ALMA DE BOLERO
(El Último Tren)
Entro en la estación vacía de pasajeros; es natural, el reloj indica que falta una hora para que pase el AVE y la gente que lo utiliza no siente la misma impaciencia que yo ni el temor a perderlo y no llegar a la cita.. Esperaré, estoy acostumbrada; lo haré sola, no es ninguna novedad. La taquillera me mira intrigada, tal vez se pregunte cuál es la razón para que tenga que coger este tren.
Súbete a tu último tren, no seas tonta. No pasarán más. Frases como estas las he escuchado de mucha gente en los últimos tiempos. Parecen razonables desde su punto de vista: soltera, casi cuarentona, corrientita físicamente, carente del aspecto decidido de las mujeres de mi edad, no voy a tener muchas más oportunidades de cambiar de estado. El haber conseguido ahora un pretendiente es una suerte enorme. Ni se te ocurra pensar en desairarle, aunque solo sea por tener compañía, me han aconsejado.
Me tienen cierta lástima al verme sola. Les desconcierta el que haya vuelto al pueblo donde nací, donde únicamente me quedan ya parientes en segundo grado. Esta sociedad pequeña, mal pensada, muy atenta a las vidas ajenas, no acaba de digerirlo. Han buscado explicaciones de por qué abandoné mi trabajo en un importante despacho de abogados de la capital, pero como las historias inventadas no se han podido confirmar, poco a poco he pasado a un segundo plano en su interés, que es lo que buscaba.
-¿Qué buscaba realmente?- Me pregunto.
Tú lo sabes. Me escondía. Estaba huyendo de ti, como si esto fuera posible, de una situación que ya no podía soportar.
Ya ves, una relación de doce años y se acaba sin lágrimas, reproches o falsas promesas. Simplemente con un mensaje en el buzón de voz: me voy, trataré de ser feliz sin ti. Adiós. No resultó tan difícil después de todo. Lo doloroso fue no verte, esperarte. Las horas, días, meses en que inconscientemente miraba fijamente el móvil, como si la fuerza de mi deseo fuera capaz de hacerle sonar y escuchar tu voz irónica, cálida, persuasiva, que acabaría con mi destierro.
No es la primera vez que me siento abandonada, perdida, negada. Recuerdo la tarde en que visitando aquella exposición te apartaste de mi lado para saludar a una pareja conocida tuya, y con ella seguiste todo el itinerario fingiendo que estabas solo. Las lágrimas que empañaban mis pupilas me impidieron apreciar los cuadros que tenía delante. Cierro los ojos y revivo íntegramente la escena, incluyendo el ramo de rosas con que pretendiste al día siguiente hacerte perdonar.
Peor fue cuando tu operación y larga convalecencia en la que no pude visitarte, ni siquiera hablar contigo. Cuántas veces colgué el móvil asustada al escuchar la voz que contestaba a mi llamada. Fue la época en que más he sentido el vacío, la soledad.
Yo estaba sola en aquel momento, cuando te acercaste a mí. No creo que tuvieras intención de establecer una liaison dangereux con la joven, quince años menos que tú, que era yo entonces. La casualidad tiene extraños caminos. Se celebraba la para mi primera convención del despacho, donde hacía poco había entrado a trabajar.
(El Último Tren)
Entro en la estación vacía de pasajeros; es natural, el reloj indica que falta una hora para que pase el AVE y la gente que lo utiliza no siente la misma impaciencia que yo ni el temor a perderlo y no llegar a la cita.. Esperaré, estoy acostumbrada; lo haré sola, no es ninguna novedad. La taquillera me mira intrigada, tal vez se pregunte cuál es la razón para que tenga que coger este tren.
Súbete a tu último tren, no seas tonta. No pasarán más. Frases como estas las he escuchado de mucha gente en los últimos tiempos. Parecen razonables desde su punto de vista: soltera, casi cuarentona, corrientita físicamente, carente del aspecto decidido de las mujeres de mi edad, no voy a tener muchas más oportunidades de cambiar de estado. El haber conseguido ahora un pretendiente es una suerte enorme. Ni se te ocurra pensar en desairarle, aunque solo sea por tener compañía, me han aconsejado.
