miércoles, 25 de julio de 2012

No suena igual un Kitaj que un Goya

            
Antes de que sucediera todo me encontraba en medio de los cuadros con ganas de abrir los brazos, girar y convertirlos en una película para que se encontraran todos con todos y así ahuyentar la soledad que intuía en cada uno de ellos, pero me mantuve quieta volviendo la cabeza a un lado y a otro hasta que despacio, con los brazos pegados al cuerpo, me acerqué a uno de ellos, El griego de Esmirna , en el que hay más de un personaje , pero no por ello me cuenta una historia de compañía. Entonces, en pocos segundos, ocurrió: el cuadro se descuelga y caen sobre mí: el griego, la prostituta y el hombre que baja por las escaleras. Estoy segura de que es un escalón de ellas el que golpea mi cabeza dejándome tendida en el suelo, donde aprovecho para arrebujarme debajo de los tres personajes. No puedo perder la oportunidad de sentir la pintura con los cinco sentidos y no sólo con los ojos. Están sobre mi nariz así que solo debo aspirar su olor. Pongo mis manos en los pechos de la prostituta. Paso la lengua por el óleo que pinta la boca del griego. Tamborileo los dedos sobre el lienzo para escuchar su sonido, es imposible que suenen igual este Kitaj, que un Goya o que un Van Gogh.
     Oigo, a mí alrededor, exclamaciones en varios idiomas, pasitos de hormigas a las que se les ha descontrolado su rutina y andan dando vueltas sin razón Quiero que dejen el cuadro donde está a pesar del dolor que siento en la frente, pero reconozco que esto es imposible, allí fuera habrá tanta gente preocupada por el cuadro como por mí. Al quitármelo de encima siento el desconsuelo de separarme de un amante al que nunca voy a volver a tener tan cerca.
     Noto: que me cogen por los brazos y muchas manos sobre mi cara.
     − Poned pañuelos nuevos Quitad esos que ya están llenos de sangre
     −No, no, pongan más encima, pero no quiten los primeros porque entonces no paramos la hemorragia −dicen unos y otros.
     La bola de papel en mi cabeza es cada vez más grande y mayor motivo de discusión.
     Al cuadro le atiende personal del museo que mira alternativamente a él y a mí con gran preocupación.
     −¿Cómo se encuentra? −me dice uno de ellos.
     −Creo que me estoy mareando
     −Túmbenla y súbanle las piernas − da las ordenes escuetas y llenas de autoridad. Puedo imaginarle dando instrucciones para trasladar un Cézanne de un sitio a otro.
     −Usted quédese quieta y tranquila, ya hemos llamado a una ambulancia.
     Y en estos momentos, que la timidez ha debido quedar noqueada también, pongo los brazos en cruz y aspiro con profundidad para ver si un poquito de toda la creatividad que me rodea se me queda impregnada.
Cuando lleguen los de Samur, pienso en mi media inconsciencia, les diré que no me hagan una sutura muy estética, quiero tener una cicatriz que me recuerde el día en que tuve encima a un Kitaj, a un griego, a una prostituta y a un señor que baja por las escaleras.
Paloma ©

