lunes, 22 de febrero de 2010

EL BRAZO LARGO DEL FUTURO. Relato.



EL BRAZO LARGO DEL FUTURO


Tutankhmut, Tutankhmut, gritaba exultante Omar mientras recorría el trecho que le separaba del
campamento. Atravesó éste a gran velocidad sin dejar de repetir el mismo nombre en una cantinela jadeante, hasta que se detuvo exhausto cayendo de rodillas ante la tienda de Nicole. En pijama, todavía con un jirón de sueño prendido en los ojos, estaba amaneciendo, ella le esperaba en la puerta como casi todos los miembros de la expedición que habían sido despertados por la algarabía.
-Lo conseguimos. Y extendió las manos como en ofrenda.

El abuelo Charles se había salido con la suya. Ochenta años después del hallazgo de la tumba inviolada de Tutankamon el misterio se resolvía.
Al menos para ella.
Cuando el arqueólogo ingles Howar Carter y Lord Carnarvon patrocinador de la expedición, penetraron en la cámara mortuoria del faraón, hallaron entre tanto tesoro y objetos personales, juguetes infantiles y la momia de un feto: hijo malogrado pensaron, de su esposa la reina Ankesennon.
Cayeron en el olvido sepultados por los acontecimientos que rodearon este éxito arqueológico y la leyenda que se forjó en torno al mismo. Se creía que el Faraón había lanzado una maldición a quienes habían profanado su reposo, debido a las muertes súbitas aparentemente inexplicables y a las desgracias sin cuento que padecieron los integrantes del grupo, los cuales se decía para corroborar la tesis del conjuro, habían hecho caso omiso a una inscripción sobre arcilla que hallaron y en la que se podía leer: “La muerte vendrá sobre alas ligeras a quien estorbe la paz del faraón”.
Pasaron muchos años antes de que el abuelo egiptólogo encontrara en Alejandría unos papiros que cambiaron hasta la obsesión su línea de trabajo.
En cada reinado y al dictado del poder, se escribían los anales en los que quedaban reflejados los hechos más relevantes acaecidos en el mismo. Hubo alguien, sin embargo, que al margen de la crónica oficial quiso dejar testimonio de un suceso ocurrido en vida de este faraón de la XVIII dinastía ( 1.360/1.350 a. de C) Ascendido al trono a los 12 años por su condición de yerno de Akenatón, ya que éste no tuvo hijos varones con la esposa real Nefertiti, devolvió el poder a la casta sacerdotal al reconocer a Amón como dios supremo entre todos los existentes, frente al monoteísmo implantado en el reinado anterior que se centraba en el dios solar Atón. Él mismo cambió su nombre pasando a llamarse Tutankamon: “Imagen de Amón” y a ser considerado la personificación de la deidad.
El supuesto secreto narrado en la crónica se centraba cuando el rey contaba poco más de 16 años y se le descubrió locamente enamorado de una bella joven casi de su misma edad, hija de un príncipe sometido y educada en la corte como era costumbre en la época.
Inesperadamente descubrió el amor en una sociedad que no admitía este sentimiento, y olvidó toda prudencia.
Absolutamente entregado, se dejó arrastrar por el ardor adolescente y llevado de su pasión comenzó a llamar públicamente a su amada Tutankhmut: Imagen de Mut, la esposa de Amón. Le concedía la categoría de ser la representación de la diosa. Honor que solo correspondía a la mujer legítima del faraón.
Los rumores hostiles comenzaron a circular propagados y alentados por el General en Jefe del Ejército y el Visir, abuelo de la reina, quienes de hecho gobernaban el Imperio, aunque alimentaban más altas aspiraciones, el trono mismo, que con el tiempo se vieron recompensadas: Un faraón, decían, que públicamente antepone sus sentimientos a la razón y el deber es un peligro para el Estado, no tiene derecho a llevar la doble corona. ¿Acaso sería capaz de devolver la libertad al pueblo de la elegida, solo por complacerla? ¿Implantaría la religión de esa tierra, frente a la de Egipto?.
No, la corte, los sacerdotes, no podían permitirlo y azuzaban al pueblo que vivía aquella unión como un sacrilegio a sus creencias: Una extranjera no podía ser la reencarnación de la esposa del dios. Hubo algaradas y masivos actos de desagravio en los templos.
Mientras los enamorados vivían ensimismados en su mutua adoración, se urdió el complot. Alejaron al joven faraón de Tebas la capital del reino, con el pretexto político de animar con su presencia a las tropas que combatían consolidando las fronteras del imperio. El conflicto se alargaba y enredaba cada vez más; en ese tiempo Tutankhmut, que estaba en cinta, sufrió el aborto de un varón y murió a causa de las complicaciones del parto prematuro.
Esta fue la versión ofrecida por el Visir a su Señor que, enloquecido de dolor, quiso rendirles el máximo honor y ordenó que esos cuerpos fueran introducidos en su propia tumba una vez terminada, para que le acompañaran en el último viaje. Cuando llegara su hora, lo primero que deseaba al despertar en el otro lado era verla de nuevo junto a él, gozar juntos de la felicidad que aquí les había sido arrebatada.
En homenaje a su recuerdo en la sala principal de las cuatro que constaba el sepulcro, se hizo representar en un trono dorado con incrustaciones de lapislázuli y malaquita en el acto de ser ungido con óleo perfumado por la joven, bella, inolvidable Tutankhmut, que aparecía orlada con la leyenda “Amada más allá de la vida”.
Pasaba largas horas contemplando la escena.
Abandonó por completo sus obligaciones y el sentido de la realidad.