Me tienen cierta lástima al verme sola. Les desconcierta el que haya vuelto al pueblo donde nací, donde únicamente me quedan ya parientes en segundo grado. Esta sociedad pequeña, mal pensada, muy atenta a las vidas ajenas, no acaba de digerirlo. Han buscado explicaciones de por qué abandoné mi trabajo en un importante despacho de abogados de la capital, pero como las historias inventadas no se han podido confirmar, poco a poco he pasado a un segundo plano en su interés, que es lo que buscaba.
-¿Qué buscaba realmente?- Me pregunto.
Tú lo sabes. Me escondía. Estaba huyendo de ti, como si esto fuera posible, de una situación que ya no podía soportar.
Ya ves, una relación de doce años y se acaba sin lágrimas, reproches o falsas promesas. Simplemente con un mensaje en el buzón de voz: me voy, trataré de ser feliz sin ti. Adiós. No resultó tan difícil después de todo. Lo doloroso fue no verte, esperarte. Las horas, días, meses en que inconscientemente miraba fijamente el móvil, como si la fuerza de mi deseo fuera capaz de hacerle sonar y escuchar tu voz irónica, cálida, persuasiva, que acabaría con mi destierro.
No es la primera vez que me siento abandonada, perdida, negada. Recuerdo la tarde en que visitando aquella exposición te apartaste de mi lado para saludar a una pareja conocida tuya, y con ella seguiste todo el itinerario fingiendo que estabas solo. Las lágrimas que empañaban mis pupilas me impidieron apreciar los cuadros que tenía delante. Cierro los ojos y revivo íntegramente la escena, incluyendo el ramo de rosas con que pretendiste al día siguiente hacerte perdonar.
Peor fue cuando tu operación y larga convalecencia en la que no pude visitarte, ni siquiera hablar contigo. Cuántas veces colgué el móvil asustada al escuchar la voz que contestaba a mi llamada. Fue la época en que más he sentido el vacío, la soledad.
Yo estaba sola en aquel momento, cuando te acercaste a mí. No creo que tuvieras intención de establecer una liaison dangereux con la joven, quince años menos que tú, que era yo entonces. La casualidad tiene extraños caminos. Se celebraba la para mi primera convención del despacho, donde hacía poco había entrado a trabajar.
En Ibiza nada menos. Los socios como tu, os sentíais obligados a atender a los novatos, ser amables, romper barreras de respeto y temor. Me invitaste a bailar un bolero: Nunca más pude dejar tus brazos.
Yo sabía que estabas casado y eras padre de dos hijos. No me prometiste nada; simplemente aceptabas mi amor regalándome a cambio momentos de intensa felicidad. Contigo descubrí el sexo. Cierto que la amargura de verte preocupado por el reloj, contemplar como te vestías apresuradamente, escuchar las mentiras que contabas a tu familia sobre tus ausencias, borraba a veces el placer recién vivido. No siempre, lo reconozco.
¿Solo sexo? No, a tu lado he aprendido mucho más. Eres una persona muy inteligente y culta. También nos hemos reído mucho juntos, nadie como yo para captar tu ironía y brindarte posibilidades de lucir tu ingenio; nuestra complicidad en muchos terrenos ha sido absoluta. Nos gusta viajar, investigar platos nuevos en la cocina, el impresionismo, las películas americanas de los cuarenta/ cincuenta, las novelas de misterio, el ski acuático, el desierto...
No sé en que momento el compartirte se convirtió para mi en un hecho insufrible. En una herida sangrante. Supongo que con mi juventud se iba también el estado de exaltación al que me sentí transportada durante tantos años, cuando el verte cada mañana me compensaba de tu ausencia en mi noche; el escucharte una palabra cariñosa, del silencio que reinaba en mi vida donde fuera de ti no había nada. Tan acostumbrado estabas a esta entrega sin condiciones que no percibiste los sutiles cambios que se producían en mi ánimo. Hasta que necesité romper, alejarme, quien sabe si con la secreta esperanza de comprobar si era cierto “que la distancia es el olvido”. Y cual sería tu reacción.
La mía ya la conoces. Ha bastado una llamada para que corra a tu encuentro. Sin hacer preguntas. Nos hemos citado en Barcelona, cada uno viajará por separado, como siempre; desde allí a París y el salto a un atolón en el Pacífico. Estoy ardiendo, rememoro el tacto de tus manos recorriendo mi cuerpo, tu voz profunda susurrando palabras que siempre me parecen nuevas, el olor de tu piel, la sabiduría con que despiertas mi cuerpo.
