martes, 28 de diciembre de 2010

La larga historia del monumento a Arriaga





LA LARGA HISTORIA DEL MONUMENTO A ARRIAGA

Arriaga, Juan Crisóstomo Arriaga, había nacido cien años antes, cuando el Ayuntamiento de Bilbao decidió levantar un monumento en su recuerdo. Murió joven, muy joven, diez días antes de cumplir veinte años.
Durante más de medio siglo, nadie se acordó de aquel músico. Fue a finales del siglo XIX cuando empezaron a interesarse por su obra, cuando ya sus datos biográficos, se habían perdido en el tiempo y poco se sabía de él.
Pero el Bilbao surgido después de la última guerra carlista, el Bilbao industrial y burgués que iba construyéndose poco a poco. Necesitaba levantar monumentos a los personajes más ilustres de la villa. Ya en 1890 se había inaugurado el teatro lírico de la ciudad y le habían puesto el nombre del joven músico. En el teatro Arriaga se representó por primera vez la ópera Los esclavos libres, la única que tuvo tiempo de escribir el músico.
Para celebrar el centenario del nacimiento de artista, se convocó un concurso público en 1906 y el ganador fue el escultor Francisco Durrio.
La primera piedra se colocó en 1906 y se dio un plazo de quince meses para terminar la obra. Veintisiete años después, el 13 de agosto de 1933 quedaba inaugurado el monumento.
El porqué de la tardanza tiene diferentes interpretaciones. Para el ayuntamiento de Bilbao, Durrio no cumplió su contrato, para Durrio el ayuntamiento le había mandado menos dinero que el que necesitaba para realizar el monumento.
Pero aquel 13 de agosto, por fin se pudo ver el monumento.
Una mujer joven, desnuda, con la cabeza levantada mirando al cielo y sosteniendo una lira apretada sobre su pecho. Unos dicen que es la musa de la música, Euterpe, otros que es la musa de la tragedia, Melpómene. De la lira mana agua, lagrimas de dolor por la muerte del joven músico.
La mujer de bronce dorado, se posa hierática sobre un pedestal de granito rosa. Decorado con tres mascarones que recuerdan a Egipto. El monumento se encuentra en medio de un pequeño estanque.
La obra de líneas muy geométricas, tiene una estética modernista.
En agosto de 1933 a nadie le pareció mal aquella musa desnuda que lloraba por la muerte del músico. Nadie se escandalizó y si lo hizo no tuvo la necesidad de hacerlo público.
Pero lo que en un tiempo está bien visto, en otra época es una inmoralidad.
Tras la guerra civil, se impuso una moral única. En 1948, las autoridades de la ciudad decidieron quitar la escultura de Durrio. Aquella joven desnuda era demasiado atrevida, demasiado libre para estar expuesta a los ojos de los paseantes, podía despertar pasiones que hasta entonces nadie había sentido.
Se encargó al escultor Enrique Barros, una escultura de la musa, pero esta vez vestida. Había que quitar de la vía pública aquel cuerpo joven, desnudo y bello.
Se quitó la escultura de bronce dorado y se colocó sobre el mismo pedestal, una figura vestida con una túnica clásica, tallada en piedra.
Durante veintisiete años la musa de bronce dorado estuvo secuestrada en los sótanos del museo de Bellas Artes.
En 1975, se decidió volver a colocar la escultura de la joven desnuda sobre su pedestal. Desde entonces está allí, llorando por la muerte de Arriaga.
Durrio creó un monumento armonioso del que hoy podemos disfrutar esperando que nunca más vuelva a los sótanos de ningún museo.

Mireya Martínez-Apezechea

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