- Pero que dices, no creo que este tipo esté en el purgatorio. Ni
yo, ni nadie. Seguro que se encuentra en
las garras de Pedro Botero
-Una oración solo demostraría que somos
mejores que él. Ya no es un peligro para nadie
-A Dios gracias. Nos ha costado mucho llegar
a esta situación
Mucho tiempo, horas y horas de vigilancia.
Esfuerzo personal y profesional, dos victimas civiles y un compañero muerto.
Si, efectivamente les había costado
resolver el caso, pero antes de dar carpetazo al asunto ¿Por que no desearle
que encontrara la paz, allá donde estuviera?
Era una sentimental, lo sabía. Por eso no
insistió a su compañero, más pragmático que ella. Pragmático, valiente y leal
con quien resultaba soportable la larga jornada, los dos metidos en un coche
camuflado patrullando las carreteras, o donde el servicio les llevara.
Toda
la Brigada Central andaba revuelta desde
hacía meses. Las denuncias de robo se amontonaban, cortadas por un mismo
patrón. Al atardecer, no lejos de cualquier gasolinera de no importa que
autopista, un coche de gran cilindrada da un brusco frenazo. El conductor,
varón, viaja solo y ha visto algo que le impulsa a parar y bajarse del
vehículo. Se trata de una mujer rubia, joven, vestida de negro, esbelta y sobre
altos tacones, de aspecto desolado. En una mano agarra un maletín, en la otra
una enorme sombrerera. Como aturdida,
sobrepasada por los acontecimientos, se muestra hierática sin ni siquiera pedir
ayuda. Su silueta se perfila dibujada por los últimos rayos de sol.
Quien sabe si por curiosidad o innato reflejo
de conquistador, el hombre se acerca hasta ella confiado, protector, galante,
estúpido. Sonriente.
De la nada surgen en ese momento unas manos que le reducen en cuestión de segundos
y le maniatan, a la vez que le colocan un esparadrapo en la boca. Le arrastran
hasta unos matorrales y le despojan del reloj y móvil. Luego desparecen de su
vista, y con naturalidad, dado que él se ha dejado las llaves puestas, arrancan
el Mercedes, Audi, Ferrari, BMV, despareciendo a toda velocidad.
Algunas de las victimas, tras ímprobos
esfuerzos consiguen llegar a la cuneta y pedir ayuda. Nadie para, aunque tienen
el detalle de llamara al 112. Sin embargo, dos de los conductores uno por infarto
múltiple, otro por un ataque agudo de ansiedad,
cuando fueron descubiertos ya no pudieron prestar declaración.
Los coches, el robo de vehículos de alta gama
se atribuye a bandas del Este de Europa, aunque en este caso nunca nadie oyó
una palabra en idioma alguno, y se admite que son sacados con matriculas falsas
para su posterior venta en mercados emergentes.
En el estudio del modus operandi se
llegó a
la conclusión de que alguien daba el aviso desde la gasolinera sobre el
posible incauto, y que solo entonces la chica que servía de gancho, preparaba
la puesta en escena. El Comisario-Jefe preparó una trampa. Pondrían un cebo
adecuado, y en ese coche que sería robado, un GPS oculto para que les condujera
hasta el escondrijo de la banda.
Pasó un tiempo y más operaciones de la chica
del arcén, pero al final la espera tuvo su fruto y así llegaron hasta una finca
en lo intrincado del monte. Más que finca de caza como rezaba el cartel, un
recinto amurallado por alambrada electrificada y vigilancia constante. Con los
prismáticos de rayos infrarrojos se descubrieron aparcados camiones
contenedores donde, previsiblemente, meterían el material robado.
El cerco, el asalto por los GEOS, no fue
fácil ni incruento; hubo bajas por ambos lados. Eso sí, el cabecilla, español y
dueño de la finca, de conducta social intachable fue reducido cuando pretendía huir, y resultó
herido. Antes de que lo pudieran trasladar al hospital murió.
Y allí estaban la pareja de policías velando
su cadáver hasta la llegada del juez. Ella queriendo que rezaran una oración, él
muy renuente. Y además preocupado.
-¿Y la
chica? -se preguntaba en ese momento- se nos ha escapado. Ninguna mujer ha
intervenido en el tiroteo, estoy seguro. Y el Jefe se ha ido dando la operación por terminada. No lo
entiendo.
Empezó a moverse, a registrar la casa presa
de un nerviosismo inexplicable. Subió escaleras, bajó al sótano, recorrió el
garaje y de pronto descubrió un pabellón de invitados semi oculto por los
arbustos. Se acercó tomando las precauciones
reglamentarias, con el arma en la mano, pegado a la pared, deslizándose
hacia la puerta. Estaba abierta.
Y entonces las vio. Eran unas cinco o seis
que permanecían sentadas en silencio.
Contempló despacio a las que tenía enfrente: bellísimas. Entonces
lo comprendió: eran las cómplices perfectas. Enfundó la pistola y acarició a la
que tenía más cerca. Y ese contacto le gustó.
Alicia
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