Temo que se pueda leer en mi rostro estos pensamientos, es más, que sin querer pronuncie alguna palabra en voz alta; menos mal que no hay nadie por esta zona.
He intentado olvidarte. Juan, mi nuevo amigo, es un hombre de mi edad, separado, muy atractivo físicamente. No he sentido como cuando te conocí a ti, ese latigazo que como una corriente eléctrica sacude la columna vertebral. Tampoco rechazo. Nuestro acercamiento ha sido como el de los convalecientes que pasean por el jardín de un sanatorio. Nos hemos reconocido en las heridas y tratado de dar consuelo mutuo. Sin buscar futuro a esa relación. No de forma deliberada al menos. Y así continúa; con él he conocido la amistad masculina y me gusta. Nunca la tuve contigo donde mi papel es de persona dependiente, no un igual. Hasta ahora no me había dado cuenta, parece mentira. Es cierto que las comparaciones son odiosas.
No te dije que había vuelto a trabajar porque tampoco te interesó averiguar en que ocupaba el tiempo, ni cuales eran mis sentimientos, ni...¿Qué has hecho tu durante los meses de silencio?. Debías sospechar donde me encontraba. Tal vez, incluso te has visto liberado de una relación que cada día era más comprometida. ¿Y ahora, por qué me has llamado? Quizá tu vanidad no te permitía que se cortara totalmente el cordón que me une a ti. Has levantado el castigo impuesto por la osadía de alejarme, y me concedes disfrutar juntos unas cortas vacaciones para comprobar si continuo siendo la mujer dócil y eternamente enamorada. Luego pretenderás que de nuevo en nuestras vidas se instale la “normalidad” dictada por tus intereses, claro.
No la quiero. Me niego a que el pasado se convierta en eterno presente sin futuro.
Admito que mi comportamiento es absurdo, he corrido hacia ti sin detenerme a pensar. Por costumbre a obedecer. No estando segura de tu amor y lo que es más concluyente, del mío. ¿ Te quiero yo como antes?. Es una pregunta que nunca me había hecho.
El teléfono, dónde está, aquí, ya lo tengo.
-Dime Juan
-...........
-¿Desayunar juntos?
-..........
-No podía dormir y he salido, por eso no me has encontrado en casa
-........
-Si, claro, ya vuelvo. Hasta ahora, gracias
-...........
-Por tu llamada. Luego te cuento.
-................
-¿Tu también tienes que hablar?. Espérame.
Escucho que por el altavoz anuncian la próxima llegada del tren. No subiré a él. Se acabó el ir y venir de mis sueños frustrados.
Eres el pasado, y ya no te pertenezco, lo noto en mi cuerpo, en la ausencia de miedo a no ser digna de ti. Las cadenas se han roto. A partir de ahora, lo percibo con toda claridad, serás tu quien sufra y no solo en tu tremenda vanidad, tampoco podrás olvidarme. Pero ya me da igual. Hay otros caminos que recorrer y ”Solamente una vez amé en la vida” es la letra de un bolero. Nada más.
-Taxi, taxi...
Alicia
Yo sabía que estabas casado y eras padre de dos hijos. No me prometiste nada; simplemente aceptabas mi amor regalándome a cambio momentos de intensa felicidad. Contigo descubrí el sexo. Cierto que la amargura de verte preocupado por el reloj, contemplar como te vestías apresuradamente, escuchar las mentiras que contabas a tu familia sobre tus ausencias, borraba a veces el placer recién vivido. No siempre, lo reconozco.
¿Solo sexo? No, a tu lado he aprendido mucho más. Eres una persona muy inteligente y culta. También nos hemos reído mucho juntos, nadie como yo para captar tu ironía y brindarte posibilidades de lucir tu ingenio; nuestra complicidad en muchos terrenos ha sido absoluta. Nos gusta viajar, investigar platos nuevos en la cocina, el impresionismo, las películas americanas de los cuarenta/ cincuenta, las novelas de misterio, el ski acuático, el desierto...
