lunes, 15 de febrero de 2010

NUESTROS DÍAS FELICES. Cuento Corto.

Raquel miró el poste de madera. Hacía un largo rato que permanecía inmóvil con la vista perdida en los anillos de ese tronco seco. Una extraña excitación se había apoderado de su cuerpo, se acomodó el sombrero de paja que cubría su rostro de los rayos solares, agarró el martillo y un clavo grande.
Ella y Juana vivían en una pequeña casa de color blanco con techo rojo, en lo alto de una montaña de cumbre plana con pronunciadas laderas escalonadas que se hundían silenciosamente en la arena negra de origen volcánico de una playa desierta.
Raquel, de contextura grande, rubios cabellos, cara regordeta y colorada, llevaba horas tratando de arreglar el portón de la entrada de la casa. La noche anterior unos fuertes vientos habían movido de lugar el poste que sostenía la pesada puerta grabada con el nombre de las dos. Cuando se instalaron en la soleada propiedad, cambiaron el bloque de madera donde estaba grabado el nombre de los antiguos dueños y colocaron el de ellas.
Volvió a mirar el poste y se puso a martillar los clavos de las bisagras que sostenían el portón. “Quedaron bien firmes, no se moverán por un tiempo” pensó. Terminó de ajustar los alambres de la base y decidió que ya era demasiado por hoy, el sol caía en forma vertical y el calor se había tornado insoportable. Se acomodó el sombrero y comenzó a subir por el sendero de piedras hasta el banco de plaza, ubicado debajo de un manzano lleno de frutos. Una inquieta y juguetona urraca, de oscuro plumaje, saltaba de árbol en árbol acompañando los cansinos pasos de Raquel cuesta arriba. En su mano derecha llevaba el martillo y unos clavos y en la izquierda unos alambres. Siempre le gustó trabajar con las manos, era su pasatiempo preferido y en la casa era ella la que se encargaba de todos los arreglos. Al contrario de Juana, que desistía de todo eso y se dedicaba a los quehaceres y a las tareas del hogar.
Raquel se sentó en el banco. En la sombra corría una leve brisa con un, casi imperceptible, gusto a sal. Comenzó a abanicarse con el sombrero. Vio a través de la ventana de la cocina que Juana estaba cocinando. Volvió a mirar el jardín, el portón de la entrada y el cielo azul que se confundía en el horizonte con el inmenso mar. Bajó la vista lentamente y sus ojos se posaron en una barca que se acercaba a la playa. La voz de Juana la volvió a la realidad:
-¿Dónde está el molde grande?
-En el tercer cajón, abajo.
-¿Rayo una naranja o dos?
-Rayas la cáscara de una naranja, después la exprimís y le echas todo el jugo. Batís toda la mezcla y al horno.
-Gracias. ¿Temperatura del horno?
-Ufff… -dijo Raquel, tomándose un respiro para contestar-. Prendelo y dejalo al máximo que se caliente bien. Después le bajas un poco la temperatura y ahí la dejas durante cuarenta minutos… Aunque creo que si la pones al sol, aquí en el jardín, sería lo mismo.
-No bufes… Te conozco. Conozco esa voz. No se te ocurra aparecer por la cocina… De una vez por todas tengo que aprender.
Terminado el diálogo, Raquel se levantó, cogió las herramientas y fue hacia el trastero, que estaba detrás de la cocina, abrió la puerta, entró y las guardó. Encontró una caja. “¿Que es esto?” pensó. Cerró la puerta del trastero y trajo la caja consigo.
-¿Sabes una cosa? –preguntó Juana cuando la vio pasar-. Nunca me salieron bien. Algunas veces quemadas y otras crudas por dentro y negras por fuera. Espero que no te lleves una nueva desilusión conmigo.
Raquel se sentó nuevamente en el banco, mientras abría la caja le respondió:
