jueves, 12 de mayo de 2011

COMPAÑERO DEL ALMA



Compañero del alma

Si no fuera por la niebla, que se lo estaba comiendo a mordiscos, habría podido calcular cuanto medía el puente que tenía delante.
En ese momento tomé conciencia del temperamento tímido de aquella bruma que se levantaba del río, nada que ver con el egocentrismo de los huracanes. Cuando las nubes deciden rozar la tierra lo hacen de forma tan anónima que nunca nadie les ha dado nombre propio.
Debido a esa modestia, al mediodía el sol la había apartado sin miramientos y ella se hizo invisible sin discutir, pero había sabido esperar hasta que fue oscureciendo. Entonces regresó con fuerza para invadir a su antojo todo lo que se le pusiera por delante. Ya llega hasta la mitad del puente dando la sensación de que está a medio construir. Las figuras que lo cruzan se enturbian con la distancia mientras tragan la nube por sus narices y sus bocas si es que se atreven a hablar. Van deprisa azuzados por el frío húmedo que empapa sus ropas, sobre todo si son de paño o de cualquier otro tela a la que la niebla pueda agarrarse, en cambio, los chubasqueros la rechazan sin piedad obligándola a transformarse en pesadas gotas que resbalan por el tejido robándole así su más preciada capacidad: la de flotar. Las gotas que la siguen conservando se lían alrededor de las farolas, que iluminan más que otros días al perderse la luz en un laberinto de pizcas de agua del que no saben salir.
Esta noche, los ojos del puente tienen cataratas tan espesas que no le dejan ver a su compañero de río abajo, camarada del alma al que le debe la vida, pues cuando iban a mutilar sus pretiles para ensancharlo apareció el puente nuevo. Siempre estará en deuda con él, aunque poco pueda hacer. Tiene ojos con los que ve, pero no tiene boca con la que decir ni movilidad para actuar. Para darle las gracias sólo pudo apretar sus piedras unas contra otras, asentar bien los cimiento en tierra y hacerse más fuerte.
―¿Has visto el cartel qué han puesto en el puente nuevo? ―escuchó un día a dos personas que pasaban por encima de él― "Atención, vehículos de más de 18 toneladas pasen por el puente romano".
Entonces supo que, a pesar de sus diecinueve siglos, había conseguido hacer algo por su amigo: descargar del trabajo más duro al recién nacido.

Paloma ©

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