jueves, 28 de enero de 2010

Palabras en el aire.

PROYECTO GRULLAS.
Presentación:
Cuando eres muy joven gastas toda tu energía en conseguir las metas profesionales que te has marcado. Cuando llegas a la madurez aceptas tu realidad, cualquiera que sea, y tratas de recuperar aficiones aparcadas: pintar, leer, formar parte de un coro, grupo teatral, encuadernar, escribir...
Nosotros pertenecemos a este último grupo.
Nos conocimos en un Taller de Escritura y decidimos que los trabajos que hacíamos fueran recogidos en un libro, librito más bien, autofinanciado. Eso fue en 2009.

Iniciado el nuevo año queremos ir más allá y compartir con otras personas desde este blog, cuentos, narraciones, crónicas, pensamientos, alguna novela corta y más.
Y no solo eso, esperamos comentarios constructivos, aunque sean ácidos, de aquellos que nos lean. Pensad que a Larsson, de nada le sirve una vez muerto, ser un escritor de fama mundial. Ni siquiera a Van Gogh que se le considere genio, cuando en vida vendió un solo cuadro. La respuesta, ahora.
La vida es corta, vamos a hacerla más ancha entre todos: vosotros y nosotros.

Ah, PROYECTO GRULLAS, es el nombre que se le dio internamente al libro que editamos, ya que llevaba en portada una fotografía con sus figuras en papel. Por lo demás, no somos como ellas aves de paso y mantenemos los dos pies firmes en la tierra
Conocemos nuestras posibilidades y limitaciones.

Desconocidos amigos, incluso potenciales enemigos, sed bienvenidos a nuestro blog, en el que cada semana colgaremos nuevos originales para hacerlo más ameno.
Gracias por vuestra visita y por favor, volved.



Los Peces.
La madre se dio cuenta de que por más pan que sus hijos echaban al estanque, ningún pez acercaba su boca para engullir las migas, la única explicación que se le ocurrió fue que a los peces también debía haberles llegado el turno de la depresión.
Aquella mujer que intentaba mantener a sus retoños en tierra firme, había acertado el diagnóstico sin sospecharlo.
La oleada de profunda tristeza había surgido en la esquina noroeste y se había extendido lentamente, atrapando poco a poco a cada individuo, hasta que se apodero de toda la población acuática de aquel estanque.
La onda de desaliento se había iniciado cuando una carpa, atusándose los bigotes y colocándose las escamas, escuchó fortuitamente una conversación sobre peces.
―Tienen una memoria que apenas supera unos pocos segundos ―decía uno de aquellos seres que insistían en asomarse a la barandilla día tras día― Una pecera es para ellos como un río o el mar, al no recordar nada, siempre les parece nueva y un espacio inmenso.
Motivos para la tristeza nunca les habían faltado porque es para entrar en un estado de desencanto importante, que en el fondo de tú casa haya bancos del parque, mesas y sillas de los bares, cajas fuertes, navajas, pistolas, una máquina expendedora de chicles del metro, urnas funerarias, hasta en una ocasión, ni siquiera se habían tomado la molestia de incinerar al difunto. Todo arrojado por personas con menos cerebro que un pez, pero lo habían sobrellevado bien.
Lo de ahora, el estallido en la esquina noroeste, era distinto porque atentaba contra su propia identidad.
¿Estaban destinados a olvidar, a perder todos sus recuerdos? Esta terrible y corrosiva incertidumbre recorrió cada raspa, cada espina.
Hundidos en el cieno, todos y cada uno por su cuenta pensaban lo mismo No era posible perder los recuerdos de miles de hijos que les nacieron todos los junios durante años y años, los dibujos que hacían las gotas de lluvia sobre la superficie del agua, aquella noche en que los granizos parecieron balas, la luz del amanecer, la mirada curiosa de los patos desde arriba.
Pero... ¿Todo esto no eran recuerdos?
El informe de los biólogos, unas semanas más tarde, fue concluyente, lo transcribo literalmente:
A petición de los cuidadores del estanque y habiendo estos observado conductas poco habituales entre los habitantes del mismo, llevamos a cabo un estudio para averiguar las causas, llegando a la siguiente conclusión:
La depresión solo interesa a la población de peces quedando libres patos, cisnes y distintos tipos de ánades, así como las tortugas
El primer individuo afectado fue una carpa dorada, al sufrir un daño en su autoestima por creerse a pies juntillas una charla de las conocidas técnicamente como “Cháchara de borde de estanque”
Se recomienda una terapia basada en que enumeren sus recuerdos, el tiempo que sea preciso hasta obtener resultados, seguida de unos seminarios donde se ensayarán distintas técnicas y disciplinas que utilizarán posteriormente para comprobar la exactitud o autenticidad de todo lo que escuchen.
Paloma.

