viernes, 16 de noviembre de 2012

LA PARTIDA DE AJEDREZ

-¿Y si hacemos un sufragio por su alma?
-¿De veras crees que va a ser tan fácil?
-Bueno, por intentarlo tampoco pasa nada.
-Pero te olvidas, que él no era creyente.
-Eso no tiene importancia. Nosotros podemos recordarlo como queramos.
-Ya, pero yo tampoco soy creyente. No me gustan los actos religiosos.
-Hombre, tampoco pasaría nada por juntarnos algunos de los que quedamos y recordarlo en una ceremonia íntima.
-Vamos a seguir jugando y olvidemos lo del sufragio.

Anochecía, casi no había luz en la habitación. Uno de ellos encendió un flexo que había sobre la mesa. Una luz tenue iluminó la habitación, donde dos ancianos se encontraban sentados uno frente al otro.
Sobre la mesa, en medio de ellos, un tablero. Una botella y dos pequeños vasos completaban la escena.

-A mí nunca me había interesado el ajedrez hasta que le conocí. Él me enseñó a mover las piezas sobre el tablero, a concentrarme, a retener varios movimientos en la cabeza.
-Él era muy buen jugador. Era difícil ganarle. Era muy paciente.
-Gracias al juego conseguía olvidarme de donde estaba. Conseguía olvidarme del frío, del hambre, de todas aquellas penalidades que tuvimos que pasar.
-Sí, a mí, también me ayudó mucho. Jugar era una forma de abstraerte de la realidad.

No hay ningún movimiento en el tablero. La conversación ha detenido la partida. De vez en cuando, los hombres beben algún trago y siguen hablando.

-Las guerras no deberían existir.
-Estoy de acuerdo contigo. Pero existen, como también existen los campos de prisioneros, las cárceles, los perdedores, los vencedores.
-La vida es tan corta.
-Sí, es muy corta para desperdiciarla en estupideces. Nosotros a punto de caducar y aquí estamos, hablando de sufragios por el alma de alguien que no creía en el alma.
Creo que la mejor manera de recordarle es, que terminemos esta partida de ajedrez, que nos tomemos unos tragos a su salud y que volvamos a seguir jugando.

Los dos hombres levantaron sus vasos y los chocaron. La partida continuó en silencio. La noche siguió avanzando.





Mireya Martínez-Apezechea

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