jueves, 29 de marzo de 2012

Desde el alma...




FLECHAZO

Un flechazo.
Verte y una descarga de emoción
Surge en el cerebro, desciende al corazón,
Acaba en la yema de los dedos.
Presentimiento.
Me subyugarán tus palabras, ideas, talento.
Miento.
No es solo eso.
Necesito tocarte,
Dibujar el contorno de tu figura
Acariciar con mimo tu piel,
Embriagarme con la fragancia que exhalas
Introduciendo la nariz hasta tú intimidad.
Soy un caníbal.
Acabaré devorándote.

Ahora eres lo más importante en mi vida,
Pero aviso:
Soy infiel.
He tenido memorables experiencias y no renuncio a otras futuras.
Estoy feliz, impaciente,
Empecemos ya.
Y me olvido de mí al abrir la primera página.

Alicia



COMO UN BALANDRO

Como un balandro
Mecido por las olas,

Siguiendo el ritmo, y melodía
Del viento cuando pulsa las teclas.

Así caminas.

A babor, estribor, quieta ahora,
Indiferente y altiva,
Mi deseo se prende de tu cintura.

Subyugado, abducido, enamorado,
Cosido al vaivén de tus caderas,
Asciendo a la sonrisa y tus ojos
Me niegan. Ni advierten mi presencia.

Como un balandro
Abatido por la galerna
Cuando el viento pulsa las teclas,
Mi amor zozobra, naufraga, se hunde.
¡Maldita sea!

Alicia

jueves, 15 de marzo de 2012

Profesía autocumplida.


Hacía tiempo que venía bromeando con el tema y hoy sucedió. Como si fuera una profecía autocumplida.
Sí, hoy jueves a las tres de la tarde, en el gimnasio que está a cuatro cuadras de casa, me caí de la cinta mientras estaba trotando. Si hubiera estado corriendo, el desastre hubiera sido mayor, pero la saqué barata. Menos mal que en plena caída, pude agarrarme con una mano de la barandilla y amortiguar el golpe, pero imagínense, casi dos metros desparramados por el piso del gimnasio…
Por suerte había muy poca gente a esa hora, (por la vergüenza que me dio, me puse todo colorado) y el golpe fue apenas un chichón en la rodilla derecha.

¿Y cómo te pudo pasar eso?, se preguntarán ustedes. Y como no podía ser de otra forma; el móvil, ese mal necesario del siglo XXI. Con él no podemos estar, pero si él tampoco.
Estaba haciendo un trote liviano, pensando en muchas cosas; en que el lunes es el día del padre, en la crisis, en lo flojo de las ventas, en las entregas de los pedidos para el fin de semana, y en el lunes, en el libro que estoy leyendo, en los cuentos que estoy escribiendo y muchas cosas más, y de golpe, ring… sonó.
Sí, el móvil comenzó a sonar y estimo que mi cerebro tardó un poco en ponerse de acuerdo y decirme con claridad como tenía que proceder, aunque en mi cabeza había una voz que decía “estás corriendo en el mismo lugar, trata de mantener el equilibrio y hacer todo a su debido momento”. Y en realidad no sabía que hacer primero; si dejar de trotar, si dejar de pensar, si bajar la velocidad de la cinta, si agarrar la toalla, si apretar el stop, si atender el móvil o hacer todo a la vez. Mientras tanto seguía trotando a una velocidad de 5,2 que marcaba el aparato.
Así fue que mis manos en un ir y venir, manotazo va, manotazo viene, orden y contraorden, y ahí, tal vez sin querer, un dedo rozó el botón del STOP y no hubo equilibrio que me salvara. La cinta se fue frenando de a poco hasta que se paró, la inercia me tiró hacia delante y de ahí al suelo en un segundo, con la mano derecha agarrada a uno de los caños laterales y las dos piernas estiradas todo a lo largo de la cinta. (Parecía Melman, la jirafa de la película Madagascar)
Al instante, se acercó la monitora y me ayudó a levantarme, me preguntó si me sentía bien, le dije que sí, que solo había sido un resbalón. Ahora tengo la rodilla un poco hinchada y a punto de ponerse morada, pero nada grave. Nada que un poco de hielo no puedo solucionar.
Y el móvil siguió sonando hasta que se cansó. No me enteré quién era, el visor decía “Número privado” menos mal, lo hubiera enviado a la casa de su abuelita a hablar por teléfono, aunque no tuviera la culpa.

En fin, como dice el viejo dicho popular, “un tropezón no es caída” (pero como duele!) y a seguir… la próxima vez dejaré el móvil en el locker del vestuario.

O.M.

martes, 6 de marzo de 2012

SEQUIAFOBIA


Sequiafobia

Otro día que me asomo a la ventana y no veo ninguna nube. Deben haberse ido todas a un congreso en el extranjero, porque desde luego hace varios meses que por aquí no se las ve.
Pongo un humificador en el salón y cuatro cacerolas en la cocina, los cinco funcionando a pleno rendimiento para ver si consigo hacerme un cielo de nubes en mi casa, pero después de una hora sólo tengo una tenue neblina, eso sí, mi piel está mucho más hidratada y me pasa lo mismo que a Serrat: de tanto mirar para arriba he visto el rincón del radiador renegrido que da vergüenza.
En mi desesperación, por no haber conseguido nubes en mi techo y encima tener que gastarme dinero en pintar, me lanzo a la calle. Tuerzo a la derecha después a la izquierda, más que nada por aquello de compensar, y me paro delante de una joyería.
―En el collar que tienes en la vitrina de arriba ―le digo al escaparate― las perlas deberían ser de agua de Vichy. Las burbujas harían cosquillas en el cuello y en el escote.
Los brillantes de esos pendientes, que valen seis mil ciento un euros, deberían ser diez gotas de agua de lluvia con hojas de musgo dentro.
No sé si vas comprendiendo la idea, lo que quiero decirte es que en vez de tanto oro, platino y piedras preciosas, deberías mostrar en tus estanterías una verdadera joya: agua.
Dejo de hablar con el escaparate ante la imposibilidad de convencerlo y desde lo alto, antes de empezar a bajar por la calle, miro al horizonte, ninguna nube. Antes de salir de casa también me asomé a la ventana del ordenador y teclee: meteorología 15 días. Tampoco se las espera en ese tiempo.
El miedo a que: los cereales se sequen antes de ponerse verdes, los animales tengan dificultades para beber, los incendios se estén frotando las manos al borde de los bosques, me llegaba hace un mes por las rodillas, hoy me cubre hasta la cintura y como esto siga así me inundará hasta la cabeza y entonces habré caído en un sequiafobia o como se llame esto.

Paloma ©

LinkWithin

Related Posts with Thumbnails