lunes, 13 de febrero de 2012

SOÑAR.


Hablando con mi sobrina de 10 añitos, de visita por estos días en Barcelona, me dijo que su cuento preferido siempre fue Rapunzel, pero no sabía muy bien porqué; si por vivir en una torre en medio de un gran bosque de árboles azules y poder dejar entrar en esa gran torre sólo a quien le diera la gana o quizás porque le fascinaban sus largas trenzas doradas por las que podía hacer trepar un príncipe azul, que además no era un príncipe cualquiera, era alto, lindo, con un caballo blanco y cantaba ópera, claro que teniendo en cuenta que Rapunzel era como una Barbie, el príncipe tenía que estar a la altura, no podía ser de otra forma. Lo cierto es que ese cuento (y la película) la hacían soñar con un mundo de magia y fantasía.

Y supongo que esa es la finalidad de los cuentos, SOÑAR. Los cuentos de antes despertaban la imaginación, te daban una historia y a partir de ahí la mente divagaba y hacía el resto. Yo dejaba las reuniones familiares, en las que todos mis primos jugaban a las cartas o al futbol y me encerraba en mi cuarto a leer, prendía el velador, colocaba tres almohadones grandes sobre la cama, me llevaba una taza de leche con chocolate y algunas porciones de torta y todo el mundo a mi alrededor se desvanecía y podía pintarlo como yo quisiera; lo mismo estaba en una isla desierta, en el Orient Express, dando la vuelta al mundo en 80 días o luchando contra dragones que lanzaban fuego en el patio de un castillo medieval. Esta habilidad de soñar nunca la he perdido, (sí cambié la cama con almohadones por un buen sofá y un té con tortas) muy al contrario la fomento, primero porque es un modo de evadirme de noticias y realidades mundanas y aburridas que a veces no me interesan nada, pero tengo que leerlas y enterarme y después porque mi filosofía en la vida es mantener los pies sobre la tierra sin dejar de estirar los brazos hacía el cielo para intentar tocar una nube de algodón, una estrella, un cohete espacial o la cola de un cometa.

Un poco de chispa, un poco de sal y pimienta, una de cal y otra de arena... y desde luego no matar jamás al niño que vive dentro de cada uno de nosotros, el que fuimos y seguimos siendo, el que vive en nuestro corazón y que siempre pinta una sonrisa a pesar de la adversidad...

Soñar, ese es el truco, porque soñar hace que creas que tus sueños se pueden hacer realidad, y quien cree en algo lucha y quien lucha siembra y quien siembra recoge.

Será por eso que cuando mi sobrina me dijo que quería ir a los parques de Disney, le dije que sí, sin pensarlo, por la magia, la fantasía y por el niño que llevo adentro.


o.m.

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