Vía Crucis.
Llegarás tarde a la procesión- escuchó mientras se cerraba la puerta.
Me reuniré pronto con vosotros, no te preocupes- gritó mirando fijamente la pantalla del ordenador.
Introdujo la clave, y con pericia sorteó todos los controles de seguridad hasta llegar a la carpeta que le interesaba. Su contraseña personal le permitió abrirla para leer los mensajes. Solo había uno que le hizo estremecer y levantarse como impelido por un resorte, quedando de pie detrás de la silla, poniendo distancia entre él y aquellas palabras aparentemente inocuas, que utilizando el código aprendido traducía una y otra vez sin dar crédito a su significado: Debería matar a un hombre, matar...
Nunca fue ese su objetivo al aceptar formar parte del Servicio de Inteligencia. Apenas recordaba cómo fue captado, aunque parece ser que “la Casa” seguía de cerca la trayectoria de los alumnos más brillantes de Escuelas y Facultades esperando el momento oportuno para acercarse a ellos. La oferta se rodeaba de idealismo, oportunidades profesionales y un componente aventurero. Él como futuro Ingeniero Aeronáutico entraría a formar parte del grupo de élite que diseñaba aviones, satélites espía, convirtiéndose en los ojos y oídos del Gobierno en los Organismos europeos, tal vez en la NASA. Trabajaría junto a los mejores, un sueño inalcanzable de otro modo.
El adiestramiento no le pareció emocionante, tal vez había visto demasiadas películas de agentes secretos, pensó. Pero ahora se le exigía una prueba de sangre y no dudó. Abandonaría sin más el proyecto; no se sentía capaz de responder a esas expectativas.
Sonó el móvil- vamos date prisa, estamos ya en la segunda estación- le apremió su compañero de habitación.
Todos los viernes al caer la tarde el ritual se repetía. El mismo grupo se reunía para iniciar la “procesión” que les llevaría de bar en bar, a recorrer las estaciones decían, hasta que el cuerpo aguantara. Se unió a ellos disimulando su estado de ánimo, aunque íntimamente tocado por la experiencia vivida al leer la orden.
Imposible disfrutar como otras veces. Fue la séptima vez que hicieron un alto cuando Fernando se le acercó –se te ha caído esto, toma- y le entregó un papel arrugado. Iba a tirarlo sabiendo que no era suyo, cuando un relámpago atravesó su confusa mente –él también- y miró incrédulo a sus amigos calculando cuantos más compartirían con él aquella aventura ahora no deseada, sintiéndose vulnerable, espiado, de alguna forma traicionado. Leyó con inquietud: rasca, el cupón está premiado; compártelo. Impaciente y sin apenas disimulo tanteó sus bolsillos y en uno de ellos encontró una diminuta cápsula. Un sudor frío le baño por completo. Instintivamente supo que debería dejarla caer en un vaso cualquiera; solo eso. La apretó con fuerza. Por supuesto que no iba a utilizarla.
Nadie parecía reparar en él. Bebió sin disfrutar, de golpe, con una sed infinita, sin que surtiera el efecto de la alegría superficial que proporciona el vino.
Recorrían la decimotercera estación de aquel vía crucis, cuando dejó caer la pastilla en uno de los vasos que esperaban alineados en el mostrador. Se volvió de espaldas para no ver quién lo cogía.
Sin despedirse volvió a su cuarto y encendió el ordenador. Esta vez las palabras no eran crípticas, sino directas, claras:
BUSCAMOS PERSONAS CON CRITERIO, NO ASESINOS.
Negro total.
-Pero he matado o no- aulló.
Silencio.
Alicia.

