martes, 31 de mayo de 2011

Cada casa es un mundo.

Nada mejor que las largas y soleadas tardes de la primavera, en el madrileño Parque del Retiro, para pasear con amigos, tomar un helado o una Coca Cola y enterarte de las cosas de la vida, pero de la vida de los otros. (No me mal entiendan… je, je, je,)
Siempre que vienen amigos o familiares a visitarnos a casa, los llevamos a conocer y a caminar por el parque. Esta vez nos visitó un amigo inglés, en realidad vino por trabajo y se quedó el fin de semana con nosotros. Tuvimos oportunidad de hablar y mucho. Lo que sigue a continuación es un resumido relato del último año de su vida sentimental. (Con su consentimiento)

Hace 3 años Peter (34 años) conoció a Glenda (32 años, nacida en Alemania) en el Museo Británico, en la ciudad de Londres. Ambos estaban extasiados contemplando la Piedra Rosetta; de repente se vieron reflejados en los gruesos cristales blindados que cubren la piedra y hubo flechazo y amor a primera vista. Pregunta va, sonrisa viene, ¿qué dirán esos jeroglíficos? y esas cosas que se dicen, luego tomaron un café, luego fueron a almorzar… luego se pusieron de novios y al poco tiempo se fueron a vivir juntos.
Ahora viene lo mejor; el año pasado, en setiembre, Glenda renuncia a su trabajo y le dice a Peter que se va seis meses a recorrer el mundo con una mochila al hombro. Peter, mas allá de enojarse o sorprenderse, la felicita por la idea y le dice que no hay problemas, que aproveche y que disfrute del viaje.
Y así Glenda, con su mochila al hombro, se fue a pasear el mundo y Peter se quedó en Londres trabajando. A los 2 meses de la partida de ella, él se tomó unos días de vacaciones y se fue a Tokio, ahí se encontraron y estuvieron juntos una semana viajando por el país del sol naciente. Luego Peter volvió a su trabajo y a ella a seguir peregrinando por el globo.
Pasaron dos meses más, él volvió a pedir unos días de vacaciones y se fue a Sidney, Australia, por una semana y ahí, en el hemisferio sur, vivieron una semana de puro amor saltando de un lugar a otro, literalmente, como dos canguros más. (Según sus palabras)
Luego de esa semana él volvió a Londres a seguir trabajando y ella a seguir de viaje por otros dos meses. Cumplidos los 6 meses, Glenda volvió a Londres y a los 20 días consiguió el trabajo en el cual está ahora.
Hoy continúan con sus vidas, felices y contentos en el mismo departamento, ubicado en las afueras de Londres.

“Cada casa es un mundo” decía mi abuela y ¡cuánta razón tenía! Pero haciendo una reflexión rápida; que lejos (y muy lejos) que está esta anécdota, de la realidad que viven familiares y amigos en Argentina; algunos de los cuales ni se les ocurriría salir de la provincia de Buenos Aires. Conociéndolos y dicho por ellos mismos; ni de chicos, ni de adolescentes, ni de novios (y menos dejar a la novia sola 6 meses que se vaya a recorrer el mundo!) ni de casados y encima con hijos; nunca jamás se les cruzaría por la cabeza la idea de irse de viaje por tanto tiempo.
Tengo primos que sólo conocen Córdoba y Mar del Plata y otros que no salieron del país. Y no solo primos, amigos, y de buena posición, que si quisieran podrían hacerlo tranquilamente, pero la idea ni se les aparece por su cerebro. Ellos, como muchos, como la mayoría, eligieron tener muy cerca a la familia y a los amigos, si hasta en las vacaciones se van todos juntos.

Como si fuera poco, y para terminar de convencernos de que lo que hicieron es absolutamente normal, el domingo en el parque había dos jóvenes inglesas tomando sol al borde del estanque, muy cerca nuestro; y la conversación giró en torno a la elección del lugar al cual se irían a vivir y a trabajar el año próximo para acumular experiencia; Hong Kong, Dubai, Australia o Nueva Zelanda. Nosotros, como dicen los nuestros amigos españoles, flipábamos. Peter se reía y nos decía “ven…”
Y así surgió la gran pregunta, ¿por qué aquí, en el hemisferio norte es o suena tan común escuchar a adolescentes (y algunos no tanto) decir; me voy a dar una vuelta al mundo, o me tomo un año sabático para recorrer y después vuelvo a seguir trabajando? O lo que también es bastante frecuente; terminar la universidad y buscar el futuro laboral en otro país. Creo que para los del norte suele ser normal tomar la decisión de irse; y la familia, los padres y los novios saben que puede ocurrir y lo aceptan.
Una situación que para los del sur es totalmente distinta, pareciera que costara muchísimo cortar el cordón y separarse del enclave familiar y de los amigos. ¿Por qué será? ¿Por la cultura, por los afectos, por las distancias o por la forma de vivir? En fin, ya encontraré las respuestas y se las diré.

Peter se queda hasta el martes, trataré de averiguar un poco más sobre como va esa relación, aunque según dijo, con viajes o sin ellos, hasta el altar no paran.

