miércoles, 22 de febrero de 2012

NO SOLO EL REY

De pronto, como en una comedia de enredo, las puertas de los despachos situados a lo largo del pasillo se abrieron a la vez.
Miramos sorprendidos.
Esas puertas las suponíamos cerradas con llave, impracticables, ya que nunca se utilizaban y se entraba y salía por las de las secretarías situadas al lado. Los jefes, a menudo seres invisibles, se hicieron corpóreos y empezaron casi a correr hasta Dirección General, donde ya les salían al encuentro.
Todo en un abrir y cerrar de ojos.
La vista les seguía, el oído seguía atento a los altavoces, el corazón empezó a desbocarse.
23 de febrero de 1981: 18, 23h. Sede central de la Cadena SER.
Esa tarde había ido a la Casa del Libro y al terminar, crucé a Gran Vía 32 para saludar a una amiga que trabajaba en radio Madrid.
En todas las emisoras, se escucha en despachos, redacción, vestíbulo, bar, la emisión que en ese momento sale a las ondas. Es como un runrún de fondo al que no se le presta demasiada atención, pero que es imposible eludir. Conversábamos sentadas en un sofá de recepción, cuando algo nos hizo callar. Así como la madre aunque esté en el otro extremo de la casa, corre al cuarto del niño alertada por un gemido inaudible para el resto de la familia, así nosotras notamos un ritmo distinto, un titubeo en la voz del narrador, que rompió la monotonía de la votación en el Congreso de los Diputados de la investidura como Presidente de Calvo Sotelo.
Disparos, tono altisonante, ruido, palabras entrecortadas, miedo. Silencio.
Silencio interrogante, silencio angustiado.
Cuestión de segundos. Es entonces cuando las puertas de los despachos se abrieron de par en par, y nos levantamos como un resorte, sin saber qué hacer.
Fue en ese momento de estupor, cuando el policía de guardia que momentos antes charlaba con los ordenanzas, cruzó camino de los aseos y salió al muy poquito tiempo vestido de paisano. Abrió la puerta de salida y desapareció. ¿Hacia dónde? Me he preguntado a menudo.
Todos nos pusimos a hablar a la vez, incrédulos todavía de que un golpe de Estado se estuviera produciendo casi delante de nosotros.
Llamé a casa para ver si las niñas habían llegado del colegio. Si, la mayor preparaba un control para el día siguiente; las otras jugaban. Ese examen al final lo suspendió. Insistí en hablar con mi marido que estaba reunido con un cliente muy importante y había dado orden de que no le molestaran. El cliente, extranjero, al contarle la noticia se marchó precipitadamente sin cerrar el contrato.
Daños colaterales, tuvo que haber muchos, que nunca se han contabilizado ni estudiado.
No me atrevía a marcharme. Nadie se movía. La sensación general era de que los militares nos cerrarían el paso a la salida del edificio. Seguro que estaban en el segundo piso.
Radio Madrid tenía los locutorios donde se daba la emisión en directo y la redacción en la segunda planta; en la novena se ubicaban los estudios de grabación, publicidad, dirección. Es ahí donde yo estaba.
Nos asomamos por una terraza a la Gran Vía: no había tanques, ni camiones del ejército, ni nada fuera de lo común. La gente entraba en los cines, paseaba, el tráfico era el normal en aquella hora.
¾Lo tenemos. Avisad a los Garrigues, que llamen a Zarzuela, al Ministerio.
Los Garrigues eran los principales accionistas de la SER y con amplios contactos políticos.
¾Lo tenemos. Revilla, el técnico desplazado al Congreso, había conseguido mantener abierta la línea telefónica. Se escuchaba todo lo que el micrófono podía recoger de lo que ocurría allí dentro.
¾Fuera de antena, fuera de antena, que no se den cuenta.
El director de Programación, Martín Blanco, daba órdenes a los técnicos.
Quedamos suspendidos en el tiempo, con una extraña calma e indecisión total. Al fin, viendo que nadie llegaba, nunca llegaron y ese fue uno de los motivos del fracaso de la operación Elefante Blanco, cogí el ascensor camino de la calle. Mantenía el alma encogida y el asombro resbalando por el rostro al ver cómo en la Gran Vía la gente se creía todavía que vivía en un país libre, en la democracia que tanto había costado conseguir.
Nos reunimos la familia. Hablamos mucho por teléfono. En casa se mantenía la radio encendida y la televisión puesta, ante el asombro de mis hijas que tenían muy medido el tiempo de verla.
Estábamos nerviosos, yo al menos asustada. Recordaba a mi abuela: antes de vivir otra guerra civil, prefiero morir ¿Se repetiría la historia?
Mi hija mayor supo que algo pasaba y preguntó: se lo explicamos; permaneció levantada hasta el discurso real. Al fin pudo dormir tranquila. Pudimos intentar dormir
Esas horas, interminables horas, en que cuentan el príncipe permaneció junto al rey aprendiendo lo frágil que es la democracia y cuanto cuesta mantenerla. Esa noche del 23 al 24 de febrero de 1981, no solo el rey, muchos padres españoles vivieron también con sus hijos esa experiencia que no olvidaran nunca.