La ventana gris.
No estaba dormido, tampoco despierto, sólo estaba. Esa era la sensación, flotaba, sentía, percibía pero no pensaba. Le dolía un poco la cabeza. En ese estado como de limbo, sintió una fuerte puntada en la sien, otra en la nuca y en el cuello. La almohada había quedado en una posición muy alta. Pero era necesario.
Abrió un ojo. Después el otro. Tenía una pluma en la nariz, sopló y la pluma voló por el cuarto y lentamente se posó sobre la corroída y mugrienta manta color mora obispo. La habitación estaba en penumbras, apenas un hilo de claridad se filtraba a través de las cortinas de la ventana gris que daba a la calle.
Volvió a cerrar los ojos. Figuras multiformes como manchas de aceite, alas, contornos huecos, pistolas, billetes, imágenes grisáceas sin ningún sentido aparente, se repetían sin cesar en su cabeza. ¿Soñaba en blanco y negro? ¿Era él, el que corría desnudo con un bolso por esa calle sin salida?, sentía que le pesaban las piernas como plomo y que no podía avanzar. De repente toda la escenografía mutaba; una puerta que se abría, un aleteo, una luminosidad cegadora, el vacío, un disparo... la salida. Sufría. Estaba soñando cuando un ruido en el pasillo lo despertó.
Abrió los ojos nuevamente. La habitación estaba igual que hacía unos instantes, sólo un haz de luz muy tenue se reflejaba en la pared. Se incorporó lentamente, tratando de no tocar la almohada y encendió el velador, la luz amarilla de la bombita de setenta y cinco watts iluminó el cuarto con una brutalidad que lo hizo volverse hacia atrás. Fue como un golpazo en cada ojo, le costó acostumbrarse a tanta claridad. Se levantó y fue hasta la ventana, corrió la cortina de tela azul, pesada, densa, comida por las polillas y pudo ver, allá lejos, en la distancia los primeros rayos de sol. Levantó la mirada, en el cielo las últimas estrellas se estaban apagando agónicamente, sintió un poco de frío ancestral. “Hoy va ser un lindo día”, pensó. Apoyó el dedo índice de la mano derecha sobre el vidrio. Acercó su cara al cristal opaco y exhaló un vapor extraño que subió de las entrañas de su cuerpo, dibujó con su dedo un pájaro y un billete. Un escalofrío lo sacudió de pies a cabeza.
Se alejó de la ventana y se sentó sobre la cama. Miró la silla apoyada contra la sucia y humedad pared, ahí estaba su ropa y el libro ya casi sin hojas. Otro escalofrío. Se levantó y comenzó a vestirse. Las medias blancas, el pantalón y la remera. Las zapatillas no estaban debajo de la silla. Caminó por la habitación buscando las zapatillas. “¿Dónde las dejé?” Se preguntó. “Anoche me las saqué y las dejé debajo de la cama”. Se agachó y miró, las zapatillas no estaban. Solo algunas plumas. Volvió a mirar por todo el cuarto. “No están ¡qué raro! No importa, hoy no voy a salir de la habitación” pensó.
