martes, 9 de noviembre de 2010

CONFESIONES EN EL TREN.

-¿Para que sirve la fidelidad?
Con esa pregunta se despachó Anita, mi compañera de trabajo, hoy, casi de madrugada, cuando nos íbamos a Guadalajara.
Semejante planteo a las 8 de la mañana, en un tren que está cruzando Castilla-La Mancha, no me hizo mucha gracia, pero sí logró que me despertara de golpe, ya que hablo como si le hubieran dado cuerda.
Su relato se centró en que hacía un tiempo atrás, (No precisó fechas exactas) en una de las tantas cenas de fin de año, su novio le confesó, luego de unas cuantas copas de Cava, que había tenido un desliz pasajero, sin importancia según él, con una joven anónima, de la calle, de la cual no sabía su nombre, ni su edad, ni de donde era, ni nada. Sólo un cuerpo que pasó, tal la definición que usó.
Se imaginarán mi cara ante semejante confesión, me puse muy incómodo y no sabía que decir, no tengo tanta confianza con ella, somos compañeros de trabajo y hace muy poco que la conozco, pero me acomodé a la situación.
Ella continuó (acentuando con su soliloquio el bamboleo del tren), enumerando las razones y causas que su “boyfriend” puso sobre la mesa esa noche, de por qué había hecho lo que hizo y por qué se había comportado de esa forma, después de casi seis años de noviazgo.
Los ojos de Anita, comenzaron a llenarse de lágrimas.
El segundo piso del vagón del tren de cercanías estaba lleno de gente y algunos me miraron un poco raro (¿Qué pensaría esa gente? ¿que qué le estaba diciendo yo a esa joven que lloraba sin consuelo? En fin, allá ellos)
Hasta que llegó la temida pregunta, que estaba esperando que no llegara:
-¿Existe la fidelidad? Seis años tirados a la basura por un momento de debilidad (¿Carnal?) ya no le creo lo que me dice… Anoche discutimos muy fuerte porque no quiso hacer nada… Claro, seguramente tuvo otro momento “fugaz” durante el día… ¿A ti qué te parece?...
Como no paraba de llorar, la abracé y traté de calmarla, mientras el altavoz del tren anunciaba que estábamos en Alcalá de Henares. Le di un pañuelo para que se limpie las lágrimas, junté coraje y comencé a buscar en la galera argumentos verosímiles (La situación era un poco delicada) le dije que debía preocuparse por ella, que tratara de no ponerse mal, que abriera un compás de espera y pensara que quería hacer, que ella era demasiado bonita para llorar por un hombre y bla, bla, bla…
Estuve bastante tiempo tratando de levantarle un poco la autoestima y el ánimo, que a esa altura del viaje estaban debajo de los durmientes de la vía. Hasta que me acordé de una vieja canción que cantaba Marilina Ross que decía: (Si la memoria no me traiciona)

¨···Si el amor no es egoísta, ¿por qué la fidelidad?
Si mi amor se fue está noche y es feliz con quien está,
porque me muero de celos, si el amor antes que nada es dar···”


Anita me quedó mirando, dejó de llorar y luego de unos instantes comenzó a reírse. Ya casi habíamos llegado a Guadalajara y no se habló más del tema. La expresión de su cara había cambiado por completo.
A la tarde volvimos a Madrid, hablando de trabajo, de cómo estaba la nueva oficina comercial y todo ese rollo, y, un minuto antes de bajarse en Atocha, me miró a los ojos, me agarró la mano y me dijo:
-Gracias por prestarme tu oreja y escucharme. Gracias por los consejos. Tengo la canción muy presente, la canté durante todo el día en voz baja. Creo que la voy a poner en práctica…
Me dio un beso en la mejilla y se bajó.
Omar Magrini.

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