Había sido un cobarde. Durante toda su vida; así se juzgaba. Nunca en los años de universidad fue capaz, por miedo, de alinearse junto a los que se oponían al Régimen. Por supuesto que internamente lo repudiaba, pero pusilánime en extremo, temía ser detenido y llevado a los calabozos de la Puerta del Sol donde, decían, un tal Billy el Niño era capaz de hacer a cualquiera cantar La Traviata aunque no supiera la letra. Cuando reconocía a un secreta en las aulas se alejaba, no como otros que le increpaban. De las carreras perseguidos por grises a caballo se escondía: nunca asistió a una manifestación.
Su bautismo tuvo lugar en Londres a principio de los setenta; paseaba un domingo por las calles desiertas cuando escuchó un clamor compacto, musical, que como las olas del Cantábrico crecía y crecía para luego morir dulcemente en el silencio. Siguiendo aquel sonido llegó a una avenida donde miles de personas de todas las edades, algunas empujando cochecitos de bebé, ocupaban la calzada pacíficamente haciendo el eco cada cierto tiempo al eslogan que les llegaba a través de un megáfono: Irlanda libre, repetían.
Los ojos se le llenaron de lágrimas.
Acomodaticio, fundido en la grisura de un trabajo rutinario, no comentó con nadie el prodigio del que había sido testigo. Cualquiera se fiaba.
En la Transición repudió con su presencia el asesinato de los abogados de Atocha y apoyó el canto a la libertad después del 23-F. En los años siguientes también estuvo en las manifestaciones por los asesinatos de Miguel Angel Blanco, Tomás y Valiente, del 11-M e incluso contra la guerra en Irak. Eran grandes ocasiones en las que nadie podía permanecer impasible; luego volvía a la rutina con mala conciencia. Siempre se sintió en deuda con la sociedad y descontento consigo mismo.
Este año al jubilarse y disponer de todo su tiempo, vida solitaria sin familia, decidió que debía dedicarse a acompañar a todos aquellos que recurrieran a la protesta callejera para reivindicar sus objetivos. Más vale tarde que nunca.
Meticuloso, ordenado, empezó a anotar en una agenda todas las manifestaciones que se convocaban: día, hora, lugar, motivo. De entrada tenía previsto excluir las de carácter exclusivamente político para evitar la esquizofrenia de defender ideas contrapuestas, y tuvo que añadir desconcertado, las de los grupos religiosos. Se mantendría al margen de ambos temas para centrarse en los de contenido cultural, ecológico, laboral, urbanismo, salud y festivas. Las calles de la ciudad eran una continua algarada. Vivió días gloriosos. Pero puestos a elegir, prefería aquella que bajo el lema Abrazos Gratis, le dio ocasión hasta hartarse de, siendo tímido, perder la vergüenza y recibir entre sonrisas el calor del otro al devolverle el abrazo.
Se había convertido en un coleccionista de manifas; en un manifestante vocacional.
En mes y pico estuvo en 32; un ritmo frenético.
Entendía que un pueblo que ha estado tantos años amordazado, ahora se “emborrachara” de libertad pidiendo cosas a veces imposibles, e incluso molestando a los demás con la ocupación de la calle. Eso es la Democracia: poder dar su opinión cada ciudadano sobre cualquier tema sin temor, con naturalidad. Así de fácil.
Volvía a casa con la garganta rota y los pies destrozados, pero feliz. Íntimamente se sentía redimido.
Su corazón acompasado a un cuerpo sedentario, no pudo resistir tanto esfuerzo, tanta emoción. Descansa ya en paz.
Su bautismo tuvo lugar en Londres a principio de los setenta; paseaba un domingo por las calles desiertas cuando escuchó un clamor compacto, musical, que como las olas del Cantábrico crecía y crecía para luego morir dulcemente en el silencio. Siguiendo aquel sonido llegó a una avenida donde miles de personas de todas las edades, algunas empujando cochecitos de bebé, ocupaban la calzada pacíficamente haciendo el eco cada cierto tiempo al eslogan que les llegaba a través de un megáfono: Irlanda libre, repetían.
Los ojos se le llenaron de lágrimas.
Acomodaticio, fundido en la grisura de un trabajo rutinario, no comentó con nadie el prodigio del que había sido testigo. Cualquiera se fiaba.
En la Transición repudió con su presencia el asesinato de los abogados de Atocha y apoyó el canto a la libertad después del 23-F. En los años siguientes también estuvo en las manifestaciones por los asesinatos de Miguel Angel Blanco, Tomás y Valiente, del 11-M e incluso contra la guerra en Irak. Eran grandes ocasiones en las que nadie podía permanecer impasible; luego volvía a la rutina con mala conciencia. Siempre se sintió en deuda con la sociedad y descontento consigo mismo.
Este año al jubilarse y disponer de todo su tiempo, vida solitaria sin familia, decidió que debía dedicarse a acompañar a todos aquellos que recurrieran a la protesta callejera para reivindicar sus objetivos. Más vale tarde que nunca.
Meticuloso, ordenado, empezó a anotar en una agenda todas las manifestaciones que se convocaban: día, hora, lugar, motivo. De entrada tenía previsto excluir las de carácter exclusivamente político para evitar la esquizofrenia de defender ideas contrapuestas, y tuvo que añadir desconcertado, las de los grupos religiosos. Se mantendría al margen de ambos temas para centrarse en los de contenido cultural, ecológico, laboral, urbanismo, salud y festivas. Las calles de la ciudad eran una continua algarada. Vivió días gloriosos. Pero puestos a elegir, prefería aquella que bajo el lema Abrazos Gratis, le dio ocasión hasta hartarse de, siendo tímido, perder la vergüenza y recibir entre sonrisas el calor del otro al devolverle el abrazo.
Se había convertido en un coleccionista de manifas; en un manifestante vocacional.
En mes y pico estuvo en 32; un ritmo frenético.
Entendía que un pueblo que ha estado tantos años amordazado, ahora se “emborrachara” de libertad pidiendo cosas a veces imposibles, e incluso molestando a los demás con la ocupación de la calle. Eso es la Democracia: poder dar su opinión cada ciudadano sobre cualquier tema sin temor, con naturalidad. Así de fácil.
Volvía a casa con la garganta rota y los pies destrozados, pero feliz. Íntimamente se sentía redimido.
Su corazón acompasado a un cuerpo sedentario, no pudo resistir tanto esfuerzo, tanta emoción. Descansa ya en paz.
Alicia
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