miércoles, 18 de enero de 2012

UNA SOMBRA, TAL VEZ

La cabeza le iba a estallar. Repetía mil veces el monólogo escuchado tratando de asimilarlo. De forma maquinal abrió la puerta del piso y salió a la calle desesperado en busca de un sereno inexistente, un barman comprensivo, un indigente a quien despertar. Se ahogaba, necesitaba hablar, ser escuchado, gritar su angustia.
El teléfono había sonado a las 4 de la mañana. Aturdido, sin tiempo ni para elaborar una premonición, descolgó.
Con la frialdad de una computadora la voz desgranaba los datos:
-Le hablamos desde el Hospital Saint Louis. Sentimos comunicarle que el Dr Maiquez acaba de expirar. En accidente de coche. Ocurrió ayer, venía a incorporarse a su turno cuando derrapó, se ignoran las causas.
Su teléfono es el único de un familiar que figura en la ficha, por eso le hemos llamado.
Era muy querido aquí. Lo sentimos señor. ¿Vendrá a hacerse cargo?
Se lo agradecemos, estaremos esperándole. Nuestra condolencia en nombre de la dirección del Hospital.

Oscuridad y silencio en el barrio residencial. Ningún ser vivo en sus avenidas. Incluso la luna le daba la espalda en su agonía. Anduvo errante, siguiendo la línea de farolas que desembocaban en un parque. Solo.
¿Puede un hombre soportar tanto dolor?
Levantó la mirada al cielo buscando una respuesta a lo sucedido, cuando una ventana se iluminó frente a él y una figura de mujer se hizo visible. Con ademanes pausados, llenos de naturalidad y calma, se puso a planchar. De vez en cuando, levantaba la cabeza y escrutaba la noche a través del cristal como escuchando atenta sus sonidos.
Se quedó en suspenso prendido de esa silueta, sombra, imagen que la bombilla situada a su espalda dibujaba ocultando los rasgos Se asió a ella como un naufrago y en voz baja, tal vez sin palabras, le contó lo triste que estaba.

Rememoró el desgarro que sintió al quedar solo con el niño y tener que llenar el hueco de la esposa muerta; su vida dedicada al objetivo de que el hijo fuera feliz. Sonrió recordando complicidades y alegrías compartidas. Remordimiento por no haber sido el padre perfecto, orgullo por la trayectoria profesional del que quiso ser médico siguiendo la tradición familiar. Esa beca para ampliar estudios en Estados Unidos que les había parecido un premio justo, se convertía ahora en el mayor castigo. -¿Por qué, por qué?-
Notaba el corazón desbocado. En las sienes seguía repicando el timbre del teléfono. No podía más.
Entonces la mujer abandonando su tarea, se acercó hasta el límite de la ventana y alzó los brazos en gesto acogedor. Sintió que le recibía en su pecho maternal, cálido, lleno de ternura, y lloró. Lloró con rabia, mansamente después, mientras ella le acariciaba la cabeza siguiendo el ritmo casi olvidado con que lo hacía su esposa cuando él tenía problemas y no podía dormir.

La primera luz del amanecer le encontró sereno, con resignada paz. Se enderezó levantando la cabeza, desanudando las manos que enlazaban sus piernas, despegando la espalda del árbol donde se apoyaba. De pie, miró el escenario de su terrible noche.
En el edificio de enfrente, fachada uniforme, dormían todavía.
Gracias, musitó a una imprecisa ventana.
Caminando despacio se dirigió hacia su domicilio; estaba preparado para el viaje, su adiós al hijo.
Ningún perro ladró, ni salió a su encuentro.

Alicia

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