jueves, 22 de diciembre de 2011

CONTRA LA INTOLERANCIA



De pronto el cielo se oscureció y en el horizonte, apareció la silueta recortada de Reina Bellota.
Baja de estatura, de constitución menuda, arrastraba su reino con una fuerza que no correspondía a su físico. Aquella energía que presentaba, era fruto de su odio hacia todo lo que no fuese como ella, hacia todo lo que no entendía que, era casi todo.
La oscuridad se iba imponiendo al paso de Reina Bellota.
Los miserables que formaban su reino, vagaban tras ella como las cuerdas de reos, en otro tiempo, iban tras los policías. Aquellos pobres seres sabían que lo habían perdido todo, que ya nada sería como antes. Se habían transformado en el patético séquito de Reina Bellota.
La comitiva avanzaba lentamente hacia donde nos encontrábamos todos. Ya no era una silueta, ahora se hacía presente de forma tridimensional. La atmósfera se iba haciendo densa.
Con paso sosegado, subió al estrado que se encontraba en medio de la plaza. Todos pudimos ver su imagen por primera vez.
A primera vista, no era nada especial, hasta parecía inofensiva, una más entre todos.
Se hizo el silencio y con el silencio comenzamos a oír el discurso de Reina Bellota:
“YOYOYOYOYOYOYOYOYOYOYOYOYOYOYOYOYOYOYOYOYOYOYOYOYO”
Estas fueron sus primeras palabras. Palabras que en un principio no entendimos bien, pero que pasado el caos del primer momento, comenzamos a comprender.
Reina Bellota siguió su discurso:
“NONONONONONONONONONONONONONONONONONONONONONONO”
Entonces, nos dimos cuenta, en manos de quien estábamos. El silencio se fue llenando de murmullos. Alguien intentó preguntar algo, pero Reina Bellota roja de ira, comenzó a gritar:
“MIOMIOMIOMIOMIOMIOMIOMIOMIOMIOMIOMIOMIOMIOMIOMIO”
El miedo empezó a apoderarse de todos. Aquella era la auténtica Reina Bellota, de quien habíamos oído hablar tiempo atrás, la que nos iba a salvar de algo que, la mayoría no entendíamos.
Reina Bellota terminó su monólogo, dejando muy claro que esperaba de todos nosotros. Y nosotros entendimos que podíamos esperar de ella. Sometimiento, nada más que sometimiento.
Reina Bellota extendió su manto apestoso sobre todos nosotros y todo se convirtió en tinieblas. Comenzamos a respirar mal, nos asfixiábamos, sentíamos que nos ahogábamos. Un olor repugnante lo infectaba todo. La oscuridad era total. Nos empezamos a abrazar unos a otros y en medio del horror alguien dijo: “mirad, una luz”.
Un pequeño grupo nos movimos hacia allí. No sé cómo, no lo recuerdo bien, había mucha gente y todo era confuso, pero conseguimos salir del asqueroso manto. Luego corrimos hacia el bosque. Los esbirros de Reina Bellota tardaron en darse cuenta de lo que pasaba. Nosotros nos dispersamos entre los árboles. Huimos hacia las montañas donde, nos encontramos ahora.

La vida aquí no es fácil, pero es nuestra vida.

Mireya Martínez-Apezechea

miércoles, 14 de diciembre de 2011

LA ÚLTIMA PALABRA



-No me mires con esos ojos de cordero degollado, hija de perra.
Y le propinó una patada en los riñones. Tirada en el suelo como estaba, se encogió de dolor cerrando los párpados, aunque sabía que el ritual de la paliza continuaría todavía unos minutos y cien golpes más.

Cuando aquello acabó y él se fue, permaneció un tiempo en la misma posición; luego lentamente, con enorme esfuerzo se puso en pie y salió.
La puerta del jardín aún no la cerraba con llave: total, adonde iba a ir. En el pueblo próximo nadie le haría caso y el resto era monte. Lo había pensado muchas veces; perderse en el mar de carrascas, andar hasta que las fuerzas le faltaran y dejarse morir. Incluso conocía una cueva de difícil acceso para esconderse, pero no tenía valor para dejarle solo.
La necesitaba, ella era quién soportando los malos tratos, proporcionaba un poco de equilibrio a aquella mente enferma. Sí, era un enfermo a veces lleno de ternura -y se le nublaron los ojos con el recuerdo-que se abrazaba a su cuello llorando y la besaba una y otra vez pidiendo perdón por todo lo que le hacía sufrir.

Hubo una época en que se engañaba y le disculpaba.
-Es bueno, solo que no controla el genio-se decía.
O bien:
-Me quiere, siempre vuelve a mí.
Ahora conocía por experiencia que nada de eso era cierto. Era malvado. No distinguía entre el bien y el mal, sólo admitía su capricho.
Si algo le contrariaba fuera, se desahogaba en casa y a veces sin motivo incluso: por el placer de verla asustada, resignada. Se crecía en esos momentos que se iniciaban con una euforia desmedida y falsas muestras de cariño, y siguiendo un ritmo sistemático acababan, perdidos ya los estribos, con ella medio muerta y lloriqueando un falso arrepentimiento.

¿Cómo empezó todo? Ya no lo recordaba. Al principio la desagradable sorpresa es tolerable; se la imagina pasajera, fortuita. Cuando la presión llega a su cenit ya todo da igual. Podría haberle abandonado, claro. Es posible que alguna vez lo pensara, ¡hace tanto tiempo de eso!
Tomando el sol junto a la tapia del corral, sintiendo de nuevo la sangre fluir por un cuerpo caliente, la impotencia se reviste de martirio -mejor que descargue su furia en mí-y llega a cobijarse bajo el manto del perdón -No sabe lo que hace.

Regresó a casa. Él había vuelto antes de lo previsto y se temió lo peor. Con un látigo en la mano le esperaba para iniciar, continuar, la sesión de tortura.

-Hija de puta, ¿dónde has estado?, vas a saber de una vez por todas quién manda aquí-y levantó la tralla con el rostro descompuesto de ira.
En esta ocasión no fue capaz de bajar la cabeza como siempre y someterse; salió corriendo despavorida.
-Guau, guau, guau.


El maltratador deshumaniza a su victima. Este año en España batimos nuestro propio y triste record de mujeres muertas a manos de sus parejas o ex. No hay excusa, no debe haber piedad para ellos.

Alicia

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