miércoles, 11 de julio de 2012

LA CHICA DEL ARCÉN


-¿Y si hacemos un sufragio por su alma?
- Pero que dices, no  creo que este tipo esté en el purgatorio. Ni yo, ni nadie.  Seguro que se encuentra en las garras de Pedro Botero
-Una oración solo demostraría que somos mejores que él. Ya no es un peligro para nadie
-A Dios gracias. Nos ha costado mucho llegar a esta situación
Mucho tiempo, horas y horas de vigilancia. Esfuerzo personal y profesional, dos victimas civiles y un compañero muerto. Si, efectivamente les había  costado resolver el caso, pero antes de dar carpetazo al asunto ¿Por que no desearle que encontrara la paz, allá donde estuviera?
Era una sentimental, lo sabía. Por eso no insistió a su compañero, más pragmático que ella. Pragmático, valiente y leal con quien resultaba soportable la larga jornada, los dos metidos en un coche camuflado patrullando las carreteras, o donde el servicio les llevara.
 Toda la Brigada Central andaba revuelta  desde hacía meses. Las denuncias de robo se amontonaban, cortadas por un mismo patrón. Al atardecer, no lejos de cualquier gasolinera de no importa que autopista, un coche de gran cilindrada da un brusco frenazo. El conductor, varón, viaja solo y ha visto algo que le impulsa a parar y bajarse del vehículo. Se trata de una mujer rubia, joven, vestida de negro, esbelta y sobre altos tacones, de aspecto desolado. En una mano agarra un maletín, en la otra una  enorme sombrerera. Como aturdida, sobrepasada por los acontecimientos, se muestra hierática sin ni siquiera pedir ayuda. Su silueta se perfila dibujada por los últimos rayos de sol.
Quien sabe si por curiosidad o innato reflejo de conquistador, el hombre se acerca hasta ella confiado, protector, galante, estúpido. Sonriente.
De la nada surgen en ese momento unas  manos que le reducen en cuestión de segundos y le maniatan, a la vez que le colocan un esparadrapo en la boca. Le arrastran hasta unos matorrales y le despojan del reloj y móvil. Luego desparecen de su vista, y con naturalidad, dado que él se ha dejado las llaves puestas, arrancan el Mercedes, Audi, Ferrari, BMV, despareciendo a toda velocidad.
Algunas de las victimas, tras ímprobos esfuerzos consiguen llegar a la cuneta y pedir ayuda. Nadie para, aunque tienen el detalle de llamara al 112. Sin embargo, dos de los conductores uno por infarto múltiple, otro por un ataque agudo de ansiedad,  cuando fueron descubiertos ya no pudieron prestar declaración.
Los coches, el robo de vehículos de alta gama se atribuye a bandas del Este de Europa, aunque en este caso nunca nadie oyó una palabra en idioma alguno, y se admite que son sacados con matriculas falsas para su posterior venta en mercados emergentes.
En el estudio del modus operandi se llegó  a  la conclusión de que alguien daba el aviso desde la gasolinera sobre el posible incauto, y que solo entonces la chica que servía de gancho, preparaba la puesta en escena. El Comisario-Jefe preparó una trampa. Pondrían un cebo adecuado, y en ese coche que sería robado, un GPS oculto para que les condujera hasta el escondrijo de la banda.
Pasó un tiempo y más operaciones de la chica del arcén, pero al final la espera tuvo su fruto y así llegaron hasta una finca en lo intrincado del monte. Más que finca de caza como rezaba el cartel, un recinto amurallado por alambrada electrificada y vigilancia constante. Con los prismáticos de rayos infrarrojos se descubrieron aparcados camiones contenedores donde, previsiblemente, meterían el material robado.
El cerco, el asalto por los GEOS, no fue fácil ni incruento; hubo bajas por ambos lados. Eso sí, el cabecilla, español y dueño de la finca, de conducta social intachable  fue reducido cuando pretendía huir, y resultó herido. Antes de que lo pudieran trasladar al hospital murió.
Y allí estaban la pareja de policías velando su cadáver hasta la llegada del juez. Ella queriendo que rezaran una oración, él muy renuente. Y además preocupado.
 -¿Y la chica? -se preguntaba en ese momento- se nos ha escapado. Ninguna mujer ha intervenido en el tiroteo, estoy seguro. Y el Jefe se ha ido  dando la operación por terminada. No lo entiendo.
Empezó a moverse, a registrar la casa presa de un nerviosismo inexplicable. Subió escaleras, bajó al sótano, recorrió el garaje y de pronto descubrió un pabellón de invitados semi oculto por los arbustos. Se acercó tomando las precauciones  reglamentarias, con el arma en la mano, pegado a la pared, deslizándose hacia la puerta. Estaba abierta.
Y entonces las vio. Eran unas cinco o seis que permanecían sentadas en silencio.
Contempló despacio a  las que tenía enfrente: bellísimas. Entonces lo comprendió: eran las cómplices perfectas. Enfundó la pistola y acarició a la que tenía más cerca. Y ese contacto le gustó.

Alicia

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