Contaba apenas 18 años cuando el faraón murió; asesinado, se rumoreó, por miembros de la secta hereje de Atón. Personas cercanas a él, reflejaba el papiro encontrado tantos siglos después por el abuelo Charles, sin especificar claramente a quien o quienes se refería.
Sí dejaba constancia de que únicamente el feto de su hijo, sangre de faraón al fin, se depositó cerca de su sarcófago. La reina viuda resentida, no pudo tolerar que los amantes reposaran juntos y desobedeciendo la voluntad de su esposo, ordenó que Tutankhmut permaneciera enterrada en su tumba provisional. Nadie más volvió a nombrarla.

La historia descrita por el misterioso escribano resulta verosímil, y aunque no fuera relevante desde el punto de vista científico, atrapó inexplicablemente a Charles Recamier. Pero un investigador necesita pruebas que aporten evidencias concretas. Durante gran parte de su vida las rastreó. Sin éxito. Quizá por eso animó tanto a la nieta para que se especializara en egiptología. Quería que hiciera suya la búsqueda de la tumba de Tutankhmut. Él la había empujado a este momento.
- Omar, cuéntame-. Y todo su cuerpo era pura interrogación.
- Nicole, no podía dormir y salí a pasear muy temprano. Sin darme cuenta me alejé de las excavaciones y cuando desorientado trataba de encontrar el camino de vuelta, coincidí con un aguador que llegaba para empezar su trabajo. Me habló de que en una de las gargantas de acceso al Valle, en lo que parecía un montículo, el viento había barrido mostrando la entrada a una tumba. Fui hasta allí. Está intacta; alguien la catalogó abandonando después su exploración. La fecha coincide, tengo la certeza de que es la que buscamos.
- Llévame, suplicó.
Utilizó el mismo tono impaciente, casi desesperado. Como cuando la conoció.
- ¿Por favor, puede ayudarme?-. Había dicho. Y Omar quedó prendido, hace ya cuatro años, de su mirada directa, de su boca acostumbrada a sonreír. ¿A qué sabrán sus besos?, se preguntó.
- La burocracia es compleja, pero al final los permisos se consiguen, no hay que desesperar.
Curiosamente él también estaba en el Ministerio del Patrimonio Artístico para tramitar unos papeles. Recién llegado de Londres quería dedicar unos meses a su afición preferida, la arqueología, antes de incorporarse al puesto de trabajo en la empresa familiar.
Y tropezó con Nicole.
En sus años en USA y Reino Unido nunca se había sentido atraído por este tipo de mujer y ahora, en El Cairo, en su propio país, descubría su encanto.
Se dejó llevar por el destino. Sin oposición. Comenzó a participar de sus sueños, a hacer suya la historia de Tutankhmut, a vivir solo con la ilusión de pasar a su lado unos pocos meses al año. Las excavaciones son costosas y conseguir dinero para llevarlas a cabo ocupaba mucho tiempo a Nicole, pero ella siempre volvía de Europa dispuesta a seguir, a intentarlo de nuevo. Y él estaba esperándola.
Omar en ese tiempo, cediendo a la presión familiar había contraído matrimonio y formado una familia. Era su secreto. Nicole no hacía preguntas, ni dejaba traslucir sus planes de futuro.
En cada reencuentro, apuraban hasta la última gota de su pasión, regodeándose en ella, disfrutando el momento suspendido en el éter, estrenando la vida en cada mirada, caricia, deseo.
La acompañaba hasta el Valle de los Reyes abandonando todo para estar juntos, sin preguntarse que podía sentir o pensar su mujer. Sin dar explicaciones.

