NUNCA MÁS
Detención, traslado a trenes de carga, viaje de días en vagones hacinados. Personas de todas las edades, juntos como paquetes.
Comienza la deshumanización. No son detenidos, no son NADA.
Estación de llegada, separación de familias y amigos. Las mujeres en un lado, los hombres en otro. Una segunda selección de personas válidas para el trabajo y de personas mayores y enfermas.
Divididos en grupos, se les traslada a barracones donde se les quita todo lo que en ese momento poseen, incluida la ropa. Desnudos pasan a las duchas de agua fría, se les da harapos para vestirse. Se les rapa el pelo. El pelo de las mujeres luego servirá para hacer tejidos.
Continúa la deshumanización. No son detenidos, no son NADA.
Los que pueden trabajar son enviados a pelotones de trabajo, donde se sacará el máximo provecho con el menor coste posible, hasta que la muerte acabe con ellos. Se les marcará un número en la piel, ya no tienen nombres, sólo un número y una marca en la ropa. Triángulos de distintos colores, rojo para los presos políticos, verde para los criminales, azul para los apátridas, negro para los vagabundos, gitanos y prostitutas, rosa para los homosexuales, violeta para los testigos de Jehová, blanco con una S en el centro para los presos políticos españoles y una cruz de David para los judíos.
Los enfermos y viejos, directamente a la cámara de gas.
La mayoría de las personas que, llegaron a los campos de exterminio, terminaron en los crematorios. Sin ningún ritual, sin ninguna despedida, se metían los cuerpos, uno de tras de otro, como si se tratase de un trabajo en cadena.
Deshumanización total. No son detenidos, no son NADA.
Todo estaba planificado, pensado, como si de un proceso industrial se tratara. Había que exterminar al supuesto enemigo. Ese era el fin. Pero además había que aprovechar la fuerza de trabajo. Muchas empresas utilizaron mano de obra esclava, también se utilizó en el campo. Algunas personas sirvieron de cobayas para experimentos médicos…
“ARBEIT MACHT FREI”
(el trabajo os hace libres)
Esta frase está escrita en la puerta de entrada al campo de Auschwitz.
En 1979, la UNESCO declaró a este lugar Patrimonio de la Humanidad, para que nadie olvide el genocidio, para que no se vuelva a repetir.
Auschwitz, OSWIECIM para los polacos, se encuentra a setenta kilómetros de Cracovia. Es fácil llegar allí en autobús público, es más difícil enfrentarte a lo que pasó en aquel lugar durante la Segunda Guerra Mundial.
Oswiecim era un antiguo cuartel del ejército polaco. Tras la invasión nazi en septiembre de 1939, se comenzó a utilizar como cárcel para polacos y más tarde para prisioneros rusos. Se fue ampliando y construyendo diferentes campos de trabajo, concentración y exterminio.
En septiembre de 1941 se realizaron allí, las primeras pruebas de asesinato masivo con zyklon B. Los primeros ejecutados fueron seiscientos soldados soviéticos y doscientos cincuenta enfermos.
Tras el “éxito” comenzaron a llevar al campo de Auschwitz, a personas desde distintas partes de Europa, la mayoría de ellos judíos.
También fue allí donde en 1943, el doctor Josef Mengele comenzó a experimentar con niños gemelos y enanos, la mayoría de sus víctimas fueron gitanos.
El horror que se vivió en aquel lugar durante cuatro años, está todavía presente en la atmósfera. El libro de Primo Levi, Si esto es un hombre (1958), describe toda la miseria humana que se vivió allí.
El 27 de enero de 1945 hacía frío, nevaba cuando el ejército soviético entró en Auschwitz. Los nazis habían abandonado el campo unos días antes, llevándose a los sobrevivientes que podían caminar. No tuvieron tiempo de matar a los enfermos, así que se quedaron en sus barracones sin saber que hacer. Algunos murieron y allí estaban sus cadáveres, otros eran esqueletos vivientes, todos vestidos con harapos, vagando sin saber que hacer. Los soviéticos no sabían si habían entrado en un campo de concentración o si se encontraban en un cementerio. Era difícil enfrentarse a lo que estaban viendo.