No sé en que momento el compartirte se convirtió para mi en un hecho insufrible. En una herida sangrante. Supongo que con mi juventud se iba también el estado de exaltación al que me sentí transportada durante tantos años, cuando el verte cada mañana me compensaba de tu ausencia en mi noche; el escucharte una palabra cariñosa, del silencio que reinaba en mi vida donde fuera de ti no había nada. Tan acostumbrado estabas a esta entrega sin condiciones que no percibiste los sutiles cambios que se producían en mi ánimo. Hasta que necesité romper, alejarme, quien sabe si con la secreta esperanza de comprobar si era cierto “que la distancia es el olvido”. Y cual sería tu reacción.
La mía ya la conoces. Ha bastado una llamada para que corra a tu encuentro. Sin hacer preguntas. Nos hemos citado en Barcelona, cada uno viajará por separado, como siempre; desde allí a París y el salto a un atolón en el Pacífico. Estoy ardiendo, rememoro el tacto de tus manos recorriendo mi cuerpo, tu voz profunda susurrando palabras que siempre me parecen nuevas, el olor de tu piel, la sabiduría con que despiertas mi cuerpo.
Temo que se pueda leer en mi rostro estos pensamientos, es más, que sin querer pronuncie alguna palabra en voz alta; menos mal que no hay nadie por esta zona.
He intentado olvidarte. Juan, mi nuevo amigo, es un hombre de mi edad, separado, muy atractivo físicamente. No he sentido como cuando te conocí a ti, ese latigazo que como una corriente eléctrica sacude la columna vertebral. Tampoco rechazo. Nuestro acercamiento ha sido como el de los convalecientes que pasean por el jardín de un sanatorio. Nos hemos reconocido en las heridas y tratado de dar consuelo mutuo. Sin buscar futuro a esa relación. No de forma deliberada al menos. Y así continúa; con él he conocido la amistad masculina y me gusta. Nunca la tuve contigo donde mi papel es de persona dependiente, no un igual. Hasta ahora no me había dado cuenta, parece mentira. Es cierto que las comparaciones son odiosas.
No te dije que había vuelto a trabajar porque tampoco te interesó averiguar en que ocupaba el tiempo, ni cuales eran mis sentimientos, ni...¿Qué has hecho tu durante los meses de silencio?. Debías sospechar donde me encontraba. Tal vez, incluso te has visto liberado de una relación que cada día era más comprometida. ¿Y ahora, por qué me has llamado? Quizá tu vanidad no te permitía que se cortara totalmente el cordón que me une a ti. Has levantado el castigo impuesto por la osadía de alejarme, y me concedes disfrutar juntos unas cortas vacaciones para comprobar si continuo siendo la mujer dócil y eternamente enamorada. Luego pretenderás que de nuevo en nuestras vidas se instale la “normalidad” dictada por tus intereses, claro.
No la quiero. Me niego a que el pasado se convierta en eterno presente sin futuro.
Admito que mi comportamiento es absurdo, he corrido hacia ti sin detenerme a pensar. Por costumbre a obedecer. No estando segura de tu amor y lo que es más concluyente, del mío. ¿ Te quiero yo como antes?. Es una pregunta que nunca me había hecho.
El teléfono, dónde está, aquí, ya lo tengo.
-Dime Juan
-...........
-¿Desayunar juntos?
-..........
-No podía dormir y he salido, por eso no me has encontrado en casa
-........
-Si, claro, ya vuelvo. Hasta ahora, gracias
-...........
-Por tu llamada. Luego te cuento.
-................
-¿Tu también tienes que hablar?. Espérame.
Escucho que por el altavoz anuncian la próxima llegada del tren. No subiré a él. Se acabó el ir y venir de mis sueños frustrados.
Eres el pasado, y ya no te pertenezco, lo noto en mi cuerpo, en la ausencia de miedo a no ser digna de ti. Las cadenas se han roto. A partir de ahora, lo percibo con toda claridad, serás tu quien sufra y no solo en tu tremenda vanidad, tampoco podrás olvidarme. Pero ya me da igual. Hay otros caminos que recorrer y ”Solamente una vez amé en la vida” es la letra de un bolero. Nada más.
-Taxi, taxi...
Alicia
2 comentarios:
hermoso relato
"cuando el verte cada mañana me compensaba de tu ausencia en mi noche" . Que frase.
Que bien que se transmite la sensación de soledad de esa mujer. ¡Felicitaciones!
Alex
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