Caminó tres pasos hasta la silla y tomó el libro, sólo tenía dos hojas, las demás habían sido arrancadas. “Voy a leer todo el día, el sol va a entrar por la ventana y me va a encontrar leyendo como siempre debió ser.” Tomó la silla y la acomodó frente a la cama, casi pegada a la ventana gris. Apagó el velador. El primer rayo de sol atravesó el sucio vidrio lleno de manchas de grasa de la ventana gris. La sombra de los hierros de la reja de estilo español antiguo, se dibujaron sobre el piso de granito. Se sentó en la silla y puso los pies sobre la cama. Un gorrión se paró en el antepecho de la ventana. El pequeño pajarraco caminó por el borde de granito, se acercó al vidrio y lo miró con ojos tristes y llorosos. Con el pico golpeó el vidrio tres veces. “Se ríe de mi” pensó, “Porque yo estoy en la jaula y él está libre”. El gorrión emitió un sonido, como un lamento, desplegó sus alas y salió volando. La escena no lo conmovió en lo más mínimo, agarró el libro, lo abrió y comenzó a leer.
Volvió a mirar por la ventana. Luego de unos instantes, arrancó la hoja manchada, la dobló en muchas partes y formó un avioncito. Se levantó, apoyó el libro sobre la cama y el avioncito arriba del libro. Abrió una hoja de la ventana gris. La otra estaba trabada y soldada a la reja. Tomó el avioncito con su mano derecha y lo lanzó al aire. La fuerza del envión lo hizo planear durante unos segundos, después dio unas vueltas en el espacio formando un sin fin de piruetas y se perdió en la mañana.
El gorrión volvió, se paró en el antepecho de la ventana, caminó con sus patitas cortas y se asomó a la habitación, para luego rápidamente salir volando. “Se ríe de mi”.
Se sentó otra vez en la silla.
De repente se abrió la puerta del cuarto y una potente luz ingresó desde el pasillo, vio entrar a alguien, “una visita tal vez”, caminando como en cámara lenta, el contorno oscuro se recortaba a contra luz. La visita lo apuntó con un arma. Al ver el arma, se incorporó de inmediato, retrocedió hasta la ventana y se subió al antepecho. Se aferró a la reja y comenzó a gritar. La visita continuó su camino a paso firme por la habitación.
Él estaba en la ventana haciendo fuerza, empujando los barrotes y gritando desaforadamente hasta que de repente, el caño recortado de la pistola se asomó por encima de su oreja y el disparo salió, emitiendo un sonido seco, atravesó su cabeza, hemisferio derecho y hemisferio izquierdo y siguió su rumbo. Dos chorros de sangre viscosa y espesa, muy roja, casi negra, saltaron a ambos lados de la cabeza. Tardó pocos segundos en caer y desplomarse en el piso.
La visita bajó el arma y la guardó, tomó el libro que estaba sobre la cama y el bolso que estaba debajo de la almohada. Abrió el libro, sólo tenía una sola hoja que decía FIN y debajo de las letras, impreso en números romanos el año 2009, luego lo cerró de un golpe y lo tiró sobre la cama.
El bolso tenía un candado de combinación con clave. La visita sonrió, sólo hizo girar las cuatro rueditas del candado hasta formar el 2009 que indicaba el libro. Demasiado fácil. De principiantes.
Sacó el candado y cuando abrió el bolso salieron volando dos gorriones, que lo tomaron por sorpresa, y lo hicieron retroceder. Luego miró en el interior del viejo bolso de cuero marrón, sólo encontró un sucio par de zapatillas, muchas plumas y un gorrión muerto.
El dinero se había volado.
Omar Magrini.