Alicia

lunes, 13 de febrero de 2012

SOÑAR.


Hablando con mi sobrina de 10 añitos, de visita por estos días en Barcelona, me dijo que su cuento preferido siempre fue Rapunzel, pero no sabía muy bien porqué; si por vivir en una torre en medio de un gran bosque de árboles azules y poder dejar entrar en esa gran torre sólo a quien le diera la gana o quizás porque le fascinaban sus largas trenzas doradas por las que podía hacer trepar un príncipe azul, que además no era un príncipe cualquiera, era alto, lindo, con un caballo blanco y cantaba ópera, claro que teniendo en cuenta que Rapunzel era como una Barbie, el príncipe tenía que estar a la altura, no podía ser de otra forma. Lo cierto es que ese cuento (y la película) la hacían soñar con un mundo de magia y fantasía.

Y supongo que esa es la finalidad de los cuentos, SOÑAR. Los cuentos de antes despertaban la imaginación, te daban una historia y a partir de ahí la mente divagaba y hacía el resto. Yo dejaba las reuniones familiares, en las que todos mis primos jugaban a las cartas o al futbol y me encerraba en mi cuarto a leer, prendía el velador, colocaba tres almohadones grandes sobre la cama, me llevaba una taza de leche con chocolate y algunas porciones de torta y todo el mundo a mi alrededor se desvanecía y podía pintarlo como yo quisiera; lo mismo estaba en una isla desierta, en el Orient Express, dando la vuelta al mundo en 80 días o luchando contra dragones que lanzaban fuego en el patio de un castillo medieval. Esta habilidad de soñar nunca la he perdido, (sí cambié la cama con almohadones por un buen sofá y un té con tortas) muy al contrario la fomento, primero porque es un modo de evadirme de noticias y realidades mundanas y aburridas que a veces no me interesan nada, pero tengo que leerlas y enterarme y después porque mi filosofía en la vida es mantener los pies sobre la tierra sin dejar de estirar los brazos hacía el cielo para intentar tocar una nube de algodón, una estrella, un cohete espacial o la cola de un cometa.

Un poco de chispa, un poco de sal y pimienta, una de cal y otra de arena... y desde luego no matar jamás al niño que vive dentro de cada uno de nosotros, el que fuimos y seguimos siendo, el que vive en nuestro corazón y que siempre pinta una sonrisa a pesar de la adversidad...

Soñar, ese es el truco, porque soñar hace que creas que tus sueños se pueden hacer realidad, y quien cree en algo lucha y quien lucha siembra y quien siembra recoge.

Será por eso que cuando mi sobrina me dijo que quería ir a los parques de Disney, le dije que sí, sin pensarlo, por la magia, la fantasía y por el niño que llevo adentro.


o.m.

LinkWithin

Related Posts with Thumbnails