-Te salían mal, por que las preparabas sin ganas y a las apuradas. Si le hubieras puesto una pizquita de amor a todos los ingredientes, te hubieran salido gordas, altas y esponjosas.
-Nunca tuve buena mano para la repostería. Pero los niños se las comían igual, sin chistar. Creo que les gustaba. Ya está, en 40 minutos te diré como salió. –dijo Juana desde la cocina mientras se limpiaba las manos con un repasador. Luego salió al jardín, se paró detrás de Raquel y preguntó-. ¿Qué estás haciendo?
-Mirá… me puse a acomodar eso, que parece cualquier cosa menos un trastero, y encontré esta caja con esto.
-No sé que es eso. A mí no me mires… Alguien se lo olvidó. Yo no tengo nada que ver.
-¿Cómo qué no sabes qué es?… Es un zapato de hombre, de pie izquierdo. Y creo adivinar quien es el dueño.
-No empieces con tus… elucubraciones –dijo Juana un tanto seria-. Puede ser que sea de Mario… pero no tengo la menor idea de porque estaba ahí adentro.
-Porque se lo sacaste un día y nunca más se lo devolviste. Seguís obsesionada con él. Dejalo en paz de una vez por todas… pobre muchacho. Ya está, ya pasó. Basta -Raquel no paraba de abanicarse con el sombrero-. ¡Qué calor que hace!, ¿no?
-No sé de que te quejas, aquí siempre hace calor -dijo Juana mientras se acomodaba su vestido floreado y miraba el cielo azul, límpido y diáfano, sin una nube.
-Tenés razón, todos los días son iguales. Un sol abrazador y un calor agobiante –dijo Raquel, luego de unos instantes agregó, en un tono cómplice-. Ahora que estamos solas, decime…
-¡No! Me voy a seguir cocinando –dijo Juana, dio media vuelta y se encaminó hacia la cocina.
-¡Momentito…! Y quieta ahí… ¿Por qué lo dejaste? –la increpó Raquel, mientras se paraba y le mostraba el zapato. Miró a Juana con una mirada severa y al ver que no contestaba, se acercó lentamente y le puso el zapato delante de los ojos.
-Porque me aburría… Sí, era insoportablemente aburrido.
-Pero cuando lo conociste no decías eso. Sino todo lo contrario. No te cansabas de alabarlo y decir que Marito esto, aquello, que te gustaba su forma de ser y que era todo un caballero.
-Pero con el correr de los años, me di cuenta que era un gris… -dijo Juana mientras se alejaba de Raquel, se sentaba en el banco y cruzaba los brazos-. No volaba. Yo necesitaba en ese momento alguien que volara y me llevara en sus alas. Que me transportara por lo alto y me hiciera sentir cosas…
-¡Sentir cosas…! ¿Qué tipo de cosas?
-Cosas… Nuevas sensaciones. Vivencias. Aventuras… eso, sentir la adrenalina de estar viva. Nada más. Yo quería sentirme viva. Y él lo único que hacía, era aburrirme.
-No te entiendo –dijo Raquel mientras se acercaba al banco-. Siempre vi a Mario como un joven muy serio que disfrutaba de su hogar con su mujer y sus hijos. Mientras tanto tú ya estabas... en otra historia. Sí, el pobre, no es que estuviera aburrido, estaba triste de verte mal. Por eso estaba gris. Te quería de verdad.
-Yo también lo quise. Y si hice lo que hice, fue porque no tuve otra opción. Él me…
-La culpa fue toda tuya. Yo te lo advertí muchas veces, pero vos te negabas a escuchar.
-Es que cuando empezó todo no sabía que hacer.
-Juana por favor. Sabías muy bien lo que tenías que hacer. Sospechabas que Mario te engañaba. Eran sólo indicios. No tenías ninguna prueba.
-Esas cosas se perciben. Desde el primer momento supe que había otra, que estaba escondida ahí, en algún lado, acechando.
-Lo hubieras hablado con él. Lo sentabas de una oreja en el salón y le planteabas tus dudas. Hablando, creo que la gente se entiende. ¿No?
-Claro… cómo vos siempre tuviste una comunicación tan amena con papá… ¿Qué me estás diciendo? ¿Desde cuándo un problema de cuernos se arregla hablando? ¿Eh?