Si, -le contestó Omar- deseo compartir este momento mágico contigo Nicole. El descubrimiento de la tumba que tanto significa para ti, es uno de mis sueños que se ha hecho realidad.
Vamos-. Dijo ella. Posó con dulzura sus labios en la boca de él y le ayudó sonriente a ponerse en píe.
¿Se lo dirá ahora? ¿Le hablara de la existencia de ese niño de piel oscura y ojos penetrantes que crece en la casa de sus abuelos en La Provenza? Tiene miedo a que se lo arrebaten; la ley egipcia concede la patria potestad al padre, por eso calla. Mejor el silencio, sin preguntas. Huye de que una mentira se instale entre los dos. Los dos. Muy a menudo Nicole, piensa si alguna vez será posible que Omar y ella puedan permanecer sin separarse. Uno junto al otro para siempre.
Iniciaron el camino.
El campamento les vio partir, respetando su derecho a ser testigos únicos del descubrimiento de la tumba, tan buscada.
Febrilmente, sin pedir siquiera ayuda al grupo de nativos que imperturbables les observaban, con las herramientas que habían recogido al pasar por la excavación y destrozándose las manos, consiguieron dejar al descubierto unas escaleras que comunicaban con el corredor que conducía, era de esperar, a la cámara del sarcófago.
Avanzando a la luz de una linterna, se dejaron resbalar por la pendiente que les conducía hacia un punto perdido en las entrañas de la tierra.
Atraídos como por un poderoso imán.
Nicole que iba en último lugar, volvió la cabeza sorprendida y pegándose a la pared, expresó sin palabras su deseo de que Omar la rebasara. Un muro les cerraba el paso. Las figuras pintadas, guardianes con lanzas, indicaban que al otro lado empezaba la zona funeraria. Con infinita paciencia e ímprobos esfuerzos, no llevaban equipamiento adecuado, y al cabo de no sabían cuanto tiempo, un ladrillo comenzó a moverse y Omar tiró suavemente de él para, por esa mirilla, asomarse al interior. De pronto, como en una película de terror, les llegó el sonido de un aullido agudo, lúgubre, angustioso, más aterrador al ser amplificado por el eco de la sima, que les hizo instintivamente retroceder. Sus miradas se encontraron sin hallar respuesta al quejido que se escapaba por el hueco practicado martirizando sus tímpanos - ¿Tutankhmut se rebelaba contra la profanación de su descanso?- sintieron que el corazón se desbocaba y cómo la presión les obligaba a gritar desaforadamente.
Simultáneamente, por el largo pasillo que acababan de recorrer se escuchó un clamor sordo, ascendente, bronco, tormentoso. Espirales de arena, como rizadas por un viento huracanado, avanzaban hacía ellos en oleadas taponando la salida.
En cuestión de segundos, quedaron atrapados entre el llanto espectral y el desierto.
Se abrazaron con fuerza.

Nunca más se volvió a saber de ellos. En el campamento y demás grupos de trabajo que operaban en la zona, arraigó con fuerza la idea de que eran las nuevas víctimas de la maldición del faraón.


Alicia

Lo sé, las librerías están llenas de novelas de tema egipcio, y todos estamos ya un poco hartos de Tutankamon. Pero es difícil rechazar la atracción que ejerce la cultura de este país. Tal vez todo empezó con el cine, luego la historia, novelas, viajes, visitas a museos... la imagen de Nefertiti, tal como se conserva en Berlín, es impactante.
No pude resistirme al tema. La idea del relato surgió leyendo una de las miles de veces en que se ha hecho mención sobre la maldición del faraón.
El nombre al protagonista, se lo puse antes de conocer al Omar con que hoy comparto este blog. En el que en la tumba apareciera la momia de un feto, me pareció una buena excusa para hablar de su posible madre. Lo que no preveía es que la realidad imitaría al relato. Terminado éste, supe que en una exposición antológica celebrada en Londres sobre Tutankamon, se mostraban dos fetos dentro de su sarcófago, claro, encontrados junto a él y que a todos los arqueólogos les pareció poco importante, ya que también había en la tumba del faraón trece momias de otros tantos familiares. Estas “menudencias” raramente las divulgan. Para mí fue una sorpresa enorme.
Hoy, gracias a los adelantos científicos sobre el ADN, ha quedado aclarado el incierto origen familiar de Tutankamon, y se sabe que era hijo de Amenofis IV y una concubina, y que murió de malaria, en lugar de asesinado que resulta más literario.
En Prensa se dice que la realidad no debe estropear una buena noticia. En la ficción tampoco. La fantasía puede hacer verosímil cualquier historia.
Ojala no te hayas aburrido.

5 comentarios:

Muli dijo...

Me ha entretenido mucho el relato,pero me ha dado mucha penita de los dos protagonistas.
Un saludo

Anónimo dijo...

Bonito relato y no me aburrí.
Alex.

Gera dijo...

Hola, habra miles de historias pero esta me ha gustado mucho. Senti que caminaba sobre las arenas del tiempo observando a Tutankamon.

Anónimo dijo...

Muy interesante sobre todo lo que pones en el comentario final, que te adelantaste a la realidad.
Eva

Nuria dijo...

Estoy terminandome en estos días el libro de Sinuhé el egipcio y me ha interesado mucho este relato, sobre todo porque los nombres me eran muy familiares.
Muy bonito

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