miércoles, 4 de mayo de 2011

OTRAS VIDAS



Otras vidas

Siempre solo. En el colegio los niños tímidos son la presa preferida del grupo dominante, del que impone su voluntad a los demás. Jorge lo era. No tenia amigos; afortunadamente, pensaba, sí una familia con la que se sentía feliz.

Cogió como cada tarde la llave de debajo de la esterilla y entró en el piso. Encima de la mesa de la cocina encontró como siempre la merienda y una nota: la cena está en el microondas, no me esperes. Besos, mamá.
Apenas la veía un ratito cuando se levantaba y desayunaban juntos. Tenía turno de tarde / noche y a veces, jugándose una reprimenda porque estaba prohibido a las empleadas hacer llamadas personales, le hablaba desde la centralita: ¿cómo estás?, ¿qué haces?, ¿ha ido todo bien?. Al tono lastimero, culpable, por no estar en ese momento junto al hijo, Jorge contestaba con monosílabos, deseoso de acabar rápido los deberes para instalarse en su observatorio.

Al atardecer subido en la taza del inodoro, miraba atentamente por el ventanuco del cuarto de baño. El centro de su atención era la casa de enfrente cuyos habitantes, a través de las ventanas iluminadas y ajenos al espionaje, desarrollaban su vida frente a él.
La mamá inclinada sobre el hombro de la hija ayudándola en los deberes; ese joven que siempre era recibido al llegar del trabajo con un beso apasionado; el abuelo que fumaba a escondidas su cigarrillo echando el humo al viento; un padre que jugueteaba con el bebé y le daba desmañado el biberón...

Hablaba con ellos. Se confiaba, llegando incluso a reír a carcajadas cuando comentaba algo divertido que había ocurrido en clase. Era su familia, el mundo al que emocionalmente pertenecía y donde nunca se sintió solo, ninguneado. Allí nadie le daba disculpas que no comprendía, ni le exigía un amor incondicional.

Crecía desdoblado entre lo que ocurría de cuarto de baño para adentro y su fantasía de ser miembro activo de aquellos otros hogares. Cada noche cuando su madre le daba un beso en la cama, le encontraba sonriendo dormido y eso la tranquilizaba.

****


Al mediodía, aparecía por el sendero muy decidida. Echaba una moneda en la ranura y apuntaba el catalejo no al paisaje, sino hacia un cercano bloque de viviendas. No era curiosidad malsana, no por Dios, lo definía como una visita de cortesía antes de entrar al trabajo. Se sentía perdida, sin una árbol al que abrazar; la vida para una mujer joven con un hijo, es muy duro. Reconocía que le daban envidia sus compañeras que en los ratos de descanso comentaban incidentes familiares, proyectos, ilusiones. Ella escuchaba, sin participar, no tenía nada que decir.
Apenas podía ver a Jorge por cuestión de horarios y además, era tan callado, siempre ensimismado en su mundo, que tampoco llenaba por completo su soledad. Aquellas familias a las que hacía el seguimiento diario, lejos en la distancia física, muy cerca emocionalmente, si lo conseguían. En la hora de la comida se reunían en torno a la mesa, hablaban, discutía, vibraban. Compartía sus vidas, se consideraba uno de los suyos. Acogida, aceptada.
Con ese sentimiento placentero abandonaba el lugar y marchaba camino de la fábrica.

Alicia

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