-Es una alternativa… -dijo Raquel mientras se sentaba nuevamente en el banco y colocaba el zapato dentro de la caja-. Tu principal objetivo era tratar por todos los medios de salvar tu matrimonio.
-¿Para qué? En vez de hablar fui a los hechos directamente. Y decidí ponerle los mismos cuernos que él me ponía a mí. Ojo por ojo diente por diente. ¿Por qué el sí y yo no?
-¡Ah…! Por fin lo terminaste de asumir con todas las letras. Ese es el punto al que siempre quise llegar. Dejaste de ser la señora de, para pasar a ser una cualquiera.
-¿Qué importa qué dejé de ser?… ¿o qué pasé a ser? El no pensó en ningún momento que dejaba de ser el señor esposo de… para revolcarse con una cualquiera… Teníamos los mismos derechos.
-Y después, cuando la pasión por el otro se fue apagando, te hiciste la víctima… Y quisiste volver con tu aburrido marido. Porque te recuerdo que te dejaron por otra más joven que tú… Te dieron de tomar tu propia y agria medicina. Esa es la verdad
-La verdad hace mucho tiempo que nos abandonó.
-Juana no quieras envolverme con tus giros dialécticos. Y mirá… no me hagas hablar.
-No sabés… ¡cómo lo disfrute! Mirá se me erizan los pelos –dijo Juana mostrándole el brazo a Raquel.
-¿Eso es lo único positivo que sacaste de esa relación?
-¿Te parece poco?
-Y menos mal que no se te ocurrió matarlo.
-Lo pensé… -dijo Juana mientras se levantaba del banco, cogía una manzana del árbol y la limpiaba en su vestido. Un rayo de sol se había filtrado entre las hojas del manzano y le daba directamente en la cara, iluminando su blanco rostro y su melena color capuchino-. Pero no tuve el coraje para hacerlo. Me gustaba tanto…
-Te carcomió la culpa… Meses acostándote a escondidas con ese desconocido. ¿Qué estabas pensando, qué querías lograr? ¿Eh? -dijo Raquel mientras tomaba aire y gesticulaba con las manos al hablar.- No sentías… un poquito así, de vergüenza. No te entiendo hija, nunca te entendí. Estabas completamente loca…
-Loca de amor…
-Juana la loca hubo una sola y vivió a finales del 1400… Y si estabas tan loca de amor, ¿por qué no dejaste uno y seguiste con el otro? ¿Para qué querías dos? Si con los dos no podías cumplir… Cuantas veces te dije, tené cuidado, vas a sufrir mucho. “No…no. No hay peligro”. Me decías. ¿Te acordás? y mirá como terminaste… Vacía, sin nada, ni nadie. Sin el pan y esperando que el horno cocine tu torta…
-Es que, al principio, en el fondo, los quería a los dos…
-Sí, en el fondo del trastero… Por eso te quedaste con el zapato.
-En serio. No sé como explicártelo, pero es cierto. –dijo Juana mientras le pegaba un mordisco a la manzana.
-¿Qué tenía uno que no tuviera el otro? Mario tenía dinero, el otro no… Mario tenía hijos, tus hijos, el otro no… con Mario tenías una familia formada, con el otro no…. Con Mario tenías un compromiso asumido ante Dios y ante la ley y con el otro no… Pero claro… Nada de eso te importó, ni tus hijos, ni tu esposo. ¿Qué te hacía el otro, qué tu esposo no te hacía? ¿Eh?
-Feliz… Me hacía muy feliz.
-Feliz eras con tu familia. Con tu esposo y tus hijos…-dijo Raquel mientras se levantaba y separaba frente a Juana. Luego de unos instantes añadió- ¿No los extrañas?
-Por supuesto que sí. Todos los días pienso en ellos –contestó Juana mientras miraba fijamente a Raquel a los ojos-. No fui una mala madre.
-¿Y entonces?
-No lo tenía todo.
-¡Por Dios Juana! ¿Qué es ese todo que fuiste a buscar en otros brazos?
-La felicidad. ¿Es tan difícil de entender? De que me sirvió tener un marido y dos hijos, si no podía ser feliz, si ese hombre no me daba lo que yo necesitaba. No lo amaba. Lo quería, poco y nada.
-Egoísta… eso es lo que sos. Una egoísta. Sólo pensaste en vos ¿y el resto…?
