CAMBIO DE IMAGEN
-Divina, te encuentro divinaaa- y se echó hacia atrás juntando las manos con uñas pintadas de negro, llevándoselas hasta la altura de la boca, que dibujaba un signo de admiración claramente exagerado - ¡Ni la Maura está mejor que tú!.
-No sé, me cuesta trabajo reconocerme es esta nueva imagen.
El peluquero, estilista le gustaba denominarse a sí mismo, llevaba el pelo negro con las puntas iluminadas de rubio platino apuntando en todas las direcciones, como recién levantado de la cama. En cualquier otro ambiente hubiera llamado la atención por la indumentaria estrafalaria y gestos amanerados, pero en su establecimiento, salón de belleza unisex, no desentonaba.
-No puedes dudar ahora bonita. Te ha costado decidirte y ya no hay vuelta atrás. Tienes que cargarte de energía positiva y salir con la cabeza alta, comiéndote el mundo y pisando fuerte. Sonríe tesoro, sonríe.
Acostumbrado a escuchar todo tipo de confidencias, Stefan - su nombre artístico - se había convertido en una especie de gurú, guía espiritual para su clientela, que confiaba en él como en el mejor amigo.
-Vamos cariño admírate, estás guapísima-insistió.
La mujer a la que se dirigían sus palabras de ánimo se levantó lentamente del sillón y se puso de pie ante el espejo, observándose con atención. El cabello rubio con mechas, exactamente en el mismo tono y con idéntico peinado que llevan casi todas las que han rebasado los cincuenta. Un maquillaje discreto, si acaso le sobraba el perfilado de los labios, objetó. Pendientes y collar de perlas y traje pantalón con zapato plano, andaba fatal con tacones. Nada resultaba estridente, y sin embargo, dudaba. La falta de costumbre, claro. Toda una vida bajo una madre autoritaria que le impedía mostrar su auténtica naturaleza, le convirtió en una persona insegura, cobarde, para quien el hecho de ponerse en manos de su vecino el peluquero, le había costado Dios y ayuda.
La puerta se abrió en ese momento dando paso a la aprendiza que traía dos cafés.
-Aquí tienes jefe, he tardado porque el bar estaba lleno. ¡Oh! - se volvió sorprendida - ¡qué fuerte, está impresionante Don Damián!
-Por favor, llámame Damiana -. Y bajó la cabeza ruborizándose.
Suspirando hondo, cogió el bolso y armándose de valor, salió a la calle. A enfrentarse con el mundo. Por fin.
El primer fin de semana de julio, se iniciaron en Madrid las fiestas del Orgullo Gay. Todavía duran, creo.
En la comunidad homo, según las entrevistas publicadas, hay dos tendencias: quienes reivindican estos festejos con desfile de carrozas incluido y cuerpos semidesnudos en ellas para mostrar al mundo que existen, y aquellos que piensan que en España las leyes les reconocen casi todos sus derechos como el matrimonio y otras garantías jurídicas, y que es hora ya de restar importancia a la visibilidad para ganarse el respeto de la sociedad.
Pero esto es una labor individual.
Todos tenemos amigos, hemos conocido a personas y magníficos profesionales, que son muy queridos y admirados sin tener en cuenta su tendencia sexual. Recordamos a ministros y altos cargos que siendo homo, fueron y son aceptados sin problemas.
Sin embargo, la comunidad gay, lésbica, transexual, dicen que todavía hay mucha homofobia entre los españoles, y seguro que también tienen sus razones para la queja. La cultura griega, romana, árabe, nos hablan de una permisividad y tolerancia olvidada durante demasiado tiempo en la cultura occidental, y no sólo, ahí está China, Irán, parte de África, dependiendo de qué régimen político o religioso tenga las riendas del poder. Nosotros no somos la excepción.
Según mi criterio, en la educación está el futuro. Seguro que la siguiente generación ni siquiera se plantea que la orientación sexual pueda ser un problema. Aceptará la realidad tal cual es y esa alta tasa, que dicen existe en la actualidad, de suicidios entre adolescentes por no ser comprendidos o admitidos por su familia y entorno, será mínima.
Confiemos.
Alicia
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