De la China
Cuando sonó el teléfono aquella madrugada, Ernesto supo que se trataba de algo urgente. Era impensable que en aquel pueblo de personas tan disciplinadas alguien se saltara una de las normas que él impuso al poco tiempo de llegar: nada de llamadas por la noche a no ser que fuera algo inaplazable.
-Diga.
-Perdone que le moleste pero Candela se ha puesto de parto y creo que la cosa no va bien.
-¿Cuánto hace qué ha empezado?
-Hará unos cinco minutos.
-Cinco minutos… ¿y hay algún progreso?
-Ninguno.
-Voy para allá ahora mismo.
Antes de salir echó una ojeada por la ventana, quería averiguar que iba a encontrarse allí fuera, pues aunque los almendros estaban a punto de tener flor el frío todavía era importante. La niebla, el empedrado mojado, la oscuridad, le convencieron para coger su abrigo más grueso y con el maletín en la mano salió andando, en el difícil equilibrio, despacio pero deprisa. Lo primero porque no quería que sus pasos resonaran a esas horas, lo segundo porque ya quería llegar.
Candela le recibió con un mugido de dolor
-Tranquila -le decía mientras le acariciaba suavemente la curva de los cuernos.
Comenzó a tantear cual era el grado de sufrimiento que tenía el animal. A los wirado en casos de stress muy intenso las plumas se les apelmazaban, se volvían untosas como si destilaran aceite por los cañones. Palpó su redondo cuerpo comprobando con alegría que estaban secas, suaves y en perfecto estado. Después bajo a reconocer las patas. Recordaban a gruesas serpientes con uñas de águila en cada uno de sus tres dedos. Los partos largos, de más de un cuarto de hora, podían provocar que las escamas que las recubrían se desprendieran dando lugar a unas feas úlceras que tardaban mucho en curar, pero también la suerte estaba de su lado en este caso y las dos patas no tenían ninguna alteración.
-Por fuera todo está bien. Ahora hay que ver lo de dentro. Sospecho que el huevo viene atravesado. Damián, por favor, sujétale la cola.
No es que Ernesto tuviera miedo de que le hiciera daño con ella, eso era casi imposible, los wirado eran rumiantes muy apacibles y su cola de pez parecía un gran trozo de gasa, simplemente quería retirarla porque sino le molestaría en la intervención. Se enfundó el guante hasta el hombro y se dispuso a empezar la exploración. Sintió el calor del animal en todo su brazo y con la punta de los dedos alcanzo a tocar la pared del huevo.
-Como yo creía. Según está no podrá expulsarlo. Hay que darle la vuelta lo más rápido posible.
La cáscara era demasiado lisa para poder agarrar de algún lado. Así que, protegida con su mano, introdujo una pequeña sierra para hacer un agujero en aquella coraza, del que poder servirse para colocarlo en buena posición. Con ello corría riesgos, lo sabía, pero era la única posibilidad.
La rapidez que Ernesto deseaba se hizo larga. Agujerear algo tan duro, en un medio viscoso, en una posición incómoda, con una sola mano y enderezarlo no es tarea fácil. Después de dos horas pudo decir:
-Vaya poniendo heno y mantas al lado de la lumbre. No voy a dejar que su madre lo incube, está demasiado cansada. Tendremos que hacerlo nosotros. Prepare un té bien cargado de azúcar y déselo a Candela. Yo me encargo del huevo.
Al amanecer la madre bebía la infusión caliente y el huevo descansaba sobre una cama de hierba seca, tapado con las mantas y los dos hombres encima.
-Espero que esta vez sea un wirado cantor. Ya sabe las ganas que tengo de uno. Desde que traje a la abuela de Candela de la China lo vengo buscando.
-Será un macho, eso si lo puedo asegurar Damián. Al final todo ha salido bien…gracias a Dios.
-No, gracias a usted. Como dice el chiste a Dios ya se le veían las intenciones.
-¿Qué nombre le va a poner?
-Vaya pregunta doctor… se llamará Ernesto.
Cuando salió hacia su casa, Candela ahuecaba las plumas para tumbarse a dormir y el wirado cachorro cantaba sus primeros trinos.
Cuando sonó el teléfono aquella madrugada, Ernesto supo que se trataba de algo urgente. Era impensable que en aquel pueblo de personas tan disciplinadas alguien se saltara una de las normas que él impuso al poco tiempo de llegar: nada de llamadas por la noche a no ser que fuera algo inaplazable.