-No soy una egoísta.
-¿Ah no?
-¿Por qué sos tan dura conmigo?
-Porque cometiste muchos errores.
-¿Y vos? ¿Nunca cometiste errores? ¿Y cuándo sufrías en silencio por lo que te hacía papá…? ¿Eso no cuenta? ¿O me lo vas a negar? Porque yo lo vi con estos ojos… vi todo lo que te hizo.
-Calláte… -dijo Raquel y se dio vueltas mientras comenzaba a estrujar el sombrero de paja.
-No… no me voy a callar y eso es lo que más te duele, que no cierre la boca. Todo lo contrario de vos, que te sumergiste en un mar de lágrimas y silencios… ¿Por qué no te fuiste?
-¿Y qué querías que hiciera? ¿A dónde iba a ir? ¿A quién le iba a pedir ayuda?
-No tuviste los ovarios bien puestos para echar a patadas a esa mujer cuando vino a decirte que ella no tenía nada que ver con papá, cuando tú sabías que se acostaban juntos… En tus narices y en las mías… ¿Por qué no le rompiste una sartén en la cabeza?
-No me hablés así. Soy tu madre… Y si no lo hice fue porque pensaba en vos. Por vos aguante todo lo que aguante, para que tuvieras una educación, para que seas alguien… Para que no te pasara lo que me pasó a mí…
-¿Y por qué no pensaste un poco más en vos?
-¡Qué fácil es hablar así!
-Que querías ¿ser una heroína? –dijo Juana cogiéndola del brazo y obligándola a que la mire. Ambas quedaron frente a frente.
Raquel tenía los ojos llorosos, quiso hablar pero las palabras no salieron de su boca. Presa de un ataque de impotencia y movida por una fuerza que no pudo controlar, estrelló su pesada mano abierta contra el pómulo izquierdo de su hija. El movimiento fue tan rápido que Juana no tuvo tiempo de reaccionar.
En ese momento un fuerte, agudo y doloroso graznido, cortó el pesado silencio que siguió a la dura cachetada. Del fuerte impacto, Juana soltó la manzana, la misma rodó por la hierba casi hasta los pies de la urraca, que pegando otros graznidos la cogió con su afilado pico y se fue saltando por donde vino.
Recuperada del golpe, Juana se alejó de su madre y se sentó sobre el césped. Desde allí habló con voz serena y pausada, su mirada se perdió en la lejanía.
-No hacía falta que intentaras ser una heroína…
-Yo no quería que la historia volviera a repetirse –dijo Raquel interrumpiéndola.
-Por eso hice lo que hice…. Yo tampoco quería que la historia volviera a repetirse y antes que pasara, me adelanté. Tu yerno, el aburrido y gris, me engañaba con otra… Lo soporté en silencio lo más que pude, pero no aguante más. ¿Por qué crees que no te dije nada antes?
-No sé hija… No lo sé.
-Porque me daba vergüenza decirte que yo sabía todo lo que había pasado entre papá y vos… Cuando ustedes discutían yo me levantaba y escuchaba detrás de la puerta.
-Porque tu padre era así…
-No lo defiendas más.
-Es que…
-Es que nada… Te entiendo… no tenías opción. ¿Qué ibas a hacer? ¿Separarte? ¿Y a dónde ibas a ir? Y conmigo a cuestas… Por eso… No estoy arrepentida de lo que hice… lo volvería a hacer.
-Hija… yo… Todos sufríamos un horrendo dolor.
-Claro, por eso decidiste callar… No hay que callarse, hay que actuar. Hacer lo que se siente, para bien o para mal. No importa. Sólo así se alcanza la plenitud y la libertad.
-Siempre tuve un espíritu libre.
-No me mientas. Te equivocás. Nunca tuviste suficiente osadía para hacer lo que te diera la real gana –dijo Juana mientras se paraba frente a Raquel-. Vos también lo hubieras matado. Pero pensaste que la culpa te torturaría de por vida. No lo hiciste y sin embargo la idea de la culpa, sólo por haberlo pensado, te tortura igual.
-Pero no siento culpa, no lo hice.
-Porque él te gano de mano mamá. Te mató con ese martillo que vos usabas para arreglar las cosas de la casa. Arreglaste todo, menos tu matrimonio. Y él se aprovechó y lo hizo mientras estabas durmiendo… ¿Cuándo lo vas asumir de una buena vez… eh?