Si quieres ser feliz un día, emborráchate.
Si quieres ser feliz una semana, cásate.
Si quieres ser feliz una eternidad, planta un jardín.

Tenía los planos del jardín en la mesa de trabajo, llevaba toda la tarde sobre ellos, pero no avanzaba. Sabía que tenía que seguir porqué, esa noche había invitado a cenar a Imanol. Quería enseñarle aquellos apuntes y ver si era lo que él estaba buscando. Pero estaba cansada, sobre todo cabreada por no saber encontrar una solución final.
Hizo unos estiramientos y se fue a la cocina a por una cerveza, una Voll-Damm, pensó que le vendría bien para descansar un poco e intentar ordenar ideas. Volvió a la mesa con la botella en la mano, no le gustaba beber la cerveza en vaso, siempre la bebía de la propia botella. Alguien, en algún sitio, hace mucho tiempo, le había dicho que al no verter la cerveza en un vaso de cristal, se perdía el placer de disfrutar del color del líquido y ella sabía que era verdad. Pero para ella, era más importante el tacto de la mano con la botella y el contacto de los labios con ésta que el color del líquido, además le gustaba la estética de las botellas de cerveza, eran todo un universo de formas donde uno podía perderse, como en los laberintos.
Imanol quería un laberinto en su jardín, pero también un bosquecillo de bambú, un estanque con peces, árboles, flores... Eran demasiadas cosas para un espacio de trescientos metros cuadrados. Se lo había dicho una y otra vez, tantas cosas en un espacio tan pequeño van a quedar como pegotes, hay que renunciar a algo, no se puede mezclar tantos conceptos de jardines en un espacio de estas dimensiones. Pero él le había contado una historia sobre un filósofo chino que, había creado un jardín, en una pequeña superficie de cincuenta centímetros cuadrados.
Cuando se lo contó, se rió, pero Imanol no se contagió de su risa y volvió a hablar sobre el filósofo chino y su jardín. Contó que aquel hombre estuvo casi la mitad de su vida trabajando sobre el proyecto y que al final había conseguido tener árboles, estanques, ríos, montañas, personas trabajando, todo dentro de su jardín de cincuenta centímetros cuadrados. Entonces ella le dijo que no era filósofa, ni que se iba a pasar media vida creando un jardín para él. Ella era una simple diseñadora de jardines y una jardinera, nada más. Pero Imanol insistió, le dijo que había comprado esa tierra para que ella y solamente ella, construyera el jardín que él había soñado tantas veces.
Aquel jardín era una constante en sus sueños, se había convertido un poco en pesadilla, necesitaba verlo, estar en él, para saber con certeza por qué siempre estaba presente en su mente. Se sintió un poco coaccionada, cedió y se comprometió a diseñar y a plantar el jardín.
Pero ahora, con aquellos bocetos tan dudosos, sin las ideas nada claras, con la tercera cerveza en la mano y esperando a que Imanol tocase el timbre en cualquier momento, se sintió totalmente desgraciada.
Imanol llegó con el frío de la noche, una noche de invierno de luna llena, abrió una botella de vino de no se donde, que era lo mejor que se podía beber según él y quiso ver enseguida los dibujos del jardín. Ella se sintió avergonzada y empezó a hablar de lo difícil que estaba resultando diseñarlo. Pero Imanol ya estaba mirando los planos que estaban en la mesa de trabajo y entonces ella le oyó decir que era perfecto, que eso es lo que él quería. No podía creer lo que oía, se acercó a la mesa, Imanol la rodeó con su brazo endurecido en las cientos de escaladas que había hecho, la miró y la besó profundamente en los labios.
¿Sabes?, le dijo, el filósofo chino consiguió crear su inmenso jardín en un pequeño espacio porque, a lo largo de su vida había aprendido a controlar el tiempo. Podía parar el tiempo, volver al principio, a lo esencial, a lo mínimo y así obtener lo máximo.
Entonces, en aquel momento, el tiempo se detuvo, se liberaron de sus ropas, de sus prejuicios y desnudos sobre las frías baldosas de la casa, se besaron, se acariciaron, se unieron con un deseo desconocido hasta entonces, regalando al mundo la energía de la vida, volviendo al principio, a lo esencial, a lo mínimo.
Lo esencial es invisible, dijo él, pero está ahí y cuando lo encuentras puedes paralizar el tiempo, hacerlo más denso, más pesado, con mayor duración.
Los amantes se siguieron amando y ella, con sus manos y con su mente, levantó el jardín que él había soñado.
Mireya.
© Autores.

LinkWithin

Related Posts with Thumbnails