Visitar Auschwitz, es decir NUNCA MÁS.
Mireya Martínez-Apezechea
Auschwitz 27 de julio de 2009
Detención, traslado a trenes de carga, viaje de días en vagones hacinados. Personas de todas las edades, juntos como paquetes.
Comienza la deshumanización. No son detenidos, no son NADA.
Estación de llegada, separación de familias y amigos. Las mujeres en un lado, los hombres en otro. Una segunda selección de personas válidas para el trabajo y de personas mayores y enfermas.
Divididos en grupos, se les traslada a barracones donde se les quita todo lo que en ese momento poseen, incluida la ropa. Desnudos pasan a las duchas de agua fría, se les da harapos para vestirse. Se les rapa el pelo. El pelo de las mujeres luego servirá para hacer tejidos.
Continúa la deshumanización. No son detenidos, no son NADA.
Los que pueden trabajar son enviados a pelotones de trabajo, donde se sacará el máximo provecho con el menor coste posible, hasta que la muerte acabe con ellos. Se les marcará un número en la piel, ya no tienen nombres, sólo un número y una marca en la ropa. Triángulos de distintos colores, rojo para los presos políticos, verde para los criminales, azul para los apátridas, negro para los vagabundos, gitanos y prostitutas, rosa para los homosexuales, violeta para los testigos de Jehová, blanco con una S en el centro para los presos políticos españoles y una cruz de David para los judíos.
Los enfermos y viejos, directamente a la cámara de gas.
La mayoría de las personas que, llegaron a los campos de exterminio, terminaron en los crematorios. Sin ningún ritual, sin ninguna despedida, se metían los cuerpos, uno de tras de otro, como si se tratase de un trabajo en cadena.
Deshumanización total. No son detenidos, no son NADA.
Todo estaba planificado, pensado, como si de un proceso industrial se tratara. Había que exterminar al supuesto enemigo. Ese era el fin. Pero además había que aprovechar la fuerza de trabajo. Muchas empresas utilizaron mano de obra esclava, también se utilizó en el campo. Algunas personas sirvieron de cobayas para experimentos médicos…
“ARBEIT MACHT FREI”
(el trabajo os hace libres)
Esta frase está escrita en la puerta de entrada al campo de Auschwitz.
En 1979, la UNESCO declaró a este lugar Patrimonio de la Humanidad, para que nadie olvide el genocidio, para que no se vuelva a repetir.
Auschwitz, OSWIECIM para los polacos, se encuentra a setenta kilómetros de Cracovia. Es fácil llegar allí en autobús público, es más difícil enfrentarte a lo que pasó en aquel lugar durante la Segunda Guerra Mundial.
Oswiecim era un antiguo cuartel del ejército polaco. Tras la invasión nazi en septiembre de 1939, se comenzó a utilizar como cárcel para polacos y más tarde para prisioneros rusos. Se fue ampliando y construyendo diferentes campos de trabajo, concentración y exterminio.
En septiembre de 1941 se realizaron allí, las primeras pruebas de asesinato masivo con zyklon B. Los primeros ejecutados fueron seiscientos soldados soviéticos y doscientos cincuenta enfermos.
Tras el “éxito” comenzaron a llevar al campo de Auschwitz, a personas desde distintas partes de Europa, la mayoría de ellos judíos.
También fue allí donde en 1943, el doctor Josef Mengele comenzó a experimentar con niños gemelos y enanos, la mayoría de sus víctimas fueron gitanos.
El horror que se vivió en aquel lugar durante cuatro años, está todavía presente en la atmósfera. El libro de Primo Levi, Si esto es un hombre (1958), describe toda la miseria humana que se vivió allí.
El 27 de enero de 1945 hacía frío, nevaba cuando el ejército soviético entró en Auschwitz. Los nazis habían abandonado el campo unos días antes, llevándose a los sobrevivientes que podían caminar. No tuvieron tiempo de matar a los enfermos, así que se quedaron en sus barracones sin saber que hacer. Algunos murieron y allí estaban sus cadáveres, otros eran esqueletos vivientes, todos vestidos con harapos, vagando sin saber que hacer. Los soviéticos no sabían si habían entrado en un campo de concentración o si se encontraban en un cementerio. Era difícil enfrentarse a lo que estaban viendo.
