-Jo, qué suerte.
Eso le dijeron sus amigos cuando se enteraron.
Javi había conseguido un trabajo para las vacaciones de verano. Al año próximo quería una bicicleta de montaña como regalo de Primera Comunión, pero su madre se resistía:
-Es mucho dinero, hijo. Habrá que colaborar.
Su tío y padrino se brindó a ayudarle. Maestro albañil venido a más, construía los chalets que los hijos de emigrantes de otras épocas se hacían ahora en el pueblo.
El trato con su sobrino estaba claro.
-Bueno majo. Yo te daré un euro al día y tu traerás agua fresca para mí en el botijo.
Para él solo, los demás a beber de la manguera.
Muchas tardes Javi cobraba de más. Era cuando el tío se sacaba un puñado de monedas del bolsillo y se las daba sin contarlas. Otras veces en cambio, nada.
-Te lo debo, chaval.
Era en estas ocasiones cuando el padre de Javi al enterarse, comentaba invariablemente:
-Que miserable, pero que miserable es el Rosas.
El Rosas era el apodo con que conocían al albañil. Hace años vio por la tele a una artista rotunda de cuerpo y gesto, y se quedó agarrado a ella y su canción en la que repetía una y otra vez: “Es más fácil encontrar rosas en el mar”. Ese estribillo lo trasladó a la vida cotidiana, y tan machaconamente insistía en repetirlo ante cualquier situación, que al final se quedó con el mote de “el Rosas”. A él le gustaba.
Una forma de recordarla.
Javi le escuchó muchas veces repetir esas mismas palabras “es más fácil encontrar rosas en el mar” mientras permanecía como guardián del botijo. Esperando el momento en que le mandase ir a la fuente, procuraba entretenerse tirando piedras, haciendo castillos con la arena de la obra, montando en el camión, pero todo molestaba a su tío.
-Tu quietecito. Si te aburres a pensar en las musarañas.
Menos mal que el chico tenía imaginación y las musarañas le resultaron divertidas; igual se veía pescando cangrejos en el río, que subido en la copa del nogal, o ganando al parchís a sus amigos.
Un mediodía de intenso calor, el Rosas le dijo:
-Eh tu, chaval. Vete a la Peña del Loro que saca el agua más fresca, está un poco lejos, pero no tardes.
Javi cogió el botijo y se encaminó hacia el otero que se divisaba cerca del molino. Un camino que le pareció muy largo.
En una cueva poco profunda, a los pies de la peña, manaba a borbotones agua transparente y dicharachera.
Muy fría.
Se mojó las manos, los pies, el pelo, bebió con la cara metida en la poza y cuando ya salía con el botijo lleno, que pesaba una barbaridad, vio aparecer detrás de la montaña un avión que volaba muy bajo dejando una estela de humo blanco.
Le siguió con los ojos atontado y sorprendido.
-Corre, corre, ven.
Eran amigos suyos que estaban por allí cogiendo nidos y ya se dirigían a la pradera atraídos por la sorpresa de la avioneta. Se unió a ellos y como el botijo le molestaba, lo escondió entre unos juncos para tener mayor libertad de acción.
El sol caía de plano.
Los chiquillos instintivamente se apiñaron en el centro del gran espacio abierto y empezaron a saltar con los brazos en alto para atraer la atención del aviador cuya cabeza se divisaba a través de la carlinga, tan bajo volaba.
A uno se le ocurrió que se quitaran las camisetas para agarrados a ellas poder hacer un corro más grande.
En el cielo apareció un círculo.
Formaron una estrella, un caracol, un rombo, un cuadrado, una flor. Todas las figuras se duplicaban sobre el fondo azul.
Fue el delirio.
Cuando agotados ya no se les ocurría nada que dibujar, la avioneta realizó por su cuenta una espiral vertical, rodeó la colina y le puso un gran lazo, silueteó una casita, árboles, un perro.
Y otro vuelo rasante.
Todos a la hierba y al levantarse riendo, alborotados, empujándose, con arañazos, un chorro de vapor les tiraba otra vez cuerpo a tierra.
Qué jolgorio. Nunca, nunca se lo habían pasado tan bien.
Desapareció de su vista.