-Ya… -dijo Raquel mientras se sentaba y dejaba su estrujado sombrero arriba de la caja de zapatos-. Ya ni me acordaba porqué estoy aquí.
-Estamos querrás decir. La única diferencia es que yo me cargué al aburrido y gris de mi marido.
-Bueno. Tal mal no nos va. Ahora no me vas a dejar, ¿no?
-No mamá, siempre voy a estar a tu lado, sin rencores ni diferencias, juntas cómo cuando éramos felices. -dijo Juana mientras se ponía en cuclillas y su mano buscaba la mano de su madre.
-¿Por qué Mario y no el otro, qué también te dejó? –pregunto Raquel mientras apretaba la mano de Juana con su mano.
-Mi legítimo esposo, como vos lo llamabas, tiró la primera piedra y esa piedra hizo añicos todo lo que encontró a su paso. Con semejante cuadro, no había vuelta atrás. Con él aburrido empezó y con él terminó todo –cuando dejó de hablar miró a Raquel a los ojos y apoyó su cabeza sobre el regazo de su madre.
-Juana… -dijo Raquel mientras le acariciaba el pelo con la otra mano-. ¿El suicidio te alivió?
-Sí… la situación se había tornado insoportable para todos. La libertad tiene su precio. Sólo tome la decisión de acelerar el proceso. Estaba en mi derecho a morir, amé cuando quise y también morí cuando quise. Me siento plena. Quizá mi único error, fue traérmelo a él también. Pero ahí estaban las balas, cinco para él y una para mí. El pobre debe estar recorriendo todas las casas de la colina buscando ese zapato.
-¿Y no sentiste dolor cuando lo hiciste?
-No… Todo lo contrario, me liberó del dolor… Mamá, ¿sabes? -preguntó Juana mirando a los ojos a su madre- Creo que… no podés elegir el momento ni el lugar donde nacer. Pero si podés elegir el momento para ser feliz. Yo elegí mi felicidad por encima de todo. Y no me arrepiento. ¿Podrás perdonarme algún día…?
-Tengo toda la eternidad para pensarlo.
Ambas mujeres se levantaron y se abrazaron efusivamente durante unos instantes.
-¡Mirá! –dijo Raquel que desvió la vista y volvió a mirar el bote.
-¿Qué mamá? –preguntó Juana mientras con sus ojos seguía la dirección de la mirada de Raquel.
-Allí en la playa. Esa barca está llena de gente y el niño que la conduce, parece un ángel. Vamos a tener vecinos nuevos.
-Así parece. –contestó Juana mientras cogía por la cintura a su madre.
-¡Tu torta, se te va a quemar!
-Sabés muy bien que ese horno siempre va a estar caliente para hacer todas las tortas que querramos.
-Vamos adentro… estoy cansada –de repente se detuvo y miro hacia atrás-. ¿Y el zapato?
-Dejalo ahí, nadie se lo va llevar… Algún día pasará por aquí y lo encontrará. Vamos mamá… Siento un rico olor, la torta ya debe estar…
-Ésta vez, seguro que te salió muy rica…


© Omar Magrini.

Este cuento se presentó como trabajo práctico en noviembre de 2009, en el seminario de escritura creativa de la Universidad de Comillas de Madrid y está basado en la obra de teatro "El Trastero" que escribí hace unos años atrás.

La foto corresponde al parador de la playa de Akrotiri en la isla de Santorini, Grecia.

6 comentarios:

Gera dijo...

Muy lindo relato, realmente me emociono mucho.

Muli dijo...

Bonito cuento.Me ha gustado mucho.

Grullas en Red dijo...

Muchas gracias Gerardo por leernos, me alegro que te haya gustado el cuento.
Un saludo
Omar

Grullas en Red dijo...

Perdón, me salté el comentario de Muli, gracias por visitar proyecto grullas y por leernos.

Saludos
Omar

Anónimo dijo...

FANTASTICO E INQUITANTE EL RELATO.
EBOLI.

Grullas en Red dijo...

Muchas gracias Eboli por comentar.

Omar

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