jueves, 15 de septiembre de 2011

LA TRAMPA.

Instintivamente cerré los ojos y un grito quedó ahogado en mi garganta, mientras ascendía de forma vertiginosa para caer a plomo con la cabeza hacia abajo. Dios, se me verá la carrera de las medias que me llega hasta la cintura, se me ocurrió de repente, a la vez que sujetaba la falda con las manos y notaba el arañazo de una rama en la mejilla.

Un dolor difuso y el suave balanceo hicieron que tomara conciencia de mi situación. No estaba en una montaña rusa con un trayecto predeterminado, me encontraba colgada de un árbol, ahorcada por los tobillos y toda la sangre acumulada en el cerebro que, a punto de estallar, me impedía levantar los párpados, aunque con la oscuridad reinante de poco podía servirme.
Tranquila, me dije, se darán cuenta y saldrán a buscarme. Cuando oiga que me llaman trataré de gritar. Trataré, porque con pánico, las cuerdas vocales no me responden. Desde pequeña.
El murmullo del monte impregnó mis poros corriendo por el torrente sanguíneo con ritmo desbocado. Grillos y chicharras improvisaban solos como en un concierto de jazz y un pájaro (¿cual?) aplaudía con el pico. La brisa mecía los matorrales bajos sin apagar las pisadas rápidas, carreras más bien, de animalejos que se retiraban a dormir. Tal vez aquel mundo fuera maravilloso, pero era incapaz de disfrutarlo.
Sentía frío y me abracé. Algo que tú no habías hecho cuando más necesitaba tu protección y ternura. Y esa carencia es lo que me impulsó a lanzarme, en un anochecer sin estrellas, por el campo desconocido, yo tan miedosa.
La casa en el monte, verás como te gusta me habías dicho, la naturaleza en estado puro, salvaje como mi amor por ti. Y yo había reído porque las letras de los boleros y los diálogos de novela rosa me gustaban y los parodiabas muy bien. Te miraba entregada mientras vertías sobre las copas el dry martíni a lo James Bond, mezclado no agitado, antes de la cena a la luz de las velas, cuando - ¡papá tu aquí¡ - En la puerta tu hijo y su novia que también venían de escapada.
De pronto toda tu vida familiar, que siempre me había negado a imaginar, tomó cuerpo ante mí. Tu silencio culpable primero y las explicaciones increíbles sobre mi presencia allí me hicieron salir corriendo sin rumbo, llorando, acogida mi soledad por el silencio aparente del campo, hasta que caí en la trampa.
La trampa, que me ha hecho comprender que mi mundo estaba al revés. En tan incómoda postura veo con toda claridad tu egoísmo y deslealtad para con tu mujer y conmigo, mi estupidez por tenerte en un pedestal que no te mereces.., Hasta hoy. Esta noche se ha escrito el punto y final de nuestra relación. Cuando vuelva a poner los píes en la tierra me sentiré doblemente liberada.

¿Por qué alguien vendrá a buscarme, no?

Alicia

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