miércoles, 24 de noviembre de 2010

SIN AZÚCAR


Sin Azúcar

Al contarme mi suegra su proyecto de irse a África, quizás imaginó que tocaría enormes baobabs con forma de botella, pero nunca que su destino fuera América ni que muchos niños de la calle acabarían llamándola abuela Lola.
Aquella noche ella se subió a un sueño y yo recordé uno después de muchos meses
sin lograrlo: el asfalto de la carretera se había convertido en agua, un ancho cauce por el que nadaban cientos de delfines, era un espectáculo maravilloso. Lo miraba con atención desde un ángulo del que no puedo dar ninguna referencia, pues sólo es posible en los sueños. La sed me despertó en medio de él por eso pude retenerlo, así que tendré que dar las gracias a las anchoas que Lola había traído desde Santoña y las cuales me cené en una ensalada que podía llamarse de cualquier forma menos frugal.
Sentí frío en los pies al tocar el suelo. Mi mujer se empeñó en ponerlo cerámico cuando hicimos la obra: «Así se limpia mejor, se le pasa la fregona y listo» pero estaba gélido y esto molesta sobre todo en los meses de invierno. En cambio el agua la quería de la nevera. Un vaso, otro vaso y a la cama. Al cerrar los ojos los delfines seguían allí. Parecían estar esperándome para ponerse a nadar de nuevo. Nadaban y nadaban contracorriente a gran velocidad sin aparente esfuerzo, apareciendo y desapareciendo de la superficie continuamente, parecía tan fácil hacerlo que daban ganas de zambullirse y bucear con ellos. El Sol estaba muy alto y se reflejaba en sus lomos como si aquellos animales estuvieran hechos de titanio. Años más tarde, navegando en una pequeña embarcación por el Amazonas, al ver delfines rosados, Lola se acordaría del sueño que le conté aquel amanecer, cuando después de haberme bebido los dos vasos de agua tuve que levantarme a desbeberlos.
Al salir del cuarto de baño un olor a café me convirtió en un dibujo animado flotante que siguió la estela del olor por el pasillo.
─¿Te pasa algo Lola?
─No, estoy bien. No podía dormir.
Con los ojos guiñados por el exceso de luz miré el reloj del microondas, las seis y media.
─Pues yo llevo una noche ajetreada con animales marinos. Por una parte tus anchoas me han dado sed y por otra no he parado de soñar con delfines que iban por la M- 607 camino de la sierra. Al llegar a La Pedriza subían por El Manzanares que parecía el Amazonas, figurate su anchura . Yo creo que el alcalde los está agrupando en La Charca Verde para el día que acabe las obras de la M-30 mandarlos río abajo para más gloria de la inauguración…
─Seguro que no era el Manzanares Jorge, era el Nilo.
―¿El Nilo?
―Tengo que decirte algo importante. Vas a ser el primero en saberlo.
. ─Dejame adivinar, te has echado novio y vais a hacer un crucero por Egipto.
―No hay novio ni crucero.
Esperé impaciente, seguro de que lo venía después me iba a sorprender.
―Quiero irme a África.
―¿Quieres irte a África? ―desde luego no había calibrado bien el grado de sorpresa.
Ella daba vueltas al café igual que si en aquella taza hubiera un horizonte en el que perder la mirada.
―Me encontré con Pepa y Carmen hace unas semanas: “¿Que preparando las Navidades para repartirte entre tus hijos y tus nietos?” Y antes del verano me dijeron: “Ya te estarás organizando para que te traigan a los nietos en vacaciones. Es lo único que te queda, son los que te dan la vida después de lo de tu marido".
Se quedó en silencio. Comprendí que esas palabras habían sido combustible para su cerebro y que ahora mismo sus neuronas estaban en plena manifestación con una gran pancarta que decía: Exijo mi derecho a no ser comodín.
―Mi tiempo siempre podía esperar frente al de Ernesto, frente al de los niños. Pensé que aquello cambiaría, pero mi tiempo sigue esperando, ahora por mis hijos y por mis nietos. Y así seguirá si no hago algo para que sea diferente.
No quería interrumpirla sabía que no había terminado de hablar y aunque hubiera querido no habría sabido que decir.
―Quizá Pepa y Carmen lleven razón ―continuó― en lo de las navidades, quizá tengan razón, el verano es siempre así y así tenga que ser, pero yo necesito algo más que a mis nietos. ¿Imaginas lo que se debe sentir al cambiar el destino de un niño sin futuro? Jorge, en alguna parte tiene que hacer falta una maestra sin experiencia pero con muchas ganas de aprender y enseñar. No sé como contárselo a mis hijos, la que me da más miedo es tu mujer siempre ha sido muy burra. Ayúdame.
Era su yerno preferido. Yo lo sabía, todos lo sabían. No se cortaba en decirle a su hija, como ella me había confesado, que tenía un mirlo blanco en casa, que me cuidara porque no iba a encontrar a otro que la aguantara tanto como yo. Cuando Ana se enfadaba conmigo su frase preferida era: “Vaya, parece que el mirlito blanco no lo hace todo tan bien”.
―Te ayudaré. Te voy a echar mucho de menos Lola. Eso sí, tendré una buena excusa para conocer África. Procura que delante de tú casa haya un baobab, desde que leí El principito quiero ver uno de verdad.
A los niños aún no se les oía rebullir pero escuchamos que Ana se había levantado y antes de que entrara por la puerta nos miramos a los ojos y yo tomé un sorbo de café como a mí me gusta, sin azúcar.

Paloma ©

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