino que dentro de cada una de ellas debe haber praderas de musgo cruzadas por ríos de savia, cielos color esmeralda y olivas de manzanilla como estrellas. Sospecho que debe oler a paseos entre prados santanderinos y si me apuráis a tortilla de patata, filetes empanados o pimientos fritos.
El ruido de una moto sin tubo de escape me coloca de nuevo en la acera.
Algunos insectos que toman el Sol en las hojas que parecen amarillas, se esconden muy dignos, intuyo que hasta enfadados por haberles acortado el tiempo de solárium. La yedra está frente a mí, su sangre es de distinto color a la mía, su verdor ha descansado mi vista y ha hecho que haya visto otro mundo dentro del mío.

Paloma ©


lunes, 14 de junio de 2010

MISION CUMPLIDA. Relato.

Había sido un cobarde. Durante toda su vida; así se juzgaba. Nunca en los años de universidad fue capaz, por miedo, de alinearse junto a los que se oponían al Régimen. Por supuesto que internamente lo repudiaba, pero pusilánime en extremo, temía ser detenido y llevado a los calabozos de la Puerta del Sol donde, decían, un tal Billy el Niño era capaz de hacer a cualquiera cantar La Traviata aunque no supiera la letra. Cuando reconocía a un secreta en las aulas se alejaba, no como otros que le increpaban. De las carreras perseguidos por grises a caballo se escondía: nunca asistió a una manifestación.
Su bautismo tuvo lugar en Londres a principio de los setenta; paseaba un domingo por las calles desiertas cuando escuchó un clamor compacto, musical, que como las olas del Cantábrico crecía y crecía para luego morir dulcemente en el silencio. Siguiendo aquel sonido llegó a una avenida donde miles de personas de todas las edades, algunas empujando cochecitos de bebé, ocupaban la calzada pacíficamente haciendo el eco cada cierto tiempo al eslogan que les llegaba a través de un megáfono: Irlanda libre, repetían.
Los ojos se le llenaron de lágrimas.
Acomodaticio, fundido en la grisura de un trabajo rutinario, no comentó con nadie el prodigio del que había sido testigo. Cualquiera se fiaba.
En la Transición repudió con su presencia el asesinato de los abogados de Atocha y apoyó el canto a la libertad después del 23-F. En los años siguientes también estuvo en las manifestaciones por los asesinatos de Miguel Angel Blanco, Tomás y Valiente, del 11-M e incluso contra la guerra en Irak. Eran grandes ocasiones en las que nadie podía permanecer impasible; luego volvía a la rutina con mala conciencia. Siempre se sintió en deuda con la sociedad y descontento consigo mismo.
Este año al jubilarse y disponer de todo su tiempo, vida solitaria sin familia, decidió que debía dedicarse a acompañar a todos aquellos que recurrieran a la protesta callejera para reivindicar sus objetivos. Más vale tarde que nunca.
Meticuloso, ordenado, empezó a anotar en una agenda todas las manifestaciones que se convocaban: día, hora, lugar, motivo. De entrada tenía previsto excluir las de carácter exclusivamente político para evitar la esquizofrenia de defender ideas contrapuestas, y tuvo que añadir desconcertado, las de los grupos religiosos. Se mantendría al margen de ambos temas para centrarse en los de contenido cultural, ecológico, laboral, urbanismo, salud y festivas. Las calles de la ciudad eran una continua algarada. Vivió días gloriosos. Pero puestos a elegir, prefería aquella que bajo el lema Abrazos Gratis, le dio ocasión hasta hartarse de, siendo tímido, perder la vergüenza y recibir entre sonrisas el calor del otro al devolverle el abrazo.
Se había convertido en un coleccionista de manifas; en un manifestante vocacional.
En mes y pico estuvo en 32; un ritmo frenético.
Entendía que un pueblo que ha estado tantos años amordazado, ahora se “emborrachara” de libertad pidiendo cosas a veces imposibles, e incluso molestando a los demás con la ocupación de la calle. Eso es la Democracia: poder dar su opinión cada ciudadano sobre cualquier tema sin temor, con naturalidad. Así de fácil.
Volvía a casa con la garganta rota y los pies destrozados, pero feliz. Íntimamente se sentía redimido.
Su corazón acompasado a un cuerpo sedentario, no pudo resistir tanto esfuerzo, tanta emoción. Descansa ya en paz.

Alicia

lunes, 7 de junio de 2010

PIAF. El gorrión sobrevuela Madrid.