O.M.

jueves, 12 de mayo de 2011

COMPAÑERO DEL ALMA



Compañero del alma

Si no fuera por la niebla, que se lo estaba comiendo a mordiscos, habría podido calcular cuanto medía el puente que tenía delante.
En ese momento tomé conciencia del temperamento tímido de aquella bruma que se levantaba del río, nada que ver con el egocentrismo de los huracanes. Cuando las nubes deciden rozar la tierra lo hacen de forma tan anónima que nunca nadie les ha dado nombre propio.
Debido a esa modestia, al mediodía el sol la había apartado sin miramientos y ella se hizo invisible sin discutir, pero había sabido esperar hasta que fue oscureciendo. Entonces regresó con fuerza para invadir a su antojo todo lo que se le pusiera por delante. Ya llega hasta la mitad del puente dando la sensación de que está a medio construir. Las figuras que lo cruzan se enturbian con la distancia mientras tragan la nube por sus narices y sus bocas si es que se atreven a hablar. Van deprisa azuzados por el frío húmedo que empapa sus ropas, sobre todo si son de paño o de cualquier otro tela a la que la niebla pueda agarrarse, en cambio, los chubasqueros la rechazan sin piedad obligándola a transformarse en pesadas gotas que resbalan por el tejido robándole así su más preciada capacidad: la de flotar. Las gotas que la siguen conservando se lían alrededor de las farolas, que iluminan más que otros días al perderse la luz en un laberinto de pizcas de agua del que no saben salir.
Esta noche, los ojos del puente tienen cataratas tan espesas que no le dejan ver a su compañero de río abajo, camarada del alma al que le debe la vida, pues cuando iban a mutilar sus pretiles para ensancharlo apareció el puente nuevo. Siempre estará en deuda con él, aunque poco pueda hacer. Tiene ojos con los que ve, pero no tiene boca con la que decir ni movilidad para actuar. Para darle las gracias sólo pudo apretar sus piedras unas contra otras, asentar bien los cimiento en tierra y hacerse más fuerte.
―¿Has visto el cartel qué han puesto en el puente nuevo? ―escuchó un día a dos personas que pasaban por encima de él― "Atención, vehículos de más de 18 toneladas pasen por el puente romano".
Entonces supo que, a pesar de sus diecinueve siglos, había conseguido hacer algo por su amigo: descargar del trabajo más duro al recién nacido.

Paloma ©

miércoles, 4 de mayo de 2011

OTRAS VIDAS



Otras vidas

Siempre solo. En el colegio los niños tímidos son la presa preferida del grupo dominante, del que impone su voluntad a los demás. Jorge lo era. No tenia amigos; afortunadamente, pensaba, sí una familia con la que se sentía feliz.

Cogió como cada tarde la llave de debajo de la esterilla y entró en el piso. Encima de la mesa de la cocina encontró como siempre la merienda y una nota: la cena está en el microondas, no me esperes. Besos, mamá.
Apenas la veía un ratito cuando se levantaba y desayunaban juntos. Tenía turno de tarde / noche y a veces, jugándose una reprimenda porque estaba prohibido a las empleadas hacer llamadas personales, le hablaba desde la centralita: ¿cómo estás?, ¿qué haces?, ¿ha ido todo bien?. Al tono lastimero, culpable, por no estar en ese momento junto al hijo, Jorge contestaba con monosílabos, deseoso de acabar rápido los deberes para instalarse en su observatorio.

Al atardecer subido en la taza del inodoro, miraba atentamente por el ventanuco del cuarto de baño. El centro de su atención era la casa de enfrente cuyos habitantes, a través de las ventanas iluminadas y ajenos al espionaje, desarrollaban su vida frente a él.
La mamá inclinada sobre el hombro de la hija ayudándola en los deberes; ese joven que siempre era recibido al llegar del trabajo con un beso apasionado; el abuelo que fumaba a escondidas su cigarrillo echando el humo al viento; un padre que jugueteaba con el bebé y le daba desmañado el biberón...

Hablaba con ellos. Se confiaba, llegando incluso a reír a carcajadas cuando comentaba algo divertido que había ocurrido en clase. Era su familia, el mundo al que emocionalmente pertenecía y donde nunca se sintió solo, ninguneado. Allí nadie le daba disculpas que no comprendía, ni le exigía un amor incondicional.

Crecía desdoblado entre lo que ocurría de cuarto de baño para adentro y su fantasía de ser miembro activo de aquellos otros hogares. Cada noche cuando su madre le daba un beso en la cama, le encontraba sonriendo dormido y eso la tranquilizaba.

****


Al mediodía, aparecía por el sendero muy decidida. Echaba una moneda en la ranura y apuntaba el catalejo no al paisaje, sino hacia un cercano bloque de viviendas. No era curiosidad malsana, no por Dios, lo definía como una visita de cortesía antes de entrar al trabajo. Se sentía perdida, sin una árbol al que abrazar; la vida para una mujer joven con un hijo, es muy duro. Reconocía que le daban envidia sus compañeras que en los ratos de descanso comentaban incidentes familiares, proyectos, ilusiones. Ella escuchaba, sin participar, no tenía nada que decir.
Apenas podía ver a Jorge por cuestión de horarios y además, era tan callado, siempre ensimismado en su mundo, que tampoco llenaba por completo su soledad. Aquellas familias a las que hacía el seguimiento diario, lejos en la distancia física, muy cerca emocionalmente, si lo conseguían. En la hora de la comida se reunían en torno a la mesa, hablaban, discutía, vibraban. Compartía sus vidas, se consideraba uno de los suyos. Acogida, aceptada.
Con ese sentimiento placentero abandonaba el lugar y marchaba camino de la fábrica.

Alicia

LinkWithin

Related Posts with Thumbnails