Elevaban las manos como en un ruego, temerosos de que el sueño se desvaneciera y en ese momento, no sabían cómo, la avioneta surgió encima de sus cabezas, abrió la panza como los platillos volantes en los dibujos animados, y descargó sobre el grupo una cascada de agua que los rayos del sol convirtieron en nube de confeti.
Revoltijo, gritos, miedo fingido, choques, risas, emoción.
Felices y empapados abrieron los ojos y la vieron perderse en el horizonte. Aún mantuvieron unos minutos la esperanza, pero sabían que el juego había terminado.
De vuelta al pueblo, muy excitados, contándose todos a la vez y a gritos su experiencia, Javi recogió el botijo y deprisa, deprisa se dirigió a la obra.
-Por tardar tanto hoy te quedas sin paga, sinvergüenza- Y le arreó un fuerte pescozón.
No se atrevía a llorar, pero le escocía mucho.
El Rosas cogió entonces el botijo y sediento, bebió un largo trago a pulso. El niño abrió la boca más que los ojos:
El agua que tragaba era negra. Una cinta oscura que salía del pitorro y se perdía en la profundidad de la garganta.
Ni lo notó.
Javi olvidó el dolor del coscorrón. ¡ Su tío se había tragado un hormiguero entero, que ahora estaba en su tripa¡ ¿Le harían cosquillas?.¿ Saldrían por la boca al hablar?. ¡Tal vez se asomaran por la nariz y los oídos¡
Miraba fascinado. Era como si las maravillas de la mañana no hubiesen terminado todavía.
-Se te ha quedado cara de tonto, o qué. Anda a comer. Te quiero aquí a las cinco en punto.
El niño recogió su mochila y a la pata coja, derecha, izquierda, derecha, comenzó a bajar la cuesta hasta su casa. Como en volandas.
Se sentía protagonista de una historia mucho más bonita que un cuento, un relato de su abuelo, un tebeo, una película, cualquiera de sus fantasías. Pensaba en cómo las maravillas eran posibles. Recordando todo lo que había pasado, imaginaba lo que hubiese dicho su padrino si se llega a enterar:
-¿ Que tu has visto en este pueblo un avión haciendo dibujos en el cielo?. Quita, quita. Es más fácil encontrar...
-Pues sí, tío. Para que lo sepas, hay rosas en el mar, hay rosas en el mar. Yo las he visto.
Riendo a carcajadas, Javi entró en el portal.
Alicia
No se atrevía a llorar, pero le escocía mucho.
El Rosas cogió entonces el botijo y sediento, bebió un largo trago a pulso. El niño abrió la boca más que los ojos:
El agua que tragaba era negra. Una cinta oscura que salía del pitorro y se perdía en la profundidad de la garganta.
Ni lo notó.
Javi olvidó el dolor del coscorrón. ¡ Su tío se había tragado un hormiguero entero, que ahora estaba en su tripa¡ ¿Le harían cosquillas?.¿ Saldrían por la boca al hablar?. ¡Tal vez se asomaran por la nariz y los oídos¡
Miraba fascinado. Era como si las maravillas de la mañana no hubiesen terminado todavía.
-Se te ha quedado cara de tonto, o qué. Anda a comer. Te quiero aquí a las cinco en punto.
El niño recogió su mochila y a la pata coja, derecha, izquierda, derecha, comenzó a bajar la cuesta hasta su casa. Como en volandas.
Se sentía protagonista de una historia mucho más bonita que un cuento, un relato de su abuelo, un tebeo, una película, cualquiera de sus fantasías. Pensaba en cómo las maravillas eran posibles. Recordando todo lo que había pasado, imaginaba lo que hubiese dicho su padrino si se llega a enterar:
-¿ Que tu has visto en este pueblo un avión haciendo dibujos en el cielo?. Quita, quita. Es más fácil encontrar...
-Pues sí, tío. Para que lo sepas, hay rosas en el mar, hay rosas en el mar. Yo las he visto.
Riendo a carcajadas, Javi entró en el portal.
Alicia
3 comentarios:
Aviones antiguos en el cielo. Hermoso cuento.
Muchaas gracias Gera por tu comentario. Nos pone muy contento que te haya gustado el cuento.
Saludos
Qué bonito!.De repente estaba en esa pradera,con mis amigos, riéndome, jugando y con el único objetivo de pasarmelo bien y olvidar todo por unos instantes.
Besos a todos
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