Les voy a ser muy sincero, al principio me resultó un poco extraño, hasta que el oído se acostumbró. Las sensaciones no lo fueron menos, me sentía un pelín desubicado; ¿estaba en Madrid o en Buenos Aires?
Las entradas me las regaló una amiga del curso de narrativa (¡gracias Alicia! nuevamente), así que tuve que llegar al teatro un rato antes y recogerlas. La persona que me entregó las entradas en el Nuevo teatro Alcalá, que sino me equivoco es del también argentinísimo Alejandro Romay, era argentina; la persona que las recibió cuando ingresamos a la sala también y la acomodadora, obvio, que también era argentina. Y no hablemos de los productores, Adrián Suar y Lino Patalano y la supervisión musical de Alberto Favero.
Hasta ahí un poco desconcertado por tanto argentino suelto, pero, ya sentado y ubicado en la 9na fila, junto con otra compañera del curso de narrativa y su hija, cuando comienza la obra, ¡los escucho a todos hablar en porteño!, en un canshengue más propio de los arrabales de Buenos Aires que de París, (que hashé… papá) me vuelvo a desubicar y no les cuento cuando llegaron las canciones cantadas en francés y el momento cuando apareció la bandera francesa arriba del escenario, fue el súmmum.
Con el correr de la obra, los diálogos continuaban en un porteño tan marcado que, de verdad, me hizo un poco de ruido en el oído y entiendo como se deben haber sentido los españoles presentes en la sala.
Según mis compañeras, hablaban muy rápido, tal es así que dijeron que hubo chistes y parlamentos que no se entendieron. Y es verdad. Hubo situaciones y parlamentos que quedaron en el olvido.
En el debate posterior, hablamos de como el escritor y el director remarcaron en la puesta en escena todo lo "negro" y "oscuro" de la vida de esta mujer, con una voz envidiable y como esa forma de vida tan vertiginosa la llevó a convertirse en lo que hoy es, un ícono de la cultura francesa contemporánea.
Aquí se dio la paradoja del verbo coger y ¡su otro significado!, que tan bien está representado arriba del escenario.
Más allá de esto, a los pocos minutos el oído se acomodó y terminó siendo un placer escuchar determinadas palabras o frases que hacía mucho tiempo que no las escuchaba; y ni que hablar de las actuaciones de todos, comenzando por Elena Roger, ¡Excelente! y todo el elenco. ¡Qué voz! ¡Qué voces!, la escenografía; justa y necesaria, el sonido, los efectos de sonido, el diseño de luces, el vestuario; espectacular todo.
La gente; teatro lleno, estuvo casi 20 minutos de pie aplaudiendo. Es curioso, a pesar de la extraña mezcla de los personajes franceses (actores argentinos) y del gorrión de París hablando en porteño, con las canciones en francés (aunque creo que la mezcla le juega en contra aquí en Madrid) sentís que te canta con la verdad, con una pasión arrolladora y visceral, como ella dice y las vibraciones de las canciones te llegan hasta los huesos! ¡Imperdible! ¡Qué mujer y qué interpretación!

Algunos datos del programa;
El laureado PIAF protagonizado por Elena Roger llega al Nuevo Teatro Alcalá de Madrid03/03/2010 El espectáculo de Pam Gems que recrea la vida de la célebre cantante francesa Édith Piaf se representará durante una temporada limitada, hasta el 18 de julio.
PIAF, el exitoso espectáculo de Pam Gems dirigido por Jamie Lloyd que recrea la vida de la cantante francesa Édith Giovanna Gassion, más conocida como Édith Piaf, llegó a Madrid con la actriz Elena Roger como protagonista. Elena Roger ya protagonizó PIAF en Londres. Tras representarse con gran éxito en el Donmar Warehouse de la capital británica durante los meses de agosto y septiembre de 2008, el espectáculo dirigido por Jamie Lloyd dio el salto al West End, estrenándose el 21 de octubre del mismo año en el Vadeuville Theatre.
Por su encarnación de la cantante francesa, Roger obtuvo el premio Laurence Olivier 2009 a la Mejor Actriz en un Musical. PIAF recalará en Madrid tras haberse estado representando, desde julio del 2009 y hasta el pasado 28 de febrero de 2010, en el Teatro Liceo de Buenos Aires con la misma Elena Roger como protagonista. Junto a Elena Roger, el elenco de PIAF en Madrid cuenta con la presencia de Gipsy Bonafina en el papel de Toine y de Pablo Sultani como Bruno/Jacques Phills. Junto a ellos estarán Natalia Cociuffo, Eduardo Paglieri, Nestor Sánchez, Rodrigo Pedreira, Pablo Grande, Angel Hernandez, Federico Llambi, Romina Groppo, Martin Andrara y Mariano Taccagni.

PIAF retrata la vida pasional, turbulenta, atropellada, generosa y tremendamente vital de la cantante francesa Edith Piaf (1915-1963), apodada como "El Gorrión de París". Hija de una cantante callejera alcohólica y de un artista callejero que pronto la abandonó, creció en un burdel, actuando con su padre y cantando en las esquinas por monedas, donde fue descubierta por el dueño de un cabaret que empezó a apadrinarla. Llegó a la cima del mundo, desde un olvidado burdel parisino, cautivando con su inigualable estilo a las elites de todo el continente, rasgando su alma en cada interpretación como si se tratase de la última vez.
El espectáculo realiza un recorrido por las canciones más sobresalientes de su carrera a través de un repertorio de 13 temas musicales entre los que destacan títulos como “La vie en Rose” o “Non, je ne regrette rien”.
Omar Magrini





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