Aquella mujer le estaba obsesionando. Era
consciente de ello y sin embargo, no podía dejar de pensar en ella.
Su compañera de mesa en la biblioteca le pasó
un papelito. -¿Te animas a tomarte un respiro?
Levantó la cabeza sorprendido, abandonando su
mundo de ensoñación.
-No
sé, todavía tengo mucho trabajo por delante- garabateó.
-Venga, necesitamos estirar las piernas- fue
la respuesta.
Sí, Martina tenía razón. Eran muchas las
horas pasadas tomando notas, consultando
libros, comprobando datos. Y la tesis no parecía avanzar en su redacción
definitiva. Le acompañaría.
Juan sorprendía no solo por ser un joven en
quien se adivinaba un futuro brillante, sorprendía porque compaginaba muy bien la
faceta de estudioso con su otra más mundana de ligón. Cierto que para un chico
guapo y con buena facha el camino era más fácil que para otros, y más dominando
todos los trucos de la seducción con los que el resultado estaba prácticamente
garantizado. Hasta ahora. Su actual “doña Inés” se le mostraba esquiva y
distante; indiferente a su interés. Pero él insistía en acercarse desde todos
los ángulos, conocerla hasta donde fuera posible. Su admiración crecía de día
en día al considerarla muy inteligente,
además de bellísima.
-¿Cómo vas con la investigación- se interesó
Martina.
-Me encuentro en un punto muerto -contestó-
creo que me iré unos días a Berlín para ver si salgo del impasse
-Me parece bien. Así te limpiarás las
telarañas y verás todo con ojos nuevos
La idea se le acababa de ocurrir y agradeció
a Martina que le confirmara que era buena. Sí volaría -esto su novia no podía
sospecharlo- para encontrarse con quién le quitaba el sueño. El tiempo que
tardó en encontrar un pasaje de bajo costo y alojamiento le pareció eterno y
breve, imposible de racionalizar, tal era su estado de ánimo.
Cuando ya en Berlín se acercó a la Isla de
los Museos, lugar de la cita, el corazón de adolescente que todavía quedaba en
él, se sumía en la esperanza y la frustración a velocidad de vértigo. Ascendió
al primer piso y con paso lento se fue acercando, salvando los grupos que se
arremolinaban frente a la vitrina del fondo, hasta quedar frente a frente. La miró embelesado, incapaz de pronunciar
palabra, entregado sin haber librado batalla. Ella le recibió imperturbable y
un punto desdeñosa, acostumbrada como estaba a subyugar a todos cuantos la
veían.
Y es que Nefertite, cuyo rostro ha traspasado
el tiempo llegando hasta nosotros, y ahora expuesto en el museo, seguía siendo
una mujer extraordinaria. ¿Cómo no amarla?
Alicia
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