jueves, 15 de marzo de 2012

Profesía autocumplida.


Hacía tiempo que venía bromeando con el tema y hoy sucedió. Como si fuera una profecía autocumplida.
Sí, hoy jueves a las tres de la tarde, en el gimnasio que está a cuatro cuadras de casa, me caí de la cinta mientras estaba trotando. Si hubiera estado corriendo, el desastre hubiera sido mayor, pero la saqué barata. Menos mal que en plena caída, pude agarrarme con una mano de la barandilla y amortiguar el golpe, pero imagínense, casi dos metros desparramados por el piso del gimnasio…
Por suerte había muy poca gente a esa hora, (por la vergüenza que me dio, me puse todo colorado) y el golpe fue apenas un chichón en la rodilla derecha.

¿Y cómo te pudo pasar eso?, se preguntarán ustedes. Y como no podía ser de otra forma; el móvil, ese mal necesario del siglo XXI. Con él no podemos estar, pero si él tampoco.
Estaba haciendo un trote liviano, pensando en muchas cosas; en que el lunes es el día del padre, en la crisis, en lo flojo de las ventas, en las entregas de los pedidos para el fin de semana, y en el lunes, en el libro que estoy leyendo, en los cuentos que estoy escribiendo y muchas cosas más, y de golpe, ring… sonó.
Sí, el móvil comenzó a sonar y estimo que mi cerebro tardó un poco en ponerse de acuerdo y decirme con claridad como tenía que proceder, aunque en mi cabeza había una voz que decía “estás corriendo en el mismo lugar, trata de mantener el equilibrio y hacer todo a su debido momento”. Y en realidad no sabía que hacer primero; si dejar de trotar, si dejar de pensar, si bajar la velocidad de la cinta, si agarrar la toalla, si apretar el stop, si atender el móvil o hacer todo a la vez. Mientras tanto seguía trotando a una velocidad de 5,2 que marcaba el aparato.
Así fue que mis manos en un ir y venir, manotazo va, manotazo viene, orden y contraorden, y ahí, tal vez sin querer, un dedo rozó el botón del STOP y no hubo equilibrio que me salvara. La cinta se fue frenando de a poco hasta que se paró, la inercia me tiró hacia delante y de ahí al suelo en un segundo, con la mano derecha agarrada a uno de los caños laterales y las dos piernas estiradas todo a lo largo de la cinta. (Parecía Melman, la jirafa de la película Madagascar)
Al instante, se acercó la monitora y me ayudó a levantarme, me preguntó si me sentía bien, le dije que sí, que solo había sido un resbalón. Ahora tengo la rodilla un poco hinchada y a punto de ponerse morada, pero nada grave. Nada que un poco de hielo no puedo solucionar.
Y el móvil siguió sonando hasta que se cansó. No me enteré quién era, el visor decía “Número privado” menos mal, lo hubiera enviado a la casa de su abuelita a hablar por teléfono, aunque no tuviera la culpa.

En fin, como dice el viejo dicho popular, “un tropezón no es caída” (pero como duele!) y a seguir… la próxima vez dejaré el móvil en el locker del vestuario.

O.M.

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