Visitar Auschwitz, es decir NUNCA MÁS.
Mireya Martínez-Apezechea
Auschwitz 27 de julio de 2009
EL CENICERO
Llevaba demasiado tiempo buscándolo, así que cuando lo vio colocado en un simple puesto del mercado dominical, creyó que no podía tratarse del mismo objeto. Se paró en seco, lo miró y por fin se decidió a cogerlo con las dos manos, como si se tratase de un objeto ceremonial y un sudor frío le recorrió todo el cuerpo.
Sí, era lo que llevaba años buscando.
Lo olió, pero el barro seco, cocido y utilizado durante años, no tenía el olor de la arcilla fresca. Aquel cuenco olía a tabaco, seguramente lo habían utilizado como cenicero y pensó que no estaba mal el uso que le habían dado, puede que él lo usase para lo mismo, ¿por qué no?
Observó que tenía algún golpe, pero estaba en perfecto estado, sobre todo sabiendo que tenía sesenta años.
¡Sesenta años!, entonces yo tengo setenta y cinco, calculó rápidamente. Hasta aquel momento no había tenido conciencia de su edad. Tanto tiempo sin relacionarse con nadie, sin saber muy bien en que día vivía, le había hecho olvidarse de sus años.
Y aquel domingo, con aquel cenicero en sus manos, se dio cuenta de que era un anciano.
Volvió a observar el cenicero, aquel objeto era el único testigo de lo que había vivido durante un año.
Un año, trescientos sesenta y cinco días, ¿qué es un año en medio de setenta y cinco?, pero un año puede tener más peso que el resto de la vida y él era consciente, de que aquel año de 1944, había marcado para siempre la suya.
Trabajar con la arcilla, mezclarla con agua, quitarle las impurezas, las pequeñas bolsas de aire... aquel trabajo le permitió olvidarse del miedo, de las vejaciones y de la impotencia que sentía en aquel lugar, le hacía olvidarse de que estaba solo, de que ya no podía estudiar, ni leer, ni ver a sus amigos, ni estar con su familia. Aquel trabajo le ayudaba a resistir y resistió, todavía estaba vivo ¿no?, se preguntó.
Años después, se enteró de que, había trabajado para una famosa industria cerámica de la zona. Una industria, que como tantas otras en aquel país, había utilizado mano de obra esclava y prisionera, para sacar sus productos durante la guerra.
Se acordó de que utilizaban moldes para realizar los objetos, él estuvo meses rellenándolos con la forma del objeto que ahora tenía en sus manos.
Sí, aquello había sido verdad, ahora tenía la prueba en sus manos, no había sido una pesadilla como pensaba a veces, había existido, había sido real.
-¿Le gusta el cenicero?, preguntó una chica joven con el pelo de punta y una oreja taladrada con pequeños pendientes de colores.
- ¿El cenicero?, sí, me gusta, respondió él.
- Es muy antiguo, dijo ella, pero se lo dejo por tres euros, ya casi nadie fuma y los ceniceros son difíciles de vender.
-Ah, muy bien, dijo él, y sacó tres monedas para pagar.
Volvió a su casa y colocó el cenicero sobre la mesa, lo volvió a mirar, a sopesar en sus manos. Abrió la ventana, era primavera, los árboles estaban en flor, había un olor dulce en la atmósfera, lanzó el objeto al vacío y a continuación se tiró él.
Llevaba demasiado tiempo buscándolo, así que cuando lo vio colocado en un simple puesto del mercado dominical, creyó que no podía tratarse del mismo objeto. Se paró en seco, lo miró y por fin se decidió a cogerlo con las dos manos, como si se tratase de un objeto ceremonial y un sudor frío le recorrió todo el cuerpo.
Sí, era lo que llevaba años buscando.
Lo olió, pero el barro seco, cocido y utilizado durante años, no tenía el olor de la arcilla fresca. Aquel cuenco olía a tabaco, seguramente lo habían utilizado como cenicero y pensó que no estaba mal el uso que le habían dado, puede que él lo usase para lo mismo, ¿por qué no?
Observó que tenía algún golpe, pero estaba en perfecto estado, sobre todo sabiendo que tenía sesenta años.
¡Sesenta años!, entonces yo tengo setenta y cinco, calculó rápidamente. Hasta aquel momento no había tenido conciencia de su edad. Tanto tiempo sin relacionarse con nadie, sin saber muy bien en que día vivía, le había hecho olvidarse de sus años.
Y aquel domingo, con aquel cenicero en sus manos, se dio cuenta de que era un anciano.
Volvió a observar el cenicero, aquel objeto era el único testigo de lo que había vivido durante un año.
Un año, trescientos sesenta y cinco días, ¿qué es un año en medio de setenta y cinco?, pero un año puede tener más peso que el resto de la vida y él era consciente, de que aquel año de 1944, había marcado para siempre la suya.
Trabajar con la arcilla, mezclarla con agua, quitarle las impurezas, las pequeñas bolsas de aire... aquel trabajo le permitió olvidarse del miedo, de las vejaciones y de la impotencia que sentía en aquel lugar, le hacía olvidarse de que estaba solo, de que ya no podía estudiar, ni leer, ni ver a sus amigos, ni estar con su familia. Aquel trabajo le ayudaba a resistir y resistió, todavía estaba vivo ¿no?, se preguntó.
Años después, se enteró de que, había trabajado para una famosa industria cerámica de la zona. Una industria, que como tantas otras en aquel país, había utilizado mano de obra esclava y prisionera, para sacar sus productos durante la guerra.
Se acordó de que utilizaban moldes para realizar los objetos, él estuvo meses rellenándolos con la forma del objeto que ahora tenía en sus manos.
Sí, aquello había sido verdad, ahora tenía la prueba en sus manos, no había sido una pesadilla como pensaba a veces, había existido, había sido real.
-¿Le gusta el cenicero?, preguntó una chica joven con el pelo de punta y una oreja taladrada con pequeños pendientes de colores.
- ¿El cenicero?, sí, me gusta, respondió él.
- Es muy antiguo, dijo ella, pero se lo dejo por tres euros, ya casi nadie fuma y los ceniceros son difíciles de vender.
-Ah, muy bien, dijo él, y sacó tres monedas para pagar.
Volvió a su casa y colocó el cenicero sobre la mesa, lo volvió a mirar, a sopesar en sus manos. Abrió la ventana, era primavera, los árboles estaban en flor, había un olor dulce en la atmósfera, lanzó el objeto al vacío y a continuación se tiró él.
Mireya Martínez-Apezechea
3 comentarios:
Ay Mireya que historia y que contexto tan terrible.
Nosotros no fuimos a Polonia, solo estuvimos en Berlin en lo que fueron las ruinas de la SS. Ese día hacia muchisimo frío, pero recuerdo que al estar en ese lugar sentias un frío adicional un frío que te llegaba al alma.
Existe la maldad en el mundo, aun esta presente con otros nombres, otros gobiernos y otras doctrinas. Ojala el Nunca Mas estuviera tan presente.
Gracias por tu relato.
Ya sé Gera, que la maldad está en casi todas las culturas y que los seres humanos somos muy "complicados"... pero lo que más me impresiona, del genocidio cometido durante el nazismo, es su planificación, su perfecta organización, su capacidad de implicar a todo un pueblo.
Gracias por tu comentario.
Mireya
Genocidios los ha habido, continúa habiéndolos y los habrá. La diferencia es que el genocidio Nazi se ha internacionalizado y se ha llevado a la literatura y al cine en innumerables ocasiones. No pasó lo mismo con el terrible genocidio estalinista, quizá por ser algo más "nacional".
Yo, personalmente, me niego a pensar que un pueblo sea culpable de un genocidio, y el alemán no es una excepción.
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