martes, 11 de enero de 2011

MORIR DOS VECES



MORIR DOS VECES


Quizá el verano es siempre así - se dijo Marc - tendré que acostumbrarme.
Se encontraba en un pueblecito de la costa norte de Inglaterra con temperatura fresquita, casi otoñal, un mar encrespado, suaves colinas y apenas habitantes.
La casa que le había proporcionado la Compañía no era grande, pero contaba con un cuidado jardín y espléndidas vistas. Situada en el borde de un acantilado, el océano le guardaba la espalda y desde cualquier ventana se veía el camino que ascendía hasta ella. Perfecta para sus planes. La intendencia y limpieza corría a cargo de un matrimonio que le visitaría dos veces por semana, y su conexión con el mundo estaba asegurada a través del móvil y el ordenador. No necesitaba más.
Le pareció curioso que, por educación o indiferencia, nadie de la comunidad hubiera mostrado un mínimo interés por el motivo de sus estancia entre ellos. Mejor; no quería dar explicaciones y tampoco mentir.
Olvidar era otra cosa. Le llevaría su tiempo

Sintió miedo. Lo normal es que el avión estuviera reconociendo la superficie del océano para rescatarle y que él hiciera señas con la camisa para atraer su atención, pero en lugar de eso, con un impulso irracional, la ató al mástil como una bandera, era lo que siempre en los tebeos y el cine hacen los náufragos, siguió desprendiéndose de los zapatos y pantalones que colocó junto a la chaqueta que todavía conservaba, simulando una figura humana tumbada en completo abandono en el fondo del bote, y se tiró al agua.
La cabeza le dolía terriblemente, su lengua estaba pastosa y la sed se hacía ya casi insoportable. Aún con los músculos agarrotados, nadó unas brazadas alejándose y esperó. El avión, pequeño, rápido, potente, saeta disparada desde tierra hacia una diana concreta, se situó encima de su objetivo y disparó: una ráfaga, dos, tres. Aterrado escondió la cabeza debajo del agua. Alguien estaba cavando su tumba. Las balas levantaban astillas de los maderos atravesando el probable cuerpo tendido, la camisa quedó hecha jirones, su hogar ocasional escorado y a punto de zozobrar. El pájaro mortífero cumplida su misión, describió un circulo de inspección y enfiló hacia el horizonte.
No se había equivocado en su presentimiento. Solo de nuevo en la inmensidad del mar, volvió hasta la barca enderezándola con gran esfuerzo y puso rumbo hacia la costa, siguiendo la estela dibujada por el aparato. Para llegar solo necesitaba viento favorable y un poco de suerte.

Un brindis por su buena suerte, era lo último que recordaba Marc antes de despertar a la deriva en medio del océano. Celebraba junto a sus colaboradores una fiesta por haber conseguido aislar, tras años de experimentos, el principio activo que en un tiempo razonable permitiría producir la vacuna que acabara con la terrible pandemia. “La naturaleza tiene respuesta para todas las enfermedades” le decía siempre su maestro. Y efectivamente la encontró en una planta común originaria de esta región.
El representante de la multinacional farmacéutica que patrocina la investigación, era el anfitrión.
-Fui drogado y querían matarme ¿por qué?
Con una de las tablas levantadas convertida en remo pudo volver a tierra. Y ahora, en la otra parte del mundo, en un lugar fuera de cualquier ruta turística, trataba de recomponer su ánimo y tal vez esconderse de un asesino

Los días se sucedían plácidamente, aunque no conseguía la paz interior. Miles de interrogantes sin respuesta le asaltaban.
-Soy científico y no puedo hacerme eco de los rumores que desde antiguo circulan respecto a los intereses que mueven a los Laboratorios. Dicen que solo tratan de hallar remedios, ya que las soluciones definitivas no serían rentables.
Toda mi vida la he consagrado a este proyecto. Si desaparezco, al ser yo el único que podría componer el rompecabezas de los distintos ensayos, no habría medicamento definitivo. Me niego a aceptar esta hipótesis
¿Qué otras razones puede haber?- se preguntaba
John el director del otro equipo investigador, rival al final, había perdido su oportunidad de demostrar que su teoría era más acertada. Incluso de compartir, quién sabe, un Premio Nóbel.
Otros Laboratorios han podido encargar a una mafia que acabe con mi vida para que no se patente la vacuna...
-¡Dios mío! Nunca sospeché que tanta gente estuviera interesada en hacerme desaparecer. Socorro, socorro- gritó para liberar la angustia.

Nadie acudió en su ayuda. A la segunda fue la vencida

ALICIA

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