-Diga.
-Perdone que le moleste pero Candela se ha puesto de parto y creo que la cosa no va bien.
-¿Cuánto hace qué ha empezado?
-Hará unos cinco minutos.
-Cinco minutos… ¿y hay algún progreso?
-Ninguno.
-Voy para allá ahora mismo.
Antes de salir echó una ojeada por la ventana, quería averiguar que iba a encontrarse allí fuera, pues aunque los almendros estaban a punto de tener flor el frío todavía era importante. La niebla, el empedrado mojado, la oscuridad, le convencieron para coger su abrigo más grueso y con el maletín en la mano salió andando, en el difícil equilibrio, despacio pero deprisa. Lo primero porque no quería que sus pasos resonaran a esas horas, lo segundo porque ya quería llegar.
Candela le recibió con un mugido de dolor
-Tranquila -le decía mientras le acariciaba suavemente la curva de los cuernos.
Comenzó a tantear cual era el grado de sufrimiento que tenía el animal. A los wirado en casos de stress muy intenso las plumas se les apelmazaban, se volvían untosas como si destilaran aceite por los cañones. Palpó su redondo cuerpo comprobando con alegría que estaban secas, suaves y en perfecto estado. Después bajo a reconocer las patas. Recordaban a gruesas serpientes con uñas de águila en cada uno de sus tres dedos. Los partos largos, de más de un cuarto de hora, podían provocar que las escamas que las recubrían se desprendieran dando lugar a unas feas úlceras que tardaban mucho en curar, pero también la suerte estaba de su lado en este caso y las dos patas no tenían ninguna alteración.
-Por fuera todo está bien. Ahora hay que ver lo de dentro. Sospecho que el huevo viene atravesado. Damián, por favor, sujétale la cola.
No es que Ernesto tuviera miedo de que le hiciera daño con ella, eso era casi imposible, los wirado eran rumiantes muy apacibles y su cola de pez parecía un gran trozo de gasa, simplemente quería retirarla porque sino le molestaría en la intervención. Se enfundó el guante hasta el hombro y se dispuso a empezar la exploración. Sintió el calor del animal en todo su brazo y con la punta de los dedos alcanzo a tocar la pared del huevo.
-Como yo creía. Según está no podrá expulsarlo. Hay que darle la vuelta lo más rápido posible.
La cáscara era demasiado lisa para poder agarrar de algún lado. Así que, protegida con su mano, introdujo una pequeña sierra para hacer un agujero en aquella coraza, del que poder servirse para colocarlo en buena posición. Con ello corría riesgos, lo sabía, pero era la única posibilidad.
La rapidez que Ernesto deseaba se hizo larga. Agujerear algo tan duro, en un medio viscoso, en una posición incómoda, con una sola mano y enderezarlo no es tarea fácil. Después de dos horas pudo decir:
-Vaya poniendo heno y mantas al lado de la lumbre. No voy a dejar que su madre lo incube, está demasiado cansada. Tendremos que hacerlo nosotros. Prepare un té bien cargado de azúcar y déselo a Candela. Yo me encargo del huevo.
Al amanecer la madre bebía la infusión caliente y el huevo descansaba sobre una cama de hierba seca, tapado con las mantas y los dos hombres encima.
-Espero que esta vez sea un wirado cantor. Ya sabe las ganas que tengo de uno. Desde que traje a la abuela de Candela de la China lo vengo buscando.
-Será un macho, eso si lo puedo asegurar Damián. Al final todo ha salido bien…gracias a Dios.
-No, gracias a usted. Como dice el chiste a Dios ya se le veían las intenciones.
-¿Qué nombre le va a poner?
-Vaya pregunta doctor… se llamará Ernesto.
Cuando salió hacia su casa, Candela ahuecaba las plumas para tumbarse a dormir y el wirado cachorro cantaba sus primeros trinos.
Paloma ©
2 comentarios:
Muy bueno! ¿se podrá tener un wirado de mascota?
Seguro que se puede tener como mascota, Gera. La única condición es tener un trocito de campo para que pueda pasear. Te aseguro que tendrás a muchas personas mirando por encima de la tapia.
Un saludo y gracias por